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Barrie se echó la melena de modelo de champú por encima de un hombro.

– ¿A qué universidad fuiste?

– Obtuve el diploma de primer ciclo por la Universidad de Illinois, y después aproveché una oportunidad para ir a la Facultad de Derecho de Harvard.

– ¿Has ido a Harvard? -exclamó Barrie-. Oh, Dios mío, estoy muy impresionada. Siempre quise ir a una de las grandes universidades de la costa oeste, pero mis padres no podían permitírselo.

Heath pestañeó.

Annabelle agarró su fantasma verde y empezó a calcular cuánto podía tardar en conseguirle la siguiente cita.

***

– Está claro que su amiga no llevará la salsa de queso a la próxima reunión de MENSA -dijo Heath, cuando Barrie se hubo marchado del restaurante.

Annabelle resistió el impulso apremiante de apurar su fantasma verde.

– Tal vez no, pero tiene que admitir que es una belleza.

– Y adorable, además. Pero esperaba más de usted, sobre todo después de responderle ayer a todas esas preguntas estúpidas.

– No eran estúpidas. Y hay una gran diferencia entre lo que los hombres dicen buscar en una mujer y lo que quieren en realidad.

– ¿Así que esto era una prueba?

– Algo así. Tal vez.

– No vuelva a hacerlo. -Clavó en ella su mirada de matón-. Tengo claro como el cristal lo que quiero, y Barrie, aunque deba admitir que está muy buena, no lo es.

Annabelle dirigió una mirada melancólica hacia la puerta.

– Si pudiera meter mi cerebro en su cuerpo, el mundo estaría a mi merced.

– Relájese, Doctor Perverso. La próxima candidata ha de llegar en los próximos diez minutos, y tengo que hacer una llamada. Entreténgala hasta que vuelva, ¿quiere?

– ¿La próxima…? Yo no he…

Pero él ya se había metido en un reservado. Ella se levantó como un resorte, dispuesta a ir a buscarle, cuando vio entrar a una rubia vestida con mucho estilo. Con su traje de Escada y su bolso de Chanel, llevaba el sello de Parejas Power estampado en la frente. ¿Se lo había dicho en serio? ¿De veras esperaba que entretuviese a una candidata de la competencia?

La mujer echó una ojeada por el bar. Pese a sus trapos de marca parecía más bien insegura, y el instinto de buena samaritana de Annabelle asomó su cabeza remilgada. Lo combatió durante casi treinta segundos, pero la mujer parecía tan incómoda que finalmente cedió y se acercó a ella.

– ¿Está buscando a Heath Champion?

– Sí, así es.

– Ha tenido que ausentarse un momento por una llamada. Me pidió que estuviera pendiente por si llegaba usted. Soy Annabelle Granger, su… -vaciló. Estaba fuera de lugar decir que era su casamentera de reserva, y le daba cien patadas decir que era su ayudante, de modo que se decidió por la siguiente mejor opción-. Soy la jefa de Heath.

– Melanie Richter. -La mujer se fijó en la falda caqui y chaqueta entallada a juego de Annabelle, que al lado del Escada no resultaban muy impresionantes. Aun así, no pareció que la juzgara por ello, y su sonrisa era amistosa-. Ser mujer en un campo tan dominado por los hombres debe de ser todo un desafío.

– No se hace usted idea.

Melanie la siguió hasta la mesa. Como Annabelle no estaba ansiosa por comentar su carrera como mandamás de los deportes, se interesó por Melanie y averiguó que estaba divorciada y tenía un hijo. Tenía alguna experiencia en el mundo de la moda así como un siniestro ex que acostumbraba a gritarle si no desinfectaba todos los días los pomos de las puertas. Heath se reunió al fin con ellas. Annabelle se lo presentó e hizo ademán de levantarse, pero solo consiguió que él apoyara con fuerza la mano en su muslo desnudo.

No supo qué la irritaba más, si la descarga de electricidad sexual o caer en la cuenta de que él esperaba de ella que se quedara, pero la presión sobre su muslo no remitía. Melanie jugueteaba con su bolso y daba otra vez la impresión de hallarse incómoda. Esto no era culpa suya, y Annabelle decidió relajarse.

