– Déme el número de teléfono de Gwen Phelp. Yo mismo concertaré la próxima cita.
Ella apoyó un dedo en el labio inferior, revelando unos dientes blancos y pequeños.
– Tengo que preguntárselo primero. Es un acuerdo al que llego con todas las mujeres que presento.
– Me parece sensato. Pero no me preocupa demasiado.
Mientras ella buscaba su teléfono móvil, él echó un vistazo a su reloj. Estaba cansado. Había pasado el día en Cleveland y aún tenía que pasar unos minutos por Waterworks para ver si había alguna novedad respecto a Dean Robillard. Al día siguiente tenía la agenda completa, desde el desayuno hasta la medianoche. El viernes debía coger un vuelo a Phoenix a primera hora y, la semana siguiente, tenía que viajar a Tampa y a Baltimore. Si tuviera una esposa, tendría la maleta hecha siempre que la necesitara, y encontraría algo más que una cerveza en la nevera al volver a casa tras un vuelo nocturno. También tendría a alguien con quien hablar acerca de la jornada, la oportunidad de bajar la guardia sin preocuparse por el acento nasal del campo que se colaba en su discurso cuando estaba cansado, o de apoyar sin darse cuenta el codo en la mesa mientras comía un bocadillo o cualquiera de las otras estupideces a las que tenía que estar permanentemente atento. Sobre todo, tendría a alguien que se quedaría.
– Gwen, te habla Annabelle. Gracias otra vez por aceptar que te presente a Heath con tan poca antelación. -Le dirigió una mirada incisiva. Campanilla le estaba mortificando-. Me ha pedido tu número de teléfono. Tengo entendido que tiene planeado invitarte cenar -otra mirada corrosiva- en el Charlie Trotter's.
Tuvo ganas de echarse a reír, pero se mantuvo inexpresivo para no darle esa satisfacción.
Ella hizo una pausa, escuchó y asintió. Él sacó su móvil y consultó la lista de llamadas que habían entrado mientras charlaba con Gwen. En Denver todavía no eran las nueve. Aún tenía tiempo de llamar a Jamal para interesarse por su ligamento cruzado anterior.
– Sí -dijo ella-. Sí, se lo diré. Gracias. -Cerró su móvil, lo metió en el bolso y volvió a mirarle-. Gwen dice que le gustó usted. Pero sólo como amigo.
Heath se quedó sin habla, lo que rara vez le sucedía.
– Temía que eso ocurriera -se apresuró a decir ella-. Con veinte minutos no es que le sobre tiempo para causar la mejor impresión.
Él la miró, incapaz de creer lo que le estaba diciendo.
– Gwen me pidió que le transmitiera sus mejores deseos. Dice que es usted muy bien parecido, y que está convencida de que no le costará encontrar a una mujer más adecuada.
¿Gwen Phelps lo había rechazado?
– Tal vez… -dijo Annabelle pensativa- tengamos que bajar un poco el listón en la escala del tótem femenino.
3
El Jaguar color azul marino giró silenciosamente por la esquina de Hoyne hacia la estrecha calle de Wicker Park. La mujer al volante fue fijándose en los números de los portales a través de unas gafas de sol Chanel sin montura, con sus minúsculas ces de falsa pedrería entrelazadas en las patillas. Eran, en sentido estricto, gafas fashion, lo que quería decir que apenas tenían protección contra rayos ultravioleta, ni siquiera la suficiente para un día nublado, pero iban increíblemente bien con su piel pálida y su mata de pelo oscuro, y Portia Powers no era partidaria de sacrificar la elegancia a la funcionalidad. Ni siquiera la inminencia de su cumpleaños -el trigésimo séptimo para los amigos más próximos, el cuadragésimo segundo según la cuenta de su madre- la haría considerar la posibilidad de cambiar sus zapatos de tacón de aguja de Christian Louboutin por unas bambas. Su ex marido había dicho de ella en cierta ocasión que su pelo oscuro, su cutis blanco invernal, sus asombrosos ojos azules y la extrema delgadez de su figura hacían que pareciera Blancanieves tras dos meses de seguir la dieta South Beach.
