Выбрать главу

Y estaba harta. Harta de que la tratasen con condescendencia, harta de que todo el mundo la utilizara, harta de sentirse fracasada. Si se echaba atrás ahora, ¿dónde acabaría? Miró sus ojos color verde dinero y supo que había llegado la hora de recurrir a la reserva genética de los Granger y mostrarse implacable.

– Me encontré un cadáver bajo el coche. -Era casi verdad. Ratón había sido un peso muerto.

Afortunadamente, la Pitón no pareció impresionada; probablemente había dejado tantos cadáveres en su carrera hacia la cima que el concepto mismo de la muerte le aburría. Soltó un profundo suspiro.

– Toda esa burocracia… hizo que me retrasara. Si no, habría llegado puntual. Más que puntual. Soy extraordinariamente responsable. Y profesional. -Se quedó sin aire-. ¿Le importa que me siente?

– Sí.

– Gracias. -Annabelle se dejó caer en el sillón más cercano.

– Es dura de oído, ¿verdad?

– ¿Cómo?

El la escrutó unos instantes antes de dirigirse a su recepcionista:

– No me pases llamadas durante cinco minutos, Sylvia, a menos que se trate de Phoebe Calebow. -La mujer salió, y él dejó escapar un suspiro de resignación-. Supongo que usted es la amiga de Molly. -Incluso sus dientes resultaban intimidantes: fuertes, cuadrados y muy blancos.

– Compañeras de colegio.

Tamborileó con los dedos sobre el escritorio.

– No quiero ser grosero, pero no ando sobrado de tiempo.

¿A quién quería tomar el pelo? Lo suyo era ser grosero. Se lo imaginó en la universidad, sacando por la ventana del dormitorio algún pobre empollón o riéndose a la cara de alguna novia sollozante y presumiblemente embarazada. Adoptó una postura más recta a fin de transmitir confianza en sí misma.

– Soy Annabelle Granger, de Perfecta para Ti.

– La casamentera. -Sus dedos dejaron de tamborilear sobre la mesa.

– Prefiero considerarme una facilitadora de bodas.

– Vaya. -Volvió a taladrarla con aquellos ojos de dinero acumulado-. Molly me dijo que su empresa se llama algo así como Myrna la Casamentera.

Demasiado tarde. Cayó en la cuenta de que había pasado por alto aquel punto específico durante sus conversaciones con Molly.

– Bodas Myrna fue fundada en los setenta, por mi abuela. Murió hace tres meses. Desde entonces, he estado modernizando la empresa, y también le he dado un nuevo nombre que refleja nuestra filosofía de servicio personalizado para el directivo exigente. «Lo siento, Nana, pero tenía que hacerlo.»

– ¿Cómo es de grande su empresa exactamente?

Un teléfono, un ordenador, el viejo y polvoriento archivador de Nana y ella misma.

– Es de un tamaño manejable. Creo que la clave de la flexibilidad es trabajar con el personal justo. -Y agregó-: Aunque heredé la empresa de mi abuela, estoy perfectamente cualificada para dirigirla.

Su preparación consistía en una licenciatura en artes escénicas por la Northwestern que nunca había utilizado oficialmente, un efímero periodo en una «punto com» que había quebrado, una asociación en una tienda de regalos fracasada y, más recientemente, un puesto en una agencia de colocación que había tenido que cerrar.

El se retrepó en su sillón.

– Iré al grano. He firmado un contrato con Portia Powers.

Annabelle estaba preparada para ello. Portia Powers, de Parejas Power, dirigía la agencia matrimonial más exclusiva de Chicago, Powers había levantado su negocio gracias a altos ejecutivos demasiado atareados para encontrar a las mujeres-trofeo que deseaban y con dinero suficiente para pagar sus exorbitantes honorarios. Tenía buenas conexiones, era agresiva y con reputación de despiadada, aunque esta opinión provenía de su competencia y, por tanto, podía ser producto de la envidia. Puesto que Annabelle no la conocía en persona, prefirió no hacer un juicio de valor.

– Estoy al corriente, pero eso no le impide beneficiarse de Perfecta para Ti.

Él dirigió la vista hacia los botones parpadeantes de su teléfono, la frente surcada por una línea vertical de impaciencia.