– Melanie tiene una historia de lo más interesante. -Con toda deportividad, subrayó sus obras de caridad con la Liga Juvenil y su formación en moda. Aunque mencionó a su hijo, no dijo nada sobre el siniestro ex. Apenas había terminado, no obstante, cuando sonó el móvil de Heath. Él le echó una ojeada, se disculpó con toda la sinceridad del mundo y se excusó.

Annabelle le miró con furia a la espalda.

– Mi empleado más trabajador. Increíblemente responsable.

– Ya lo veo.

Annabelle decidió aprovecharse de los conocimientos sobre moda de Melanie recabando su opinión sobre los vaqueros más indicados para mujeres bajitas con tendencia a echar peso en las caderas. Melanie le contestó muy amablemente: cintura a baja o media altura, pernera cortada por los tobillos. Luego halagó a Annabelle a propósito de su pelo.

– Tiene un color tan poco común… Con muchos reflejos dorados. Mataría por tener un pelo como el suyo.

El pelo de Annabelle siempre había llamado mucho la atención, pero ella se tomaba los halagos que recibía con un punto de escepticismo, pues sospechaba que la gente se quedaba tan pasmada ante aquel marasmo que se sentían obligados a decir algo. Heath regresó, volvió a pedir disculpas y se metió en harina con Melanie. Se inclinaba hacia ella cuando ella hablaba, sonreía siempre que tocaba, hizo buenas preguntas y parecía sinceramente interesado en todo lo que le decía. Finalmente, volvió a poner la mano en el muslo de Annabelle, pero esta vez no la dejó desconcertada por ello. Estaba indicándole que el tiempo de Melanie se había agotado.

Cuando se marchó, él echó un vistazo a su reloj.

– Una mujer fabulosa, pero decepcionante.

– ¿Cómo puede ser fabulosa y decepcionante? Es agradable.

– Muy agradable. Disfruté hablando con ella. Pero no había química entre nosotros, y no quiero casarme con ella.

– La química tarda más de veinte minutos en manifestarse. Es lista y un rato largo más considerada de lo que usted y su móvil se merecen. Además, tiene esa clase especial que dice usted que quiere. Merece otra oportunidad.

– Permítame una sugerencia: apuesto a que su negocio progresaría más si apoyara a sus propias candidatas en vez de a las de las demás.

– Lo sé, pero ella me gusta. -Le miro con ceño-. Aunque no puedo dejar de observar que parecía culparme de arruinar la velada, lo que resulta bastante injusto.

– También le iría mejor si fingiese al menos que me hace la pelota.

– Esto es lo triste: le he estado haciendo la pelota.

Aquella boca de chico de campo esbozó media sonrisa.

– No sabe hacerlo mejor, ¿eh?

– Ya lo sé. Qué deprimente, ¿no?

El tono de él cambió de divertido a escamado.

– ¿A qué se refería Melanie cuando dijo que debería concederme un aumento?

– Ni idea. -Las tripas le rugieron-. ¿No va a considerar la posibilidad de darme de comer?

– No hay tiempo. La próxima llegará dentro de diez minutos. En vez de eso, le pediré otra copa.

– ¿La «próxima»?

El sacó su BlackBerry en un intento descarado de ignorarla, pero no estaba dispuesta en absoluto a tolerárselo.

– Portia Powers puede hacer de niñera de sus propias candidatas. Yo no pienso hacerlo.

– Y, sin embargo, hace sólo seis días estaba usted de rodillas en mi despacho diciendo que haría cualquier cosa por contarme entre sus clientes.

– Era joven y estúpida.

– Ahí está la diferencia entre nosotros… La razón por la que yo llevo un negocio multimillonario y usted no. Yo doy a mis clientes lo que quieren. Usted a los suyos les da disgustos.

– No a todos. Sólo a usted. Bueno, y a veces al señor Bronicki, pero en ese caso no se imagina con lo que tengo que lidiar.

– Déjeme darle un ejemplo de lo que intento decirte.