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Aquello no se lo esperaba ella.

– ¿Y qué pasa si no?

– Lo haría este mismo fin de semana, pero voy a estar fuera de la ciudad.

– ¿Qué es lo que quiere?

Él la escrutó abiertamente. Tenía una boca finamente cincelada, casi delicada, lo que daba un aire tanto más siniestro al resto de sus facciones.

– Se lo haré saber cuando lo haya decidido.

– Olvídelo. No voy a permitir que enrede conmigo. -Trató de hacerle apartar la mirada, pero él no le siguió el juego. En vez de ello torció la boca en una sonrisa chulesca de mafioso.

– ¿Está segura? Si es así, siempre puedo hablar esta noche con el señor Champion.

Ella hizo rechinar los dientes.

– Vale. El viernes de la semana que viene. -Se bajó del taburete y abrió el bolso con gesto enérgico-. Aquí tiene mi tarjeta. No intente apretarme las tuercas o lo lamentará.

– Probablemente. -Su mirada se deslizó por ella como caramelo caliente sobre un helado-. Así y todo, puede resultar interesante.

Una sensación inesperada la embriagó de repente. Cerró su bolso resueltamente y abandonó el bar con el sonido de fondo de una risita aviesa.

***

La siguiente candidata de Parejas Power resultó ser bella pero egocéntrica, y Annabelle condujo la conversación de forma que se pusieran de manifiesto sus defectos. No tenía por qué haberse tomado la molestia. Heath la caló desde el primer momento. Al mismo tiempo, la trató con un respeto exquisito, y Annabelle comprendió que Heath no era exactamente el egomaníaco que ella había creído en un principio. Parecía encontrar fascinante la condición humana en todas sus manifestaciones. Al saber eso, a ella se le hizo más duro aferrarse a su antipatía. Pero tampoco es que hubiera puesto mucho empeño en ello hasta entonces.

– Es divertida -dijo él cuando la candidata se marchó-, pero no en el buen sentido. Esta noche ha sido una pérdida de tiempo.

– Su próxima cita no lo será. Tengo a alguien especial esperando turno. -La cartera de clientes de la tercera edad de Nana estaba resultando una fuente inestimable de contactos. Rachel Gorny, la nieta de uno de los amigos de toda la vida de Nana, carecía de la excepcional belleza de Barrie, pero era inteligente, talentosa y con suficiente carácter como para pararle a él los pies. También poseía el lustre social que Heath parecía exigir. Annabelle había barajado la posibilidad de presentársela aquella noche, pero prefirió esperar ver cómo reaccionaba ante Barrie.

Jugueteó con el agitador de su copa para evitar quedarse estudiando el perfil de Heath y tomó nota mentalmente de que debía buscar a un tío bueno, dulce y no muy listo que tratara bien a Barrie.

– Va a tener que hacerlo mejor en lo sucesivo, Annabelle. No más citas como la primera de esta noche.

– De acuerdo. Y nada de hacerme acompañarle en las próximas citas que le concierte Powers a partir de ahora. Como usted mismo señaló tan sabiamente, ayudar a Portia Powers no es lo que más me conviene.

– Entonces, ¿por qué sigue empeñándose en convencerme de que vuelva a ver a Melanie?

– El hambre me hace hacer cosas raras.

– Se deshizo de la última en catorce minutos. Bien hecho. Le voy a premiar permitiéndole que a partir de ahora me acompañe en todas las presentaciones.

Casi se atraganta con un cubito de hielo.

– ¿Pero qué dice?

– Exactamente lo que ha oído.

– Cuando habla de todas, no se referirá a…

– La verdad es que sí. -Se sacó un enorme clip de oro repleto de billetes, dejó unos cuantos sobre la mesa y la hizo levantarse de la silla-. Vamos a darle de cenar.

