—El capitán Sanders. El doctor Nagamitsu Yoshi. El capitán está interesado en nuestros individuos de la bahía.
Yoshi pareció desconcertado. Intentaba reconocer a Nicholas y no lo lograba. Era alguien del recinto, evidentemente. No había extranjeros en el puesto. Pero de ahí no pasaba. Anna casi pudo ver cómo trabajaba su mente, intentando recordar qué comunidad humana utilizaba el título de portador. —¿Por qué no le muestras el equipo, Yosh? Así lo hizo: el sonar y el radar, las cámaras subacuáticas y los micrófonos, el equipo que medía el caudal de agua de la bahía. Explicó cómo se tomaban y se analizaban las muestras. Finalmente le habló de Moby.
Durante todo ese tiempo los soldados se quedaron fuera. El chico estaba en la entrada, al alcance de la vista. (Yoshi lo miraba de vez en cuando, perplejo.) Anna no veía al alienígena.
—Están hablando con ellos, utilizando la masa flotante —dijo Nicholas.
—Nos estamos comunicando —repuso Yoshi—. No hay duda de eso; pero no estamos seguros de mantener conversaciones. Para empezar, no parecen poseer nada parecido a la gramática. Nuestra tendencia es pensar que cualquier criatura inteligente debe tener una forma de hablar de relaciones, de hablar sobre causa-y-efecto.
»Les decimos palabras. Ellos nos responden con otras palabras, y a veces con las mismas. Pueden ser como loros, sobre todo durante la época de apareamiento. Tiene que haber visto el despliegue de las últimas semanas. ¿Lleva mucho tiempo aquí?
—Desde que llegaron los hwarhath —respondió Nicholas.
—Ah —dijo Yoshi. Aún no había logrado deducir quién era el hombre.
Anna estaba presenciando un ejemplo realmente refinado del pensamiento watsoniano, llamado así (por supuesto) en honor al compañero de Sherlock Holmes, un hombre de gran malicia. El buen doctor no era estúpido. Simplemente no caía en la cuenta de ciertas cosas, como en ese momento hacía Yoshi, que estaba a punto de explicar cómo habían enseñado a los animales a cantar Mary tenía un corderito.
—Lo tradujimos al código de emergencia internacional y se lo enviamos a Moby… por supuesto durante la época del apareamiento, y ellos lo captaron. No logramos que lo hicieran como un diálogo; insistían en sincronizarlo. Realmente espléndido, aunque no la conducta propia de una especie inteligente.
—¿Por qué no? —preguntó Nicholas—. Usted está hablando de cantar a coro. Los humanos lo hacen, lo mismo que los hwarhath.
—¿Sí? —dijo Yoshi—. No me había dado cuenta.
—Y sin embargo la unidad monetaria internacional no cayó—. Yo me refiero a que repiten como loros. Repiten hasta la saciedad… con nosotros o entre sí. Eso no es un signo de inteligencia.
—¿No es un problema ficticio? —preguntó Nicholas—. Inteligencia es un término resbaladizo lo mismo que la mayoría de los que podrían ser sus sinónimos. Comprensión, conciencia, aprehensión en el viejo sentido, razón. ¿Hasta qué punto tiene sentido hablar de inteligencia en toda clase de seres? ¿Los humanos o los hwarhath, los ordenadores, los delfines o las ballenas? Y en cualquier caso, ¿por qué se preocupa por eso?
Yoshi lo miró con expresión de reproche.
—Queremos tener a alguien con quien hablar. Alguien que comprenda.
—Entonces hable con los individuos que están en lo alto de la colina, aunque no apostaría nada a favor de su comprensión. —Nicholas miró al cabo—. ¿Tienes hora?
El chico echó un vistazo a la culata del rifle.
—Las quince y cincuenta.
—Será mejor que me vaya. El avión saldrá temprano. —Se volvió hacia Yoshi, que lo miraba con la boca abierta—. Gracias, doctor Nagamitsu. Adiós, Anna.
