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Hay una obra antigua y famosa que habla de un guerrero que muere lentamente a causa de una terrible enfermedad. Se sienta en el escenario. Lo visitan fantasmas y personas. Hablan. Se le ofrece la opción. Él no la acepta. En lugar de eso, sigue agonizando lentamente. Más adelante (la obra es más larga de lo habitual) se recuesta, demasiado débil para seguir sentado. Al final de la obra sigue agonizando.

En general, prefiero la comedia.

Del diario de Sanders Nicholas,

portador de información agregado al personal del Primer Defensor Ettin Gwarha

CODIFICADO PARA SER LEÍDO SÓLO POR ETTIN GWARHA

IX

Anna regresó al día siguiente y le dieron una grabadora. Parecía un reloj de pulsera y, de hecho, marcaba el tiempo. Se la metió en un bolsillo. Nicholas podría haber notado que nunca llevaba ningún tipo de cronómetro.

Varios días más tarde, Nicholas arregló una cita en la barca a última hora de la tarde, un par de horas antes de que ella entrara a trabajar. El clima era suave y apacible. Se sentaron en la cubierta. Esta vez, Nicholas se había puesto un uniforme hwarhath de color gris, ceñido al cuerpo. Le sentaba muy bien. Evidentemente, el problema no era la confección kwar; era la idea que los hwar tenían de la moda humana. Llevaba una gafas de sol como las de los humanos: una montura de delgado metal dorado y lentes que brillaban como el dorso de algún tipo de escarabajo, de color verde iridiscente.

Hattin llevaba gafas de sol hwar, rectangulares, de cristales negros y montura de plástico negro, muy gruesa. Resultaban elegantes en su rostro chato. Habrían quedado espantosas en la cara de un humano.

—No se trata sólo de una cuestión de estilo —señaló Nicholas—. Las orejas de los hwarhath están más arriba, y su nariz es mucho más ancha y más chata que la de los humanos. Yo no puedo usarlas. Podría conseguir unas hechas a medida, pero no vale la pena. Me paso casi todo el tiempo sin salir.

Apoyó los pies en la barandilla y contempló la bahía, que brillaba a la luz baja y oblicua.

—En teoría, estoy aquí para hacerte preguntas sobre tus criaturas. Como creo haberte dicho, el general es sumamente curioso. Le interesa la inteligencia desconocida, sobre todo la humana, pero también cualquiera que se presente. Creo que estoy de humor para observar cualquier cosa que no sea una medusa gigante y probablemente inteligente. ¿Por qué no me hablas de la Tierra?

El soldado humano se movió, incómodo. Esta vez era otro: un chico robusto cuyos rasgos no pertenecían a ninguno de los grupos étnicos que ella conocía. ¿Tal vez de la zona del Mar Negro? Su estrecha franja de cabello cortado y teñido de color rojo ladrillo combinaba muy bien con su piel ligeramente morena. No logró percibir el color de sus iris, cubiertos por lentes de contacto completamente negras.

—Nada de importancia estratégica —añadió Nicholas ante una mirada del soldado.

Anna necesitaba un poco de tiempo para pensar qué temas eran de importancia estratégica.

—¿La echas de menos?

—¿La Tierra? A veces. —Hizo una pausa—. No creo en el arrepentimiento. Hay emociones que te atrapan, que hacen que tu vida se detenga allí donde está, y el arrepentimiento es una de ellas. Yo prefiero seguir en movimiento, lo que significa que intento pensar en la situación en la que me encuentro en este momento y en qué puedo hacer con respecto a ella —Echó un vistazo a su alrededor; sus gafas destellaron y sonrió—. Nunca he creído en eso de dejar que las cosas sigan su curso.

»Echo de menos, sobre todo, cosas prácticas y corrientes. Unas lentes de contacto decentes como las de los humanos. El café. Hay días… aún ahora, después de tantos años, en que pienso que daría cualquier cosa por una taza de café.

—Eso tiene solución. —Se puso de pie, entró en la cabina y le pidió a María que preparara una cafetera.

—Espero que sepas lo que estás haciendo, Anna —señaló María.

—Es posible.

Anna volvió a salir, se sentó y le habló a Nicholas de su última visita a Nueva York, que no había cambiado mucho desde los tiempos en que él había estado allí. Seguía siendo enorme, sucia, ruinosa y espléndida. Como siempre, estaba en proceso de construcción. Las monstruosas torres de cristal de finales del siglo XX, delirantes consumidoras de energía, habían desaparecido casi por completo. (Unas cuantas se habían conservado por razones históricas.) El último estilo arquitectónico era el llamado Nostalgia de la Época Dorada.

—¿Lo llaman así? —preguntó Nicholas.

Ella asintió.

—Paredes de ladrillo o de piedra. Pozos de ventilación. Ventanas que se abren. Gárgolas.

—¿Qué hiciste, una gira arquitectónica?

Ella volvió a asentir.

—Y una gira por el sistema de diques. Finalmente tuvieron que clausurar el puerto de manera definitiva. Fue la única manera de evitar que el océano inundara la ciudad. Ya no es un puerto.

—Vaya, qué pena.

María trajo el café y lo dejó; se quedó de pie junto a la puerta de la cabina, escuchando. Había nacido en América Central y era una india casi pura, de piel cobriza y preciosa cabellera negra, larga y lisa.

Anna le habló a Nicholas de las obras que había visto durante su visita. Evidentemente, no había nada de estratégico en La venganza del hombre lobo, ni en Medida por medida.

—Bueno, ésa es una obra que no me importaría volver a ver —comentó él—. Recuerdo la frase que el duque le dice a Claudio, cuando ese pobre estúpido se encuentra en prisión, condenado a muerte por fornicar. Es aquella que comienza diciendo: «Ser absoluto para la muerte.» ¡Qué frase tan maravillosa y sonora! Y después sigue con varios argumentos acerca de por qué no vale la pena aferrarse a la vida. «Razona así con respecto a la vida: si te pierdo, pierdo algo que sólo un necio querría conservar.» ¡Qué lenguaje tan encantador! ¡Y qué bobada! —Probó el café—. No es como lo recuerdo.

—Es un buen café de Nicaragua —intervino María—. Y sé prepararlo.

Él levantó una mano en ademán de disculpa.

—Ha pasado mucho tiempo, miembro. Estoy seguro de que lo he olvidado.

—¿Y has recordado ese pasaje de Shakespeare durante veinte años? —le preguntó Anna.

—No. Los hwarhath han seleccionado muchas obras breves y raras de la cultura humana, incluidas las obras completas de William Shakespeare, y mucha literatura china traducida. Me pregunto si esto es información estratégica. ¿Te dice algo útil sobre los hwarhath el hecho de saber que nunca han tenido oportunidad de leer a Ibsen?

La conversación siguió sin rumbo fijo durante un rato y concluyó con la moda. Nicholas sólo sentía un leve interés por el tema, salvo en lo que a la nueva imagen militar concernía. Eso, afirmó, era fascinante.

»…Y hace que me alegre de haber cambiado de bando. En ningún lugar del universo conseguiría un corte de pelo como el de Maksud.

El soldado humano frunció el entrecejo.

—Ciñámonos a la nueva imagen civil —sugirió Anna—. Es imposible que eso tenga alguna importancia estratégica.

—Ni siquiera es atractiva —opinó María. En la cabina de la barca tenía una revista, no sobre moda sino sobre cultura popular—. Todo se reduce a lo mismo, sobre todo en el norte. Los yanquis siempre han confundido el estilo con la vida. Y eso se debe al hecho de no tener una religión y una política reales.