– Pero… Yo no… Me niego a… -Atravesó el bar farfullando, tratando de decirle que no tenía la menor intención de andar quedando con las candidatas de Portia Powers y que estaba claro que se había vuelto loco si es que no lo estaba antes, pero él la ignoró para saludar al propietario, un hombre enjuto con pinta de terrier. Conversaron en italiano, lo que la sorprendió, aunque, a decir verdad, no tenía ni idea de por qué había de sorprenderle nada de lo relativo a Heath a esas alturas.

Apenas les habían acomodado en el mejor reservado del restaurante cuando el camarero les tomó nota de la bebida y Mama dio la bienvenida a Heath con un cestillo de pan y una bandeja de antipasti. Volvió a fluir el italiano. Annabelle no podía resistirse al olor a levadura del pan caliente, así que arrancó un chusco y lo empapó en un charco de aceite de oliva especiado con romero. El comedor, al igual que el bar, tenía las paredes toscamente revocadas de color dorado y aparatosas molduras púrpura, pero allí había más luz, que resaltaba los manteles salmón y las servilletas de color uva. En cada mesa había una pequeña vasija de cerámica con un sencillo arreglo de flores y hierbas silvestres. El restaurante tenía una atmósfera acogedora y hogareña, sin dejar de proyectar un aire de elegancia.

Heath entendía más de vino que Annabelle, y pidió un cabernet para ella, pero él bebió Sam Adams. La bandeja de antipasti rebosaba de carnes, champiñones rellenos, ramilletes de salvia frita y pinchitos de queso pecorino y lustrosas cerezas.

– Coma primero -dijo él-. Luego hablaremos.

Ella obedeció más que encantada, y él no la molestó hasta que aparecieron los entrantes: pálidas islas de vieiras flotando en un mar picado de porcini y champiñones cremini para ella, pasta ahogada en una salsa especiada de pomodoro con grandes trozos de salchicha y queso de cabra para él.

Él probó unos cuantos bocados, dio un sorbo a su cerveza y a continuación centró en ella la misma atención, afilada como una navaja, que había dispensado a las mujeres con las que se había citado a lo largo de la noche.

– Quiero que esté presente a partir de ahora en todas las presentaciones, y que haga exactamente lo que ha hecho hoy.

– Si me echa a perder la mejor cena que me he echado entre pecho y espalda jamás, nunca le perdonaré.

– Es usted intuitiva, y ha sabido mantener viva la conversación. A pesar de su opinión sobre Melanie, parece saber lo que me conviene y lo que no. Sería un estúpido si no me aprovechara de ello, y estúpido, decididamente, no soy.

Ella cargó el tenedor con un puñado de dorada polenta con ajo.

– Recuérdeme en qué me beneficia ayudar a Portia Powers a encontrarle pareja, porque no recuerdo bien esa parte.

El cogió el cuchillo.

– Vamos a replantear nuestro acuerdo. -De un solo y efectivo golpe, cortó un trozo de salchicha en dos-. Cuando me pidió esos diez mil dólares, no hacía más que tantear el terreno, y ambos lo sabemos.

– No es…

– En vez de eso, le pagué cinco mil y prometí darle el resto solo si me encontraba pareja. Resulta que hoy es su día de suerte, porque he decidido hacerle el cheque por el total, sea usted o sea Portia quien me encuentre pareja. Siempre que consiga una esposa y usted haya intervenido en el proceso, tendrá su dinero. -Alzó en un brindis su jarra de cerveza-. Felicidades.

Ella dejó el tenedor en el plato.

– ¿Por qué iba a hacer algo así?

– Porque resulta eficaz.

– No tan eficaz como hacer que Powers lleve a cabo sus propias presentaciones. Para eso precisamente le paga una gran fortuna.

– Prefiero que lo haga usted.

Se le aceleró el pulso.

– ¿Por qué?

Él le dirigió la desarmante sonrisa que sin duda llevaba ensayando desde la cuna, una que le hizo sentir que era la única mujer sobre la faz de la Tierra.

– Porque usted es más fácil de intimidar. ¿Hay trato o no hay trato?

– Usted no quieres una casamentera. Quieres un lacayo.