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Llegó la merienda en forma de marea rosa. Ponche rosa. Sándwiches hechos con pan rosa, una tarta en forma de castillo con sus torres escarchadas con helado rosa, al que faltaba ostensiblemente un pedazo del puente levadizo rosa, por obra sin duda del pequeño Andrew Calebow. Molly le pasó una cerveza.

– Eres un ángel misericordioso -le dijo él.

– No sé qué habríamos hecho sin ti.

– Ha sido divertido. -Al menos los últimos veinte minutos, en los que hubo un poco de acción con la piñata y como mínimo un resquicio para la posibilidad de derramar algo de sangre.

– ¡Princesas! -llamó Phoebe desde la mesa con la tarta-. Ya sé que todas deseamos dar las gracias a nuestra hada madrina por sacar tiempo de su apretada agenda para estar hoy con nosotras. Princesa Molly, tu historia nos ha encantado, y princesa Hannah, todas hemos apreciado los abrazos que has repartido. -Su voz adoptó el tono camelador que él había llegado a temer-. En cuanto al príncipe Heath… estamos tan contentas de que haya podido ayudarnos con la piñata… ¿Quién iba a decir que su talento para destrozar las cosas nos vendría tan bien?

– Caramba… -musitó Molly-. Sí que te tiene tirria.

Media hora más tarde, un grupo de princesas exhaustas volvía a sus casas con bolsas gigantes de chuches, repletas de golosinas para ellas y también para sus hermanos y hermanas.

– Ha sido una fiesta estupenda -dijo Hannah en la escalera de entrada cuando desaparecía el minibús-. Estaba preocupada.

Phoebe rodeó los hombros de su hija con el brazo y la besó en medio de la cabeza, justo detrás de su diadema.

– Has hecho que todas se sintieran como en casa.

«¿Y yo qué?», quiso decir Heath. No acababa de ver que hubiera ganado un palmo de terreno con ella, pese a que había arreglado mesas, hecho fotos y se había ocupado de la piñata, todo ello sin hacer una sola llamada o el mínimo intento de enterarse cómo iba el partido de los Sox.

Annabelle apoyó la mano en la valla del porche y se desembalo de su disfraz de hada madrina.

– Me temo que tiene algunas manchas de hierba y le ha caído Ponche encima, con lo que no sé si podréis volverlo a usar.

– Con un Halloween ha sido suficiente -repuso Molly.

– Muchísimas gracias, Annabelle. -Phoebe le dedicó la sincera sonrisa que a él le negaba-. Has estado perfecta de hada madrina

– He disfrutado de principio a fin. ¿Cómo se encuentran las gemelas?

– De morros. Pasé a verlas hace media hora. Les fastidia haberse perdido la fiesta.

– No las culpo. Ha sido una fiesta por todo lo alto.

Sonó un móvil. Él se llevó automáticamente la mano al bolsillo olvidándose por un instante de que había desconectado el teléfono La sacó de vacío…

– Hola, cariño… -hablaba Molly por el suyo-. Sí, hemos sobrevivido, aunque no gracias a ti y a Dan. Por suerte, tu valeroso representante acudió a nuestro rescate… Sí, en serio.

Se palpó los bolsillos. ¿Dónde demonios estaba su BlackBerry?

– ¡Quiero hablar con papá! -chilló Pippi, estirando el brazo hacia el teléfono de Molly.

– Espera un segundo. Pippi quiere saludar.

Molly bajó el móvil hasta la oreja de su hija. Heath se dirigió al patio trasero. ¡Maldita sea!, pensó. No era posible que le hubiera robado dos en una sola tarde. Había debido de caérsele del bolsillo mientras corría alrededor de la piñata.

Miró debajo del árbol, en la hierba, en todos los sitios que se le ocurrieron, pero fue en vano. Se lo habría cogido la niña del bolsillo cuando se agachó para hablar con ella.

– ¿Echa algo en falta? -dijo Phoebe a su espalda, en tono zalamero-. ¿El corazón, tal vez?

– Mi BlackBerry.

– No la he visto. Pero si la encuentro, esté seguro de que se lo haré saber inmediatamente. -Parecía sincera, pero él sospechó que si la encontraba, la tiraría a la piscina.

