Выбрать главу

– He oído que estuviste viendo a Jack Riley en IMG.

– Estoy viendo a mucha gente.

– Deberías oír al menos lo que Heath tenga que decir. El tío es listo.

– Heath Champion es el primero de mi lista de gente a la que no debo llamar. Ya tengo suficientes formas de hacer infeliz a Phoebe -Dean se volvió hacia Annabelle-. ¿Le gustaría venir conmigo a la playa mañana?

Ella no se esperaba algo así, y se quedó perpleja. También escamada.

– ¿Porqué?

– ¿Puedo ser sincero?

– No lo sé. ¿Puede?

– Necesito protección.

– ¿Solar, para no ponerse demasiado moreno?

– No. -Hizo centellear su sonrisa de chico encantador-. Me encanta la playa, pero me reconoce tanta gente que me es difícil refrescarme. Normalmente, si estoy con una mujer, la gente me deja un poco más de aire.

– ¿Y yo soy la única mujer que puede encontrar que quiera acompañarle? Eso lo dudo.

Él pestañeó.

– No se lo tome a mal, pero estaré más relajado si invito a una con la que no esté pensando en acostarme.

Annabelle soltó una carcajada.

– El pobre Dean necesita una amiga, no una amante. -Bodie se rió discretamente.

– La invito a usted también, señora Palmer -dijo Dean, muy educado.

– Cariño, ni un bombón como tú va a conseguir que me exhiba en público en traje de baño.

– ¿Qué dice, Annabelle? -Dean señaló con un gesto de la cabeza a la orilla del lago-. Podemos ir a la playa de Oak Street. Llevare una nevera. Podemos andar por ahí, nadar, escuchar música. Será divertido. Puede rebajar su nivel de exigencia un par de horas, ¿no?

Su vida se había vuelto muy extraña desde que conoció a Heath Champion. El joven deportista más deseado de Chicago acababa de pedirle que pasara la tarde del domingo tirada en la playa con él, cuando apenas dos días antes sentía lástima de sí misma porque no tenía ningún plan para el fin de semana del Cuatro de Julio.

– Siempre que me prometa que no se comerá con los ojos a mujeres más jóvenes estando conmigo.

– ¡Nunca haría eso! -declaró, olvidándose al parecer de la patinadora morena.

– Sólo quería dejarlo claro.

Y no lo hizo.

Tampoco habló por el móvil ni se sacó una BlackBerry. Fue un día caluroso y despejado, y él trajo hasta una sombrilla de playa para proteger su delicada piel de pelirroja. Estuvieron tumbados en sus toallas, oyendo música, hablando cuando les apetecía y mirando el lago cuando no. Ella llevó su bañador blanco de dos piezas que tenía el corte lo bastante alto en los muslos para hacerle las piernas más largas, pero no tanto que requiriera unas ingles brasileñas. Les interrumpieron algunos admiradores, pero tampoco muchos. Aun así, todo el mundo parecía querer un poquito de Dean Robillard. Tal vez por eso ella percibió en él una extraña soledad bajo su ego hiperdesarrollado. Él eludía las preguntas relativas a su familia, y ella no quiso presionarle.

Cuando volvió a casa, la esperaban cuatro mensajes de voz, todos ellos de Heath, pidiéndole que le llamara inmediatamente. En vez de hacerlo, tomó una ducha. Estaba secándose el pelo cuando oyó el timbre de la puerta. Se ató su albornoz amarillo por la cintura y bajó las escaleras, pasándose una mano por el pelo camino de la puerta.

A través de las ondulaciones del cristal, un hombre como un armario le devolvió la mirada. La Pitón visitaba su casa por segunda vez.

11

– Este año, sólo dos cajas de galletitas de menta, chicas -dijo Annabelle al abrir la puerta-. Estoy a dieta.

Heath entró con gran ímpetu, dejándola atrás.

– ¿Comprueba alguna vez si tiene mensajes en el contestador?

Ella bajó la vista hacia sus pies descalzos.

– Ha vuelto a pillarme con mi mejor aspecto.

Él estaba en modo hiperactivo, y apenas la miró, como por lo demás procedía.

