Le habían destrozado la vida a su familia, habían disparado a su mejor amiga. Había muerto gente por proteger esa mentira.
«¿Qué haces tú delante de ese cartel, papá?»
¿Lo sabían los agentes del WITSEC? ¿Lo sabía su madre? ¿Todos estos años? ¿Era todo mentira, cada historia de su pasado, su trabajo, el juicio? ¿Cada vez que la estrechaba entre sus brazos?
Recordó la voz de su madre: «Hay cosas que ya llevo mucho tiempo guardándome y ahora debes saberlas»…
¿Qué cosas? Kate se apartó del microscopio y se levantó.
«¿Qué intentabas decirme, mamá?»
La noche anterior, cuando Greg había llegado por fin a casa, enseguida se dio cuenta de que algo ocurría.
Kate estaba hojeando un montón de viejos correos electrónicos y cartas que había recibido ese año de su madre y de sus hermanos. Necesitaba sentirse cerca de ellos. Su madre había dejado a Emily ir sola a un concierto por primera vez. Third Eye Blind, el grupo favorito de Em. Kate casi podía sentir la emoción de su hermana; habría estado en el séptimo cielo…
– ¿Qué pasa, Kate?
Kate le pasó la foto de su padre que había encontrado.
Al principio él no pareció sorprendido. Ni siquiera enfadado. Al fijarse en las letras que había por encima de la cabeza de Ben, abrió mucho los ojos.
– No lo entiendo… Tiene que haber una razón, Kate. -Su rostro adquirió una expresión perpleja.
– ¿Qué razón, Greg? ¿Qué clase de razón quieres que haya? Que es un mentiroso; que se ha pasado la vida ocultándonos algo; que sí está relacionado con esa gente espantosa. ¿Cómo puede ser, Greg? Que sí hizo esas cosas horribles… Lo siento -manifestó-. Ya no puedo huir más de esto. Tengo que saberlo.
– ¿Qué tienes que saber, Kate? -Greg dejó la foto y se sentó delante de ella en la mesa-. ¿Que tu padre no era quien te imaginabas? Ahora ésta es nuestra vida… no la suya. No sé lo que ha hecho, pero lo que sí sé es que no lo averiguarás mirando por un microscopio. Es peligroso, Kate. Esa gente de ahí fuera… nos hace falta. No puedo ni imaginarme que te ocurriera a ti lo que le ha pasado a Tina.
«Greg tiene razón -pensó Kate ahora recorriendo el laboratorio con mirada extraviada-. No encontraré la respuesta bajo un microscopio.»
Era real y daba miedo, y Kate no sabía por dónde emprender la búsqueda ni lo que encontraría cuando la emprendiera. Ni tan sólo en quién confiar.
Pero tenía que saberlo. La foto lo cambiaba todo.
Porque el nombre de la puerta que tanto le repugnaba -Mercado- significaba que ya no sólo tenía que ver con su padre. El nombre que había en esa puerta también tenía que ver con ella.
Con cada recuerdo, con cada cosa que había tocado. Cada momento de su vida en que había reído.
Los agentes del WITSEC no le permitirían ver a su familia. Tenía que encontrar otro modo de hacerlo.
Greg estaba en lo cierto: la respuesta no estaba bajo una lente.
Estaba ahí fuera. Y Kate intuía dónde.
38
En el dormitorio de su casa blanca de madera, Sharon empezó a escribir en el ordenador. «Kate…»
Había mil cosas que quería explicarle.
«Primero, quiero decirte lo mucho que te echo de menos y te quiero… y lo mucho que me entristece haberte puesto en peligro. Pero hay cosas, cosas que casi hasta yo misma había olvidado, que tengo que contarte. Es lo que pasa con el tiempo, ya sabes. Con el tiempo y la esperanza. La esperanza de que lo pasado, pasado está (lo cual nunca es cierto), y de que la persona en la que te convertirás es distinta de la persona que eres ahora.»
Un viento frío soplaba en la bahía haciendo vibrar la ventana.
