– He verificado la entrega del formulario a través de FedEx -dijo Kate-, así que ya sé que te ha llegado. ¿Aún no lo has rellenado?
– Una pregunta muy interesante -tintineó Annabelle-. Luego te llamo y podemos discutirlo.
– Discutámoslo ahora.
– Eres un príncipe, Raoul. Y gracias por lo de anoche. Te portaste como el mejor. -Colgó y desconectó el teléfono. Lo iba a pagar caro, pero ya tendría tiempo de preocuparse de eso más tarde.
Heath puso punto final a su propia llamada y la contempló con aquellos ojos verde billete de chico del campo.
– Si ha de programar su móvil para que suene música, podía al menos ser original.
– Gracias por el consejo. -Señaló su frappuccino-. Por suerte para usted, las posibilidades de que tenga difteria son mínimas. Deje que le diga que esas heriditas de la piel son muy puñeteras.
A él se le disparó hacia arriba una comisura de la boca.
– Cargue la bebida en mi cuenta.
– No tiene usted una cuenta. -Pensó en el párking donde se había visto obligada una vez más a dejar a Sherman, puesto que no sabía cuánto tiempo iban a estar por ahí-. Aunque se la voy a abrir hoy mismo. -Extrajo el cuestionario de su bolso Target de estampado tropical.
El observó los papeles con disgusto.
– Ya le dije qué es lo que estoy buscando.
– Lo sé. Soldier Field, chistes de pedos, etcétera. Pero me hace falta algo más que eso. Por ejemplo, ¿qué grupo de edad tiene en mente? Y por favor, no me diga que de diecinueve, rubias y pechugonas.
– Eso ya lo ha probado, ¿verdad, jefe? -intervino Bodie desde el asiento delantero-. Durante los últimos diez años.
Heath le ignoró.
– He superado mi interés por las chicas de diecinueve. Digamos entre veintidós y treinta. No más. Quiero tener hijos, pero dentro de un tiempo.
Esto hizo que Annabelle, con treinta y un años, se sintiera una anciana.
– ¿Y si está divorciada y ya tiene hijos?
– No he pensado en ello.
– ¿Tendría alguna preferencia religiosa?
– Nada de chifladas. Aparte de eso, estoy abierto a todo.
Annabelle tomó nota.
– ¿Saldría con una mujer sin titulación universitaria?
– Desde luego. Lo que no quiero es una mujer sin personalidad.
– Si hubiera de describir su tipo físico en tres palabras, ¿qué palabras elegiría?
– Delgada, en forma y caliente -dijo Bodie desde el asiento delantero-. No le van las carnes abundantes.
Annabelle hundió aún más sus propias carnes en el asiento.
Heath deslizó el pulgar sobre la correa metálica de su reloj, un TAG Heuer, según observó ella, similar al que se había comprado su hermano Adam cuando le nombraron cirujano jefe del San Luis.
– Gwen Phelps no figura en el listín telefónico -dijo Heath.
– Ya lo sé. ¿Qué cosas no soporta?
– Pienso encontrarla.
– ¿Para qué molestarse? -se apresuró a decir Annabelle, tal vez demasiado-. A ella no le interesa.
– No creerá en serio que me desanimo tan fácilmente, ¿no?
Ella se concentró en apretar el botón de su bolígrafo y repasar el cuestionario.
– ¿Lo que no soporta?
– Bichos raros. Las risitas. Demasiado perfume. Hinchas de los Cubs.
Annabelle irguió la cabeza bruscamente.
– Me encantan los Cubbies -dijo.
– Sorpresa, sorpresa.
Decidió pasar aquello por alto.
– Nunca has salido con una pelirroja -terció Bodie.
Heath fijó la vista en la parte de atrás del cuello de Bodie, donde un tatuaje de guerrero maorí se curvaba hasta desaparecer bajo el cuello de su camisa.
– Tal vez debiera dejar que mi fiel ayudante responda al resto de sus preguntas, ya que parece tener todas las respuestas.