– Está guapísima. O sea, que allí estoy yo, atrapado en un seminario sobre la Biblia en Indianápolis, cuando me llega la noticia de que mi casamentera está en la playa con Dean Robillard.

– ¿Respondió al teléfono en mitad de un seminario sobre la Biblia?

– Me aburría.

– ¿Y asistía usted a esa clase porque…? Da igual. Su cliente quería que asistiera. -Cerró la puerta.

– ¿Por qué demonios le pidió Robillard que fuera con él?

– Está loco por mí. Me ocurre constantemente. Raoul dice que no puedo evitar causar ese efecto en los hombres.

– Ya. Bodie me dijo que Dean quería ir a la playa y necesitaba que alguien le apartara las moscas.

– ¿Por qué lo ha preguntado, entonces?

– Para conocer el punto de vista de Raoul.

Ella sonrió y le siguió con pasos sordos hasta el recibidor.

– Su terrorífico esbirro estaba al tanto de esto desde ayer. ¿Por qué ha esperado hasta hoy para contárselo?

– Eso me pregunto yo. ¿Tiene algo de comer?

– Algunos restos de comida tailandesa, pero les está creciendo pelo, así que no se lo recomiendo.

– Voy a pedir una pizza. ¿Cómo le gusta?

Tal vez fuera porque estaba prácticamente desnuda y no le gustaba su actitud, o a lo mejor es que era una idiota sin más, pero el caso es que se llevó una mano a la cadera, le miró con descaro y dejó que las palabras salieran de su boca.

– Me gusta caliente… y… picante.

Él bajó los párpados, posando la mirada sobre el escote de su albornoz.

– Eso mismo me dijo Raoul.

Ella se batió a toda prisa en retirada hacia las escaleras. El sonido de la discreta risa de Heath la acompañó hasta el piso de arriba.

Se tomó su tiempo para ponerse su último par de shorts limpios y una blusita azul con un remate de encaje que iba a posarse en lo que pasaba por ser su canaleta. Que tuviera que mantenerse a la defensiva no implicaba que hubiera de descuidar su aspecto. Se empolvó las mejillas dándoles un tono bronceado, se dio un toque de brillo en los labios y finalmente se pasó un peine de púa ancha por el pelo, donde algunos tirabuzones rebeldes le enmarcaban ya la cara como adornos navideños.

Cuando volvió al piso de abajo, encontró a Heath en su despacho, apoltronado en su silla con los tobillos cruzados encima de la mesa y el auricular de su teléfono encajado bajo la barbilla. Sus ojos acusaron recibo de su escote de encaje y luego de sus piernas desnudas, y sonrió. Estaba jugando con ella otra vez, pero no iba a permitirse a sí misma sacar conclusiones.

– Ya lo sé, Rocco, pero no tiene más que diez dedos. ¿Cuántos diamantes puede llevar encima? -Frunció la frente al oír la respuesta al otro lado de la línea-. Haz caso a la gente que se preocupa por ti. No digo que lo tuyo con ella no vaya en serio, pero espérate un par de meses, ¿vale? Hablamos la semana que viene. -Colgó el teléfono con rabia y bajó los pies al suelo-. Chupasangres. Esas tías ven a los chavales venir de frente y les sacan todo lo que tienen.

– ¿Estamos hablando de los mismos chavales que señalan con el dedo a las chupasangres en la recepción de los hoteles y dicen «tú, tú y tú» ¿Y que al cabo de diez minutos les están dando mil razones para no ponerse un condón?

– Sí, bueno, eso también se da. -Cogió la cerveza que le había birlado de la nevera-. Pero lo de algunas de estas mujeres es increíble. Los tíos serán duros en el campo, pero cuando termina el partido la cosa cambia. Sobre todo con los más jóvenes. De pronto les vienen todas estas mujeres preciosas diciéndoles que están enamoradas. Cuando quieres darte cuenta, los chicos les están regalando coches deportivos y anillos de diamantes para celebrar que han cumplido un mes. Y no quiero empezar a hablar de las aprovechadas que se quedan embarazadas para luego vender cara su discreción.

– Una vez más, nada que no pueda prevenirse con un condón. -Cogió una regadera de plástico azul y fue con ella hacia las violetas africanas de Nana.