Abrió el segundo programa. Se titulaba LP2-CEI. Intentó encontrar una explicación para las letras que brillaban en la pantalla; pero Gislason no se la pidió.
—Voy a teclear unas cuantas palabras que el programa traducirá a luces de colores. El mensaje es: «Peligro. Amigo desconocido.» La barca es el amigo desconocido. —Tecleó las palabras—. El resto del mensaje dice: «Actúa ahora. Ve hacia la orilla.»
—¿Eso resultará adecuado? —preguntó Gislason.
—Ajá.
Terminó de teclear el mensaje y pulsó la tecla de entrada. En la parte inferior de la pantalla aparecieron unas preguntas. ¿De qué color debía ser el mensaje? ¿Con qué frecuencia debía repetirse y con qué rapidez? Anna respondió de inmediato, con la esperanza de que Gislason no se diera cuenta de que las preguntas indicaban que el mensaje no estaba siendo traducido al lenguaje de los seudosifonóforos; luego volvió a pulsar la tecla de entrada. La pantalla quedó en blanco y sólo se veía el cursor que parpadeaba en el ángulo superior izquierdo.
—Ahora podemos desconectar. La masa flotante tiene activado el automático. Seguirá emitiendo señales por su cuenta.
—Espero estar haciendo lo correcto —comentó Gislason.
—Lo está haciendo.
Salieron a cubierta. Fuera ya estaba totalmente oscuro y las criaturas habían comenzado su conversación vespertina: pálidos parpadeos tentativos de color azul y verde, más borrosos que de costumbre a causa de la lluvia. Moby Dick flotaba en medio de la bahía, iluminada como una nave de lujo que entra en el puerto. Toda su superficie —por encima y por debajo del agua— destelló primero con un color anaranjado y luego con un azul pálido.
—Vamos —la apremió Gislason—. Realmente tenemos el tiempo justo, miembro Pérez.
Empezaron a desenganchar los cables que conducían hasta Moby. El mensaje mismo —el diseño de puntos y rayas— carecía de sentido para sus criaturas, aunque debían comprender los colores. El anaranjado significaba «ira» o «peligro»; el azul significaba «no agresión». Era una advertencia amistosa. Había peligro, les estaba diciendo Anna, aunque no maldad.
Cuando los motores de la barca se encendieran, conocerían la fuente del peligro. Sabían que las barcas eran peligrosas. Cuando los humanos llegaron por primera vez al planeta, habían utilizado las barcas para cazarlos. Aquél había sido el primer indicio de la posible inteligencia de los animales: la velocidad con que habían aprendido a temer las barcas y la velocidad con que dicho temor se había extendido a toda la especie.
En cualquier otra época del año, el sonido de los motores habría sido advertencia suficiente; pero en aquel momento estaban concentrados en el apareamiento. Tal vez no prestaran atención a la barca, o tal vez se dejaran dominar por el pánico sacudiéndose de un lado a otro con sus zarcillos urticantes y haciéndose daño mutuamente.
El mensaje no era para ellos. Anna no sabía con certeza para quién era. Nicholas había dicho que el general bwarhath estaba interesado en los seudosifonóforos. Era posible que le hubiera contado al general su conversación con Yoshi. Tal vez los hwar se darían cuenta de que la balsa estaba emitiendo un nuevo tipo de mensaje. Tal vez fueran capaces de descifrarlo.
Una posibilidad remota. Su verdadera esperanza era Yoshi. Sin duda él reconocería que el mensaje había sido enviado en el código de emergencia internacional y sin duda lo traduciría. Existían muchas probabilidades de que no lo comprendiera. Pero se lo transmitiría a María Luz y María no padecía en absoluto el mal del doctor Watson. Ella descifraría el significado del mensaje. Mi amigo desconocido está en peligro. Actúa rápidamente, y no busques en el océano. Busca en la orilla.
Tal vez debería haber gritado mientras atravesaban la estación, o intentado correr, aunque era mucho más baja que Gislason y nunca había sido buena corriendo.
