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– Hola, gorrión.

Él no hizo ademán de ir a abrazarla. Si lo hubiera hecho, Kate no hubiera sabido qué hacer. Se limitó a observarlo, recorriendo cada rasgo familiar con la mirada. Por un lado, deseaba apoyar el rostro en su pecho y rodearlo con los brazos, como había hecho mil veces. Por otro, quería atacarlo, indignada, llena de ira. Así que se limitó a escudriñar las profundidades más recónditas de sus ojos.

– ¿Quién eres… papá?

– ¿Que quién soy? ¿Cómo que quién soy, gorrión? Soy tu padre, Kate. Nada de lo que ha pasado puede cambiar eso.

Kate sacudió la cabeza.

– No sé si lo tengo claro.

Él sonrió con cariño.

– ¿Te acuerdas de la primera vez que te llevé por la montaña en Snowmass? ¿Lo pegada que ibas a mí? ¿Y cuando me viniste a buscar después de que te plantara aquel gilipollas de la BU, aquel actor? Cuando te abrazaba y te secaba las lágrimas de los ojos…

– Ahora ya no tengo lágrimas, papá; te he preguntado quién eres. ¿Cuál es nuestro verdadero apellido? No es Raab. Eso ya lo sé. ¿Cuál es la verdad sobre nuestra familia? Rosa… ¿de dónde era en realidad? De España no.

– ¿Con quién has hablado, Kate? Quienquiera que te haya dicho esas cosas miente.

Alargó la mano hacia ella.

– ¡Para! -Retrocedió-. Para, por favor… Sé. la verdad. Lo sé, papá. El tiempo que llevas trabajando para ellos. Mercado. Cómo el FBI te descubrió. Quién te delató. -Esperaba que dijera algo, cualquier cosa, para negarlo, pero él se limitó a quedarse mirándola-. ¿Quién acribilló nuestra casa esa noche? ¿Nos protegías, papá? ¿Tenías miedo?

– Siempre te he protegido, gorrión -respondió él-. Soy quien te ayudó a recuperarte cuando te pusiste enferma. Yo era quien estaba a tu lado en el hospital cuando abriste los ojos. Lo sabes, Kate. ¿Quién fue la primera persona que viste? El resto, ¿qué importa? Cualquier otra cosa no es más que una mentira.

– No. -A Kate le hervía la sangre de ira-. Sí que importa, papá. Es todo cuanto importa. Si quieres saber lo que es una mentira, yo te lo enseñaré.

Hurgó en el bolso y sacó algo que le puso en la mano. Era la instantánea de él y su hermano delante de la puerta de Cármenes.

– Mira esto, papá. Esto es una mentira. Ésta es la mentira que llevas toda la vida contando, hijo de puta.

77

Él no mostró sorpresa ni se inmutó. Se limitó a mirar fijamente la foto, como recordando, como si se hubiera topado con algo íntimo y valioso que llevara largo tiempo perdido. Cuando volvió a mirar a Kate, curvó las comisuras de los labios y esbozó una sonrisa resignada.

– ¿De dónde has sacado esto, Kate?

– Maldito seas, papá, confiábamos en ti -dijo Kate, incapaz de controlar la furia que la invadía-. Em, Justin, mamá… Te habíamos confiado nuestras vidas. Más que nuestras vidas, papá: te habíamos confiado nuestra identidad.

Él golpeó la foto con el pulgar.

– Te he preguntado de dónde has sacado esto, Kate.

– ¿Qué más da? Quiero oírlo de tus propios labios; por eso estoy aquí. Quiero oír cómo me dices que todo era mentira. Lo que hacías. Quién eras. Quiénes éramos.

Algunos transeúntes se volvían y se los quedaban mirando, pero Kate no cedía, con los ojos llenos de lágrimas.

– ¿Y Greg, papá? ¿Eso también era parte del plan? ¿Era algún rollo sefardí, papá, o sólo negocios? ¡Fraternidad!

Él le tendió la mano, pero Kate se apartó. Ahora le daba asco.

– ¡Lo sé! Sé que él es tu hermano. Sé lo de tu padre y quién era. Sé que lo organizaste todo: tu detención, el juicio, que te metieran en el programa. Sé lo que pretendes hacer.

Él se quedó allí mirándola, protegiéndose los ojos del sol.

– Mataste a esa mujer, ¿verdad? A Margaret Seymour. Mataste a mi madre… ¡a tu propia esposa! Y a esa mujer de Búfalo. Es todo verdad. Todo, ¿a que sí? ¿Qué clase de monstruo eres?