– Le ahorro tiempo a ella -replicó Bodie-. Le llega a traer una pelirroja y la habría hecho sufrir. Busque a mujeres con clase, Annabelle. Eso es lo más importante. Que sean del tipo que estudiaron en internados y hablan francés. Tienen que ser auténticas, porque él detecta a las impostoras a un kilómetro. Y le gustan atléticas.
– Seguro que sí -dijo ella secamente-. Atléticas, hogareñas, despampanantes, bien relacionadas socialmente y patológicamente sumisas. La encontraré en un santiamén.
– Se le ha olvidado calientes. -Heath sonreía-. Y el pensamiento derrotista es de perdedores. Si quiere triunfar en la vida, Annabelle, necesita una actitud positiva. Quiera lo que quiera el cliente, usted se lo consigue. Es la primera regla de un negocio de éxito.
– Claro. ¿Qué tal mujeres con una carrera profesional?
– No sé si eso funcionaría.
– La clase de pareja potencial que usted describe no va a estar sentada por ahí esperando a que se presente su príncipe azul. Estará dirigiendo una compañía importante. Cuando no tenga bolos posando para el catálogo de Victoria's Secret.
El enarcó una ceja.
– Actitud, Annabelle, actitud.
– Vale.
– Una mujer de carrera no puede volar conmigo a la otra punta del país con dos horas de preaviso para agasajar a la mujer de un cliente-dijo él.
– Dos en las bases, ninguno fuera. -Bodie subió el volumen.
Mientras los hombres escuchaban el partido, Annabelle contempló sus notas con el alma en los pies. ¿Cómo iba a encontrar una mujer que encajase con aquellos criterios? No podía. Pero por otra parte, tampoco podía Portía Powers, porque una mujer así no existía.
¿Y si Annabelle siguiera otro camino? ¿Y si encontrara a la mujer que Heath Champion necesitaba en realidad, en vez de a la que él creía necesitar? Garabateó en los márgenes del cuestionario. ¿Qué le ponía a este hombre, aparte del dinero y la conquista? ¿Quién era el verdadero hombre que se escondía tras sus muchos móviles? En la superficie era todo refinamiento, pero sabía por Molly que había nacido con un padre maltratador. Al parecer, había empezado a hurgar en la basura de los vecinos buscando cosas que vender antes de aprender a leer, y desde entonces no había dejado de trabajar.
– Cómo se llama en realidad? -preguntó Annabelle, mientras dejaban la circunvalación de peaje East West por York Road.
– ¿Qué le hace pensar que Heath Champion no es mi verdadero nombre?
– Demasiado apropiado.
– Campione. Champion, en italiano.
Ella asintió con la cabeza, pero algo en su forma de evitar mirarla le dijo que se callaba algo al respecto.
Continuaron en dirección norte hacia el próspero suburbio de Elmhurst. Heath consultó su agenda electrónica BlackBerry.
– Estaré en el Sienna's mañana por la tarde, a las seis. Traiga a su próxima candidata.
Ella convirtió su garabato en una señal de stop.
– ¿Por qué ahora?
– Porque acabo de reorganizar mi agenda.
– No, quiero decir que por qué ha decidido ahora que quiere casarse.
– Porque ya es hora.
Antes de que pudiera preguntar qué significaba eso, él estaba de nuevo al teléfono.
– Ya sé que estáis rozando vuestro tope, Ron, pero también sé que no queréis perder un gran running back. Dile a Phoebe que va a tener que hacer algunos ajustes.
… Igual que Annabelle, según parecía.
Bodie la envió de vuelta a la ciudad en un taxi pagado por Heath. Después de recoger a Sherman y conducir hasta su casa, se habían hecho más de las cinco. Entró por la puerta de atrás y dejó caer sus cosas sobre la mesa de la cocina, una de pino de alas abatibles que había comprado Nana en los ochenta, cuando le dio fuerte por la decoración rustica. Los electrodomésticos eran todos clásicos, pero cumplían su papel, igual que las sillas rústicas con sus cojines de cretona. Aunque llevaba tres meses viviendo en la casa, Annabelle seguía pensando en ella como la casa de Nana, y no había hecho mucho más por poner al día la zona de comer que tirar a la basura la polvorienta guirnalda de parras junto con la cortina de arándanos con volantes de la ventana de la cocina.