– ¿Por qué habría de hacerlo?

– Porque trabajaré para usted con más ahínco del que se pueda imaginar. Y porque le presentaré un grupo de mujeres con cerebro y credenciales, mujeres que no le aburrirán cuando haya desaparecido la novedad.

Él arqueó una ceja.

– Cree que me conoce bien, ¿eh?

– Señor Champion -«Ése no puede ser su nombre verdadero»-, evidentemente está acostumbrado a rodearse de mujeres hermosas, y estoy segura de que ha tenido más oportunidades de casarse con ellas que las que se pueden contar con los dedos de las manos. Pero no lo ha hecho. Eso significa que busca una mujer más polifacética que una simple esposa despampanante.

– Y no cree que la pueda encontrar con Portia Powers.

No le gustaba hablar mal de la competencia, a pesar de que sabía que Powers le presentaría justamente a modelos y famosas.

– Sólo sé lo que Perfecta para Ti le puede ofrecer, y creo que quedará impresionado.

– Apenas tengo tiempo para Parejas Power, mucho menos para añadir otra persona a la ecuación. -Se levantó del sillón. Era alto, así que tardó un poco en incorporarse.

Ella ya había reparado en la amplitud de sus hombros. Ahora contempló el resto. Tenía un cuerpo atlético y musculoso, sin un ápice de grasa. Si te iban los hombres con abundante testosterona y te gustaba llevar una vida sexual peligrosa, él era el candidato perfecto a ocupar el primer lugar en tu lista de marcación rápida. No es que Annabelle estuviese pensando en su vida sexual. Al menos, no lo había hecho hasta que él se puso en pie.

Se inclinó sobre su escritorio y le tendió la mano.

– Buen intento, Annabelle. Gracias por su tiempo.

No estaba dispuesto a darle una oportunidad. Nunca había estado dispuesto a hacer nada más que cumplir con el guión para contentar a Molly. Annabelle pensó en el esfuerzo que le había supuesto llegar allí, los veinte pavos que le costaría sacar a Sherman del parking, el tiempo que había dedicado a averiguarlo todo acerca del exitoso pueblerino de treinta y cuatro años de edad que tenia ante sí. Pensó en las esperanzas puestas en ese encuentro, en su sueño de hacer de Perfecta para Ti una empresa única y prestigiosa. Varios años de frustración alimentada por juicios estúpidos, mala suerte y oportunidades perdidas empezaron a hervir en su interior.

Se puso en pie de un salto sin responder a la mano tendida, e inclinó la cabeza hacia atrás para mirarlo a los ojos.

– ¿Recuerda aún lo que era ser rechazado, señor Champion, o fue hace mucho tiempo? ¿Recuerda cuando tenía tantas ansias por cerrar un trato que estaba dispuesto a hacer lo que fuera por conseguirlo? Conducir toda la noche para desayunar con un candidato al Heisman. Pasar horas y horas en el aparcamiento del campo de los Bears tratando de atraer la atención de alguno de los veteranos. ¿Y cuando se levantaba de la cama aunque estuviera con un resfriado galopante para pagar la fianza del cliente de otro agente?

– Veo que ha hecho sus deberes. -Dirigió una mirada impaciente a los parpadeantes botones del teléfono, pero no la echó, así que ella siguió hablando.

– Cuando empezó en este negocio, jugadores como Kevin Tucker no tenían tiempo para concederle una entrevista. ¿Recuerda cómo se sentía? ¿Recuerda cuando los periodistas no lo llamaban para pedirle información confidencial? ¿Cuando no llamaba por su nombre de pila a todo el que es alguien en la Liga Nacional de Fútbol?

– Si le digo que me acuerdo, ¿se irá? -Cogió los auriculares abandonados junto al teléfono.

Annabelle apretó los puños con la esperanza de sonar más apasionada que chiflada.

– Lo único que quiero es una oportunidad. La misma oportunidad que usted tuvo cuando Kevin rompió el contrato con su agente y puso su carrera en manos de un enteradillo en deportes que hablaba muy deprisa y se había abierto camino desde un pueblucho insignificante del sur de Illinois hasta la Facultad de Derecho de Harvard.