«Es tarde. Justin y Em están durmiendo. A esta hora de la noche, Kate, siento como si estuviéramos solas tú y yo.»
En el piso de abajo, una agente se quedaba despierta toda la noche. Sus teléfonos llevaban localizador. Siempre había un coche al otro lado de la calle.
«Los niños lo llevan bien, supongo. Echan de menos a su padre. Echan de menos muchas cosas. Su vida. A ti. Son jóvenes y están confundidos. Es muy normal que lo estén, y estoy segura de que tú también te sientes así.
»Tu padre podría estar muerto… o no, no lo sé. Pero estoy segura de que no volveré a verlo. Haya hecho lo que haya hecho, no lo juzgues con demasiada dureza. Te quiere. Siempre te ha querido. Os quiere a todos. Ha intentado protegeros, todos estos años. Cuesta mucho guardar secretos; te agujerean las paredes del alma. Olvidar es mucho más fácil.
»Así que voy a decírtelo, Kate… ahora.»
Sharon escribió. Lo escribió todo, las cosas que se sentía obligada a decir. El significado del colgante que le había dejado a Kate. Todo cuanto Kate debía saber. Sobre su padre.
Hasta le contó dónde vivían.
Quería decir tantas cosas… «Que les zurzan; ven, Kate, ven. Te echamos muchísimo de menos. Tenemos que estar juntos. Me importan un comino las dichosas reglas. Encuéntranos, cariño. Ven. Tienes que saber la verdad.»
De su interior brotó todo, desbordándose como un torrente: «Lo siento, Kate. Haberlo mantenido en secreto. Que tengas que estar asustada. Lo de Tina. Que nuestra familia esté separada».
Volvía a sentirse como una verdadera madre, por primera vez en un año.
De repente, una luz brilló fugazmente en la ventana. Siempre la asustaba. Miró el reloj y supo que era la hora.
El vehículo gubernamental se detuvo al final del largo camino que llevaba a la casa, como cada noche. Oyó abrirse la portezuela del conductor, salir al agente, decirle algo ininteligible al compañero. El cambio de guardia.
Sharon miró fijamente la pantalla. Leyó todo lo que había escrito. Puso el dedo sobre el icono «Enviar».
Entonces dudó.
«Vive tu vida», le había dicho a su hija. Y lo decía de corazón. Vive tu vida. No tienes por qué saberlo. Ahí fuera hay esperanza.
Sharon cerró los ojos, como tantas otras veces, ante el mismo mensaje que había escrito tantas otras noches. Sabía que Kate nunca llegaría a leerlo.
Sabía que no debía implicarla.
– Vive tu vida -volvió a susurrar, en voz alta.
Y pulsó «Borrar».
La carta desapareció. Sharon se quedó sentada frente a una pantalla en blanco. Escribió tres palabras más para luego dejar caer la frente sobre la mesa mientras se secaba una lágrima de la mejilla.
Las mismas palabras que escribía cada noche antes de acostarse.
«Te quiero, mamá.»
39
Nunca quedó del todo claro quién había denunciado al padre de Kate al FBI. Como él mismo había admitido su culpabilidad y tenían su voz grabada, nunca pareció importante de verdad. Se declaró culpable; testificó contra su amigo; fue a la cárcel. El FBI nunca había divulgado la identidad del informante, ni siquiera a lo largo del juicio.
Todas las transcripciones estaban a disposición del público. Kate no había ido nunca al juzgado ni había leído las actas. No había querido ver a su padre así. Pero ahora sí. Bastaba con ingeniárselas para que el secretario judicial se las dejara, y mostrarse prudente con todo el mundo sobre sus motivos para quererlas consultar.
Al cabo de pocos días, le dejaron el mensaje en el contestador automático. «El señor Kipstein me ha pedido que te llamara, Kate. Ya ha llegado lo que buscabas.»
Kate se dirigió al despacho del abogado, en un alto edificio de cristal situado en la esquina de la Cincuenta y cinco con Park. La secretaria la acompañó hasta un gran despacho donde varias pesadas carpetas negras descansaban sobre la elegante mesa de reuniones.