– Muchísimas gracias -dijo.

Annabelle y Molly habían vuelto al patio trasero, pero Pippi parecía haberse marchado con Hannah.

– Estoy reventada -dijo Molly-, y eso que yo estoy acostumbrada a estar con niños. Pobre Annabelle.

– No me lo habría perdido por nada del mundo. -Annabelle empezó a recoger platos poniendo gran cuidado en ignorarle.

Phoebe sacudió la mano indicándole que parara.

– Deja todo eso. Mi servicio de limpieza llegará enseguida. Mientras trabajan, voy a poner los pies en alto y recuperarme. No he empezado el último libro del club de lectura, y tengo que hacer méritos para compensar que no me acabé el anterior.

– Ese libro era un fiasco -dijo Annabelle-. No sé en qué estaría pensando Krystal cuando lo eligió.

Heath aguzó el oído. ¿Anabelle y Phoebe asistían juntas a un club de lectura? ¿Qué otros secretos interesantes le ocultaba? Molly bostezó y se desperezó.

– Me gusta la idea de Sharon de dar a los tíos un libro para que lo lean cuando nos vayamos de retiro. El año pasado, si no estaban en el lago o con nosotras, se pasaban el rato repasando viejos partidos. Digan lo que digan, eso ha de hacerse aburrido al cabo de un rato.

Cada célula del cuerpo de Heath se puso en máxima alerta.

– No dejéis que elija Darnell -dijo Phoebe-. Ahora está colgado de García Márquez, y no me imagino a los demás tíos entusiasmados con Cien años de soledad.

Sólo había un Darnell al que pudieran referirse, y ése era Darnell Pruitt, el antiguo placador en ataque estrella de los Stars. A Heath le iba la cabeza a cien. ¿En qué clase de club de lectura andaba metida Annabelle?

Y aún más importante… ¿cómo iba él a sacar tajada del asunto, exactamente?

10

Annabelle recogió unos cuantos platos de papel más, pese a que Phoebe le había dicho que no se molestara. Le aterraba la idea de estar encerrada en el coche con Heath durante el viaje de vuelta. Phoebe rebañó una pizca del revestimiento de helado rosa de las ruinas de la tarta castillo y se la llevó a la boca.

– Dan y yo tenemos ya ganas de irnos de retiro. Cualquier excusa nos vale para ir al lago Wind. A Molly, desde luego, le tocó la lotería al casarse con un hombre con camping propio.

– Con lo poco que falta para la concentración del equipo, será el último descanso que podamos tomarnos en bastante tiempo. -Molly se volvió hacia Annabelle-. Casi se me olvida. Cancelaron la reserva de una de las cabañas. Podéis compartirla Janine y tú, ya que estáis las dos solteras, ¿o prefieres quedarte con tu habitación en el bed & breakfast.

Annabelle se lo pensó. Aunque nunca había estado en el camping del lago Wind, sabía que tenía tanto un albergue Victoriano con derecho a cama y desayuno como un cierto número de pequeñas cabañas.

– Creo que…

– La cabaña, sin duda -dijo Heath-. Parece que Annabelle no ha mencionado que me ordenó acompañarla.

Annabelle se volvió a mirarle con ojos asombrados.

A Phoebe se le congeló el dedo sobre el revestimiento del pastel.

– ¿Viene usted al retiro?

Annabelle observó que a Heath le palpitaba una venita en la base del cuello. A él esto le encantaba. Podía ponerle en evidencia con unas pocas palabras, pero era un adicto a la adrenalina y ya había tirado los dados.

– Nunca he podido resistirme a aceptar una apuesta -dijo él-. Ella cree que soy incapaz de pasarme una semana entera sin mi móvil.

– Ya te cuesta aguantar durante una cena -masculló Molly.

– Espero que las dos os disculpéis cuando os haya demostrado lo muy equivocadas que estáis.

Molly y Phoebe se volvieron hacia Annabelle con idéntica expresión inquisitiva. Su orgullo herido le pedía que le castigara. De inmediato. Merecía su libra de carne por la forma en que la había despedido, a sangre fría.