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Anna cogió una chaqueta. Se alejaron del puesto.

—¿Vamos colina arriba? —preguntó Nicholas.

—Está fuera de los límites. Nicholas se volvió y miró al soldado.

—¿Cabo?

—Sí, señor, es así para el personal de la estación. —¿Pero no para mí?

—No estoy seguro. Supongo que usted podría subir. Pero no con la miembro.

—Eso no tiene sentido. —Miró a su alrededor—. Quiero subir a un sitio bien alto y mirar en la distancia. Allí. —Señaló otra colina, en el límite sur del asentamiento de los humanos—. ¿Puede ser aquélla?

—No tengo órdenes con respecto a ésa, señor. No tendría por qué haber problema.

El día era radiante y muy ventoso. La colina era escarpada y una fuerte helada, que ahora empezaba a derretirse, hacía del suelo una superficie húmeda y resbaladiza. Avanzaron lentamente; los dos soldados eran los que tenían más dificultades, dado que llevaban las armas.

—Eh —llamó el chico por fin—. Más despacio.

Ella volvió la mirada, lo mismo que Nicholas. Los soldados estaban bastante más atrás que ellos.

—Esperaremos en la cima —anunció Nicholas y siguió avanzando.

—¡Señor! —El chico empezó a trepar y resbaló. Un instante más tarde rodaba y se deslizaba hacia el pie de la colina, sin soltar el rifle.

Nicholas dijo algo en el idioma de los hwarbath. El otro soldado bajó arrastrándose detrás del chico.

—Qué chapuceros —protestó Nicholas—. Realmente tendrían que entrenarlos mejor. Por supuesto, los entrenan para que obedezcan órdenes, no para pensar; y sus órdenes probablemente son un poco contradictorias. No creo que la gente del recinto haya llegado a algún acuerdo con respecto a mí.

—¿A qué distancia estamos de una grabadora? —preguntó Anna.

El chico había dejado de rodar. Finalmente había soltado el arma. El alienígena la recogió y se la tendió, esperando que el chico se pusiera de pie y la cogiera. El cuerpo del alienígena expresaba una cortesía indiferente.

—¿Como la que lleva el cabo? Aún podría estar captando nuestra voz. —Miró a su alrededor—. ¡Santo cielo, qué día tan maravilloso! Todo es dorado y azul. Realmente echo de menos la vida al aire libre. Si le preocupan las grabadoras, le advierto que tengo una. No diga nada que no quiera que sea analizado por la gente de seguridad de los hwarhath.

—Resulta una forma de vivir verdaderamente aburrida.

Habían llegado a un punto lo suficientemente elevado para dominar una buena perspectiva del mar. Estaba festoneado de cabrillas. Nicholas tenía razón: el día era realmente hermoso.

—En este momento, me parece bastante divertido. Probablemente se deba al clima, y al hecho de no pasar horas sentado, casi sin moverme, en una habitación sin ventanas.

Los dos soldados treparon hasta llegar junto a ellos. El chico tenía la cara enrojecida. Su uniforme estaba arrugado y manchado.

—No vuelva a hacer eso jamás, señor.

—¿Qué?

—Seguir adelante cuando yo le pido que espere. Tendría que haberle disparado.

Nicholas sacudió la cabeza.

—Piénselo mucho antes de hacer eso, cabo. Hattin viene con nosotros para asegurarse de que yo sigo vivo. Tiene órdenes muy claras en ese sentido.

El chico se mostró obstinado.

—Haré lo que tenga que hacer.

El alienígena los miraba con aire de indiferencia. Como de costumbre, no miraba a nadie a los ojos, pero ella tuvo la clara sensación de que no se le escapaba casi nada.

—No habla inglés, ¿verdad? —preguntó Anna.

—No, y tampoco quiere hablarlo. Hattin es un chico muy dulce, pero le falta curiosidad. No siente el más mínimo interés por los extranjeros extravagantes.

—Y jamás mira a nadie a los ojos.

—Yo soy mayor que él. Los hombres hwarhath dan mucha importancia a la jerarquía. Un hombre joven sencillamente no mira a los ojos a alguien que ostenta un rango superior. El cabo es su igual, pero también su enemigo; si uno mira fijamente a un enemigo, está invitándolo a la lucha; y le dije que usted es una mujer. Los hombres hwarhath no miran a las mujeres, a menos que las mujeres sean miembros del mismo linaje.

Empezaron a subir otra vez. Los soldados los seguían de cerca.

Cuando llegaron a la cima de la colina, Anna preguntó:

—¿A qué se refiere cuando dice extranjeros extravagantes? ¿Es algo así como demonios extranjeros?

—Algo así. Hattin es… ¿cómo podría describirlo? Tradicional. Reconoce la conducta adecuada en cuanto la ve; es la clase de conducta que aprendió en su hogar, de niño. Cualquier cosa diferente es aburrida o inquietante. ¡Mire qué panorama!

A un lado se extendían la bahía y la estación, y el recinto que dominaba todo lo demás. Sus cúpulas habían sido tratadas con algo que hacía que se corroyeran rápidamente, al menos en la superficie; eran de color verde cobre, rojo óxido y de un tosco dorado apagado.

Al otro lado, la colina descendía hasta una amplia playa y el mar. El fondo era poco profundo. Las olas rompían formando largas líneas blancas.

—¿Cómo llegó a esta situación? —preguntó Anna.

Él se echó a reír.

—Ése es el tipo de pregunta que haría un hwarhath. Son muy directos. Si quieren saber algo, lo preguntan y no se preocupan demasiado por la cortesía. Si uno no quiere responder, les dice: «No voy a hablar de eso.»

Hizo una breve pausa y contempló el mar.

—No mienten demasiado. ¿Recuerda la frase sobre los antiguos persas? Probablemente es de Heródoto. Enseñaban a sus hombres a cabalgar, a disparar flechas y a decir la verdad. Los hwarhath son así, aunque las armas que aprenden a utilizar son mucho más impresionantes.

—¿Eso significa que no quiere hablar del tema?

Volvió a hacer una pausa.

—Por ahora no.

Caminaron por la cima de la colina. Los tallos de esporas las habían soltado todas y ya no eran plumosos. Se inclinaban bajo el viento como juncos.

Muy bonito. Muy relajante. O tal vez ésa no fuera la palabra adecuada. Creador de felicidad. El viento se llevaba el aburrimiento y el cansancio.

Al cabo de un rato, Nicholas dijo:

—No quiero que se forme la idea de que todos los hwarhath son como Hattin. Son tan diversos como la humanidad, aunque en una escala diferente. El general, por ejemplo, es mucho menos conservador y mucho más curioso.

—¿A quién le está hablando? —preguntó Anna. Él sonrió.

—A usted, entre otros. Bajemos. Quiero saber algo más sobre sus animales.

Caminaron hacia la bahía, seguidos por los soldados. Cuando llegaron a la barca, Nicholas hizo una pausa y dijo algo al alienígena. Anna entró en la cabina.

—Tenemos compañía, Yosh.

Nicholas entró agachándose para pasar por la puerta más bien baja. Yoshi se puso de pie, amable y un poco incómodo. Nunca se sentía totalmente cómodo con los desconocidos.

—Él es… —Anna vaciló—. ¿Tiene algún título o rango? Él asintió.

—La traducción literal sería «portador». Equivale aproximadamente a capitán.