Los últimos cables se hundieron en el agua.
—Desamarre —le dijo a Gislason y trepó a la silla del piloto. Parte del techo se extendía sobre el tablero de instrumentos y la silla. En teoría, esto mantenía secos los instrumentos y al piloto; pero ella ya estaba completamente empapada y el viento frío hacía que la lluvia golpeara contra los costados abiertos. Delante tenía un parabrisas salpicado por la lluvia, el techo de la cabina y la proa. Del asta de proa colgaba un banderín; era la bandera de la expedición. En él se leía: HASTA LAS ESTRELLAS POR EL CONOCIMIENTO.
Anna pulsó un interruptor. Las luces de los instrumentos se encendieron. Una profunda y cálida voz masculina dijo:
—Buenas noches, y bienvenido al maravilloso universo de las barcas de energía. Soy su ordenador Mark Ten Marine Mind. Si necesita alguna información acerca de cómo operar su nueva barca de energía Star Craft modelo Setecientos, por favor déjeme encendido. De lo contrario, oprima el botón rojo de la izquierda del timón.
Oprimió el botón rojo.
—Ahora guardaré silencio —anunció la voz—. A menos que ocurra algo que exija una advertencia o algún otro tipo de comentario.
Anna encendió los motores.
Gislason le gritó.
—Está todo desatado.
Ella aumentó la potencia. La barca avanzó. Giró el volante, haciendo que la barca se apartara del muelle, y volvió a maniobrar dejándola apuntando hacia la bahía.
La mayor parte de los animales seguían emitiendo destellos azules o verdosos, pero el ritmo de sus mensajes había cambiado. Ahora era rápido y entrecortado, como el ritmo de un código. De vez en cuando se veía un destello anaranjado similar al estallido de una bomba.
—Más adelante hay una obstrucción —le comunicó el ordenador—. Por favor, compruebe la pantalla del sonar.
Anna bajó la vista. En la pantalla aparecían muchos puntos pequeños, todos de color verde brillante: los animales. Mientras ella miraba, empezaron a moverse a izquierda y derecha, hacia los bordes de la pantalla. Levantó la vista. Delante de la barca se extendía la oscuridad.
—¡Caray! —dijo Gislason.
Toda la bahía brillaba con destellos de color naranja oscuro y azul pálido: Peligro. Amigo desconocido. Peligro. A pesar de la lluvia —que caía sobre el agua y salpicaba el plexiglás que tenía delante— pudo leer el mensaje.
—La han oído —comentó el hombre—. La han visto, quiero decir. Han comprendido su mensaje.
—No son estúpidos.
La oscuridad se extendía más allá de Moby Dick en dirección al océano. Anna guió la barca y avanzó entre las sombras. Los limpiaparabrisas se movían de un lado a otro. Las gotas de lluvia que caían sobre el plexiglás brillaban como joyas: anaranjados y azules.
—Y tienen buena memoria —añadió—. Algunos debían de estar aquí en alguna otra ocasión en que la barca salió. ¿Ve que están abriendo camino? Saben que seguramente nos iremos —hizo una pausa—. O tal vez se han comido a los que estaban aquí antes.
—¿Se comen entre sí? —preguntó Gislason. Parecía horrorizado.
—Ésa no es la palabra correcta. Debería decir que practican el desguace. Se capturan unos a otros. Por lo general, los grandes capturan a los pequeños. El vencedor o depredador paraliza a la víctima y luego la desarma y utiliza sus distintas partes.
—¿En este planeta todo tiene hábitos repugnantes?
En ese momento se encontraban en el canal que conducía a la bahía. El agua era oscura y el sonar no detectaba ningún animal delante de la barca.
—La vida tiene costumbres repugnantes —sentenció Anna—. En la Tierra hay animales, sobre todo acáridos y avispas parasitarias, cuyas maneras de reproducirse son espeluznantes.