Disminuyó la marcha en cuanto encontró lo que buscaba en la calle bordeada de árboles. Nunca había visto una candidata más idónea al derribo que aquella casita de madera pintada del azul de los huevos de tordo, con una cenefa de motivos vegetales descascarillada. Una verja negra de hierro forjado con la pintura levantada en ampollas rodeaba una franja de césped del tamaño de su cuarto de baño. El lugar parecía el cobertizo del jardinero de alguna de las dos elegantes casas restauradas de ladrillo, de dos pisos, que se alzaban a ambos lados. ¿Cómo había podido librarse de la bola de demolición que había reclamado ya la mayoría de los hogares más deteriorados de Wicker Park?
Portia había visto el folleto de Perfecta para Ti sobre la mesa de Heath Champion el día anterior, cuando pasó a hacerle una visita y su formidable instinto competitivo se había disparado. En los últimos doce meses, había perdido a dos clientes importan en beneficio de agencias nuevas, y un marido a manos de una organizadora de eventos de veintitrés años. El fracaso tenía un determinado olor, y estaba dispuesta a matarse trabajando antes que permitir que ese olor se pegara a ella. Unas pocas horas de investigación bastaron para averiguar que Perfecta para Ti era simplemente el nuevo nombre de Bodas Myrna, una empresa de poca monta que había sido apenas una anécdota. Tras la muerte de Myrna Reichman, su nieta se hizo cargo del negocio. Algunas pesquisas más revelaron que esta misma nieta había sido compañera de universidad de la mujer de Kevin Tucker, Molly. Portia pudo así tranquilizarse un poco. Evidentemente, Heath se sentiría obligado a conceder una entrevista de cortesía a la muchacha si la mujer de su cliente se lo pedía, pero era demasiado exigente para trabajar con una aficionada. Se había ido a la cama libre de preocupaciones… y tuvo un sueño dolorosamente erótico con su preciado cliente. Claro que jamás se le ocurriría intentar llevarlo a la práctica. Una aventura con Heath Champion tendría su emoción, pero nunca permitía que su vida íntima interfiriera con sus negocios.
Desafortunadamente, la llamada telefónica de esa mañana volvió a prender la mecha de su ansiedad. Ramón, el camarero del Sienna’s, era parte del numeroso personal de servicio bien situado que recibía de ella espléndidos regalos en recompensa por facilitar información útil, y le comunicó que una casamentera llamada Annabelle se había presentado allí anoche en compañía de una mujer buenísima a la que había presentado a Heath. Portia salió hacia Wicker Park en cuanto pudo. Necesitaba saber en qué medida esa mujer podía suponer una amenaza, pero esa casa ruinosa demostraba que Perfecta para Ti era un negocio exclusivamente en la cabeza de la señorita Granger. Champion simplemente estaba siendo mable para complacer a la esposa de Kevin Tucker.
Sintiéndose algo más tranquila, tomó dirección sur, hacia el centro, para someterse a su exfoliación mensual. Gastaba ingentes cantidades de dinero en conservar liso su cutis y su cuerpo esbelto como un junco. La edad podía aumentar el poder de un hombre, pero menoscababa el de una mujer, y, al cabo de una hora, vuelta a maquillar y con la tez radiante, entraba en las oficinas de Parejas Power, situadas en el primer piso de un edificio Victoriano de ladrillo, pintado de blanco, no lejos de la biblioteca Newberry.
Inez, su recepcionista-secretaria, se apresuró a colgar el teléfono con cara de culpabilidad. Más problemas con el cuidado de los niños. ¿Cómo iban a progresar las mujeres si la carga de cuidar a los hijos recaía siempre sobre ellas? Portia se recreó en la reposada elegancia de la amplia zona de oficina, con sus paredes verde cálido y sus negros divanes bajos, de inspiración oriental. Sus tres ayudantes estaban ante sus escritorios, separados por sofisticadas mamparas de pergamino con marcos lacados en negro. Sus ayudantes, cuya edad oscilaba entre los veintidós y los veintinueve, patrullaban los bares más de moda en la ciudad y efectuaban las entrevistas iniciales. Portia las había contratado atendiendo a sus contactos, su cerebro y su aspecto. Se les exigía que vistieran de negro en el trabajo: trajes sencillos y elegantes, pantalones holgados con blusas o suéteres clásicos, y chaquetas con buen corte. Para ella, las normas eran más flexibles, y hoy había elegido un modelo gris perla de Ralph Lauren: chaqueta de punto veraniega, blusa entallada, falda de tubo y perlas, rematado por unos zapatos de tacón alto color lavanda con un arco muy femenino en el empeine.