Se agachó para salir de la cabina y Yoshi dijo:
—Ése es el hombre…
—¡Ajá! —lo interrumpió Anna—. Estaba esperando a que lo descubrieras. ¿Te has fijado en su ropa?
—He pensado que tal vez había ocurrido algo con la moda en la Tierra, o que quizás era una especie de uniforme. No presto demasiada atención a los militares. Hay muchos, y de muchas clases. ¿Quién puede estar al tanto? ¿En qué te has metido, Anna?
—En nada que tenga importancia. La gente del recinto sabe lo que está ocurriendo. No lo han dejado suelto. No va a hacerle daño a nadie.
VI
El despacho del general (el actual, en la isla) tiene el aspecto triste y austero de algo destinado a ser transitorio: paredes grises, alfombras grises de pared a pared, una mesa de trabajo y dos sillas.
No hay ventanas. Al otro lado de la mesa cuelga un tapiz. Es grande y sencillo y tiene el aspecto de pertenecer a un lugar público. Nunca lo había visto en ninguna de sus habitaciones. Debió de conseguirlo en la bodega de la nave principaclass="underline" algo para cubrir una pared vacía.
En medio del tapiz arde una hoguera roja, naranja y amarilla. Los colores irradian de ella menos intensos, pero sin embargo brillantes y cálidos, como si el fuego iluminara el suelo que lo rodea. A medida que se alejan del fuego, los colores empiezan a apagarse y se vuelven un poco grises. Finalmente, a mitad de camino del borde del tapiz, los colores en expansión tocan las espadas, que son decididamente grises: un matiz frío que resulta duro. Están dispuestas en círculo, cada punto tocando la empuñadura de la siguiente, de manera tal que el círculo es continuo. Siempre he pensado que tendría más sentido que apuntaran hacia fuera. Pero funciona visualmente. Más allá de las espadas, el tapiz es negro, salpicado de blanco: el espacio y las estrellas. La Hoguera en un Círculo de Espadas. Por lo que sé, es el antiguo emblema del Pueblo, aunque es evidente que esta versión es relativamente reciente, creada después de que el Pueblo comprendiera que su mundo —su hoguera— estaba rodeada por la oscuridad. [Sí.] Para ellos la imagen tiene una enorme fuerza. A mí siempre me ha parecido… ¿cómo lo diría? Como una pelota hecha con las semillas de una valiosa planta comestible cultivada en el centro de América del Norte, en la Tierra. [?]
Voy al despacho cada dos días. El general se sienta ante su mesa en silencio y contempla el tapiz. Yo intento sentarme en silencio en la otra silla, aunque pienso mejor cuando me muevo.
Hablamos de las negociaciones, desmenuzándolas, intentando descubrir qué están pensando los humanos, analizando las reacciones de los otros miembros del equipo hwarhath. Algunos de ellos tienen estrechos lazos con otros principales. No le guardan lealtad exclusivamente a él.
Si el general interviene en la discusión —seriamente interesado, reflexivo— entonces es probable que coja un estilete y lo haga girar entre las manos. Es un ademán humano, aunque sus manos son considerablemente distintas: el dedo meñique es mucho más largo que el de un humano y el pulgar también es muy largo y delgado. En el dorso de las manos hay pelo como terciopelo gris. Las uñas son estrechas, al menos en comparación con las de los humanos, y gruesas. Si no están sujetas, empiezan a curvarse hacia abajo, convirtiéndose en garras.
Puedo pasar días y semanas sin verlo realmente y de repente allí está, real, sólido y extraño.
Dije:
—El chico, el soldado humano, me dijo que estaba dispuesto a matarme.
El general esperó, con las manos cruzadas.
—Dejaste muy claro que yo tenía que ser una persona grata, y los diplomáticos humanos estuvieron de acuerdo.
Me pidió que le explicara la expresión persona grata.
—Significa que se supone que no van a matarme. Creo que tal vez interpretamos erróneamente el equilibrio de poder entre los diplomáticos y los militares. Ese chico recibe las órdenes de los militares. Si estaba diciendo la verdad, y no parece en absoluto un mentiroso, entonces los militares no escuchan a los diplomáticos.