Él parpadeó. De pronto, fue como si algo familiar cambiara.

De repente había dureza en sus ojos, un vacío helado en su mirada.

– ¿Dónde está, cariño?

– ¿Dónde está quién?

La voz de él sonaba apagada; hablaba casi en tono profesional. Le tendió la mano.

– Ya sabes a quién me refiero.

Y entonces fue como si la persona que había conocido toda su vida ya no estuviera allí delante.

Kate se soltó.

– No sé de quién me hablas. No sé ni cómo nos llamamos en realidad. ¿Metiste a Greg en mi vida, hijo de puta? ¿Para hacer qué? ¿Convertir también mi vida en una mentira? Dime una cosa, papá. ¿Cuánto tiempo -miró sus ojos vacíos-, cuánto tiempo lo supo mi madre?

Él se encogió de hombros.

– Sé que lo has visto, Kate. Es él quien te está envenenando. Es él quien te cuenta mentiras. Quiero que vengas conmigo. He pensado en lo que me dijiste. Iremos los dos al FBI. Ellos te dirán lo mismo que yo.

Esta vez alargó la mano y la agarró, haciendo que se retorciera de asco. Kate forcejeó para soltarse.

– ¡No! -Dio un paso atrás-. Ya sé lo que quieres hacer. Quieres atraerlo a través de mí. Maldito seas, papá, es tu hermano. ¿Qué piensas hacer, matarlo también?

Su padre quiso tocarla, pero se detuvo. Su mirada cambió de un modo extraño. Kate fue presa de un escalofrío sobrecogedor.

Había visto algo.

– ¿Qué estás mirando? -preguntó ella, estremeciéndose de arriba abajo.

– Nada.

Su mirada volvió a fijarse en ella. Sus labios esbozaron una media sonrisa.

En sus ojos había algo escalofriante y casi inhumano. A Kate casi le estalló el corazón. Miró a su alrededor, en busca de los policías. Tenía claro que debía irse. ¡Era su padre! De pronto, Kate temió por su vida.

– Ahora tengo que irme, papá.

Él avanzó un paso en dirección a ella.

– ¿Por qué lo proteges, Kate? Él no es nadie para ti.

– No protejo a nadie. Tienes que entregarte. Yo ya no puedo ayudarte.

Kate retrocedió hasta chocar con una mujer, haciendo que cayera el paquete que ésta llevaba.

– ¡Eh!

Empezó a correr por el paseo. Su padre la siguió unos pasos mientras la gente se cruzaba en su camino.

– ¡Lo encontraré, Kate! Tú no eres la única opción.

Ella apretó el paso, sorteando a los paseantes. Lo único que sabía es que debía salir de allí. En la entrada de la calle Montague, miró hacia atrás. Su padre se había detenido. Kate tenía el corazón a mil. Alcanzó a verlo entre la multitud.

Él levantó la mano. En su semblante había una sonrisa absolutamente imperturbable.

La saludó con el dedo.

Kate salió corriendo del parque, volviéndose una o dos veces en Montague. Pasó por tiendas y cafeterías. Avanzó entre los transeúntes. Recorrió una o dos manzanas y miró a su espalda. No la seguía. Menos mal…

Se encontró delante del escaparate de un establecimiento, un Starbucks, con la mano apoyada en los cristales para descansar mientras hacía esfuerzos por volver a llenar de aire los pulmones.

No tenía ni idea de adónde dirigirse.

A casa no podía ir; allí estaba Greg. Y no podía volver a casa de Abbie.

Ya no. Implicar aún más a Em y a Justin le daba un miedo atroz.

La mirada de Kate descendió lentamente hasta su propio reflejo confuso sobre el cristal.

Vio lo que su padre había estado mirando.

Sus colgantes. Debían de habérsele salido cuando su padre la agarró.

Las dos mitades…

Ahora su padre ya sabía que había visto a Mercado.

78

Greg llamó una y otra vez al móvil de Kate, presionando la tecla de rellamada frenéticamente.

«Venga, Kate, por favor, cógelo.»

Y cuando ya llevaba unas cincuenta llamadas tal vez, le respondió el buzón de voz. «Soy Kate. Ya sabes lo que tienes que hacer…» No tenía sentido dejar otro mensaje. Ya le había dejado como una docena. Greg tiró el móvil y volvió a apoyar la cabeza en el sofá. Llevaba toda la noche tratando de localizarla.