Ian seguía sintiéndose agraviado.
– El tío es rico, tiene éxito y es atractivo.
– Y tú también -dijo Gwen con toda lealtad-, excepto por lo de rico, pero todo llegará.
La empresa de software que Ian gestionaba desde su hogar empezaba por fin a producir algún beneficio, y era por ello que estaban a punto de mudarse a su primera casa. Annabelle experimentó una de esas punzadas de envidia que le daban a cada rato cuando se encontraba con ellos. Ella deseaba una relación así. Hubo un tiempo en que creyó que la tenía con Rob, lo que le dio ocasión de comprobar que era una insensatez creer en seguir los dictados de su corazón.
Se puso en pie, dio a Gwen unas palmaditas en la tripa y un abrazo adicional a Ian. No sólo le había prestado a su mujer, sino que además estaba diseñándole la página web. Annabelle sabía que tenía que estar presente en la Red, pero no era su intención convertir Perfecta para Ti en un servicio de citas por Internet. Nana se había mostrado vehemente en ese punto. «Las tres cuartas partes de los hombres que se apuntan a esas cosas o están casados, o en la cárcel, unos pervertidos.» Nana exageraba. Annabelle conocía a personas que habían encontrado el amor online, pero pensaba igualmente que no había ordenador en el mundo que pudiera superar el toque personal.
Se retocó el maquillaje en el cuarto de baño de Gwen, comprobó que no se había manchado la falda corta color caqui ni la blusa verde menta y partió hacia el centro. Llegó al edificio del despacho de Heath con unos minutos de adelanto, así que se refugió en el Starbucks que había cruzando la calle y pidió un frappuccino con moka carísimo. Al salir de nuevo a la calle, le vio aparecer con un móvil pegado a la oreja. Llevaba gafas de aviador, un polo gris claro y pantalones sport. Le colgaba del hombro una cazadora deportiva con pinta de cara, aguantada por el pulgar. Los hombres como él deberían estar obligados por ley a llevar encima un desfibrilador cardíaco.
Se dirigió a la acera, donde le aguardaba un Cadillac Escalade negro y reluciente con ventanillas ahumadas y el motor encendido. Fue a abrir la puerta de atrás sin echar siquiera una ojeada a ver si la veía, y ella comprendió que se había olvidado de que existía. La historia de su vida.
– ¡Espere! -Cruzó la calle a la carrera, esquivando un taxi y un Subaru rojo. Hubo estruendo de cláxones y rechinar de frenos, y Champion levantó la vista. Cerró su móvil con un chasquido al tiempo que ella subía a la acera.
– No había visto una carrera con una trayectoria como ésa desde que Bobby Tom Denton dejó los Stars para retirarse.
– Ya se iba usted sin mí.
– No la había visto.
– ¡Tampoco ha mirado!
– Muchas cosas en la cabeza. -Al menos, le sostuvo abierta la puerta de atrás del cuatro por cuatro para subir a continuación y sentarse a su lado. El conductor corrió hacia delante el asiento del copiloto para dejar más espacio a las piernas antes de que él se volvierá para examinarla.
El conductor era un tipo grande, de un moreno atroz. El colosal par de brazos y la muñeca con que había rodeado el volante estaban adornados con tatuajes. La cabeza rapada, unos ojos de sabérselas todas y su sonrisa aviesa le daban un aire de gemelo perverso de Bruce Willis que resultaba muy sexy y daba bastante miedo a un tiempo.
– ¿Adonde vamos? -preguntó.
– Elmhurst -dijo Heath-. Crenshaw quiere que vea su casa nueva.
Como hincha de los Stars que era, Annabelle reconoció el nombre de su running-back titular.
– Los Sox van ganando dos a uno -dijo el conductor-. ¿Quiere escucharlo en la parte de atrás?
– Sí, pero por desgracia he de atender un asunto del que prometí que me ocuparía. Annabelle, éste es Bodie Gray, el mejor line-backer que ha tenido nunca el Kansas City.
– Seleccionado en segunda ronda en el draft en el estado de Arizona -dijo Bodie al adentrarse en el tráfico con el cuatro por cuatro-. Jugué dos temporadas con los Steelers. Me aplasté la pierna en accidente de moto el mismo día que me traspasaban a los Chiefs.
– Eso debió de ser terrible.
– A veces se gana y a veces se pierde, ¿verdad, jefe?
– Me llama así sólo para joderme.
Bodie la escrutó en el retrovisor.
– ¿Así que es usted la casamentera?
– Facilitadora de enlaces. -Heath le arrebató el frappuccino con moka.
– ¡Eh!
Él dio un sorbo con la pajita, y Bodie soltó una risilla.
– Con que facilitadora de enlaces, ¿eh? Pues va a encontrar el trabajo a su medida con el jefe, Annabelle. Tiene una larga historia de amores y desamores. -Giró a la izquierda por LaSalle-. Pero fíjese qué ironía… La última mujer que despertó su interés (una que se creía no sé qué porque trabajaba en la oficina del alcalde) le dio puerta. ¿A que es de risa?
Heath bostezó y estiró las piernas. Pese a su lujoso guardarropa, a ella no le costaba nada imaginárselo en vaqueros, con una camiseta raída y botas de trabajo rozadas. Bodie enfiló por Congress.
– Le dio puerta porque no paraba de ponerle los cuernos.
A Annabelle se le encogió el estómago.
– ¿Él le era infiel?
– Es el estrellato -Bodie cambió de carril-. Se pasaba el día tirándose a su móvil.
Heath tomó otro sorbito de frappuccino.
– Está resentido porque soy un triunfador y a él le han jodido la vida.
No llegó respuesta del asiento delantero. ¿Qué extraña clase de relación era ésa?
Sonó un móvil. No el que Heath había utilizado momentos antes. El sonido de éste provenía del bolsillo de su cazadora. Al parecer, no le bastaba con un móvil.
– Champion.
Annabelle aprovechó la distracción para recuperar su frappuccino. Al estrechar los labios en torno a la pajita, le vino a la cabeza la deprimente idea de que aquello era lo más cerca que estaría nunca de intercambiar saliva con un multimillonario macizo.
– El negocio de los restaurantes está pavimentado con cadáveres de grandes atletas, Rafe. Es tu dinero, así que yo sólo puedo aconsejarte, pero…
El inconveniente de ser una casamentera era que tal vez ella misma no volviera a tener una cita. Cada vez que topaba con un soltero atractivo, tenía que hacer de él un cliente, y no podía permitir que su vida personal complicara aquello. No es que fuera un problema en este caso concreto… Dirigió una mirada a Heath. La simple proximidad de tanto macho desatado casi le levantaba ampollas. Hasta su olor era sexy, como el de las sábanas caras, el buen jabón y el almizcle de las feromonas. El frappuccino que se deslizaba por su garganta no contribuía mucho a enfriar sus tórridos pensamientos, y al fin encaró la triste verdad de que estaba hambrienta de sexo. Dos infelices años desde que rompiera su compromiso con Rob. A todas luces, demasiado tiempo durmiendo sola.
Los compases iniciales de la obertura de Guillermo Tell interrumpieron sus pensamientos. Heath no se privó de fruncir el entrecejo al verla coger su móvil.
– Hola.
– Annabelle, soy tu madre.
Se hundió en el asiento, recriminándose por no acordarse de desconectar el maldito trasto.
Heath aprovechó la ocasión para volver a reclamar el frappuccino, sin dejar de atender a su propia conversación.
– … Se trata simplemente de fijar las prioridades financieras. Una vez que hayas cubierto la seguridad de tu familia, podrás permitirte asumir riesgos con un restaurante.