– Le dije que estaban llamando a la puerta y que enseguida la llamaba. ¿Eso es un pavo silvestre?
– No lo sé. ¿Le devolvió la llamada?
– No.
– Debió hacerlo. Ahora sospechará algo.
– ¿Y qué se supone que debía decirle? ¿Que está usted obsesionado con chuparle el culo a su hermana?
– No. Se supone que debía decirle que he estado trabajando demasiado y que eso me ha puesto tan tenso que no me deja apreciar las mujeres estupendas que me está presentando.
– Eso es muy cierto. Debería darle a Zoe otra oportunidad. La arpista -añadió, por si ya se le había olvidado.
– Me acuerdo.
– El solo hecho de que piense que Adam Sandler es imbécil no implica que carezca de sentido del humor.
– A usted le hace gracia Adam Sandler -observó él.
– Sí, pero yo soy una inmadura.
El sonrió.
– Admítalo. Sabe que no era adecuada para mí. Ni siquiera creo que yo le gustara demasiado. Eso sí, tenía unas piernas magníficas. -Recostó la cabeza en el respaldo, curvando la boca como la cola de una pitón-. Dígale a Molly que no puede encontrarme esposa porque sólo pienso en el trabajo. Dígale que necesita alejarme de la ciudad el fin de semana para poder tener una charla seria conmigo sobre lo confundidas que tengo mis prioridades.
– Lo de sus prioridades es cierto.
– ¿Lo ve? Ya está haciendo progresos.
– Molly es muy lista. No se tragará eso ni por un segundo. -No añadió que Molly ya había empezado a tantearla con preguntas sobre qué tal se iba llevando con Heath.
– Usted puede salir airosa le entre ella por donde le entre. ¿Y sabe por qué, campeona? Porque no le asustan los desafíos. Porque usted, amiga mía, vive para los desafíos, y cuanto más duros mejor.
– Sí señor, ésa soy yo. Un verdadero tiburón.
– Así se habla. -Pasaron como una exhalación junto a un indicador que señalaba al pueblo de Wind Lake-. ¿Sabe por dónde va?
– El camping está en la otra punta del lago.
– Déjeme ver.
Al ir a coger la hoja arrugada con las indicaciones que tenía ella sobre el regazo, rozó con el pulgar la cara interior de su muslo, y a ella se le puso la carne de gallina. Por pensar en otra cosa, salió con un poco de agresión pasiva.
– Me sorprende que éste sea su primer viaje al camping. Kevin y Molly suben aquí cada dos por tres. No puedo creer que él no le haya invitado.
– En ningún momento he dicho que no me hayan invitado. -Dejó las instrucciones para fijarse en un indicador-. Kevin es un tío muy entero. No necesita que le lleve de la mano a todas partes como mis clientes más jóvenes.
– Se estás saliendo por la tangente. Kevin no le ha invitado nunca a subir aquí, ¿y sabes por qué? Porque no hay forma de que nadie se relaje con usted al lado.
– Que es exactamente lo que usted está intentando cambiar. -Una señal verde y blanca con letras con ribete dorado apareció la izquierda ante su vista.
CABAÑAS DE WIND LAKE
BED & BREAKFAST
FUNDADO EN 1894
Giraron por un camino estrecho que se abría paso a través de la espesura de los árboles.
– Ya sé que esto podría ser difícil de asumir, pero pienso que debería ser sincero. Todo el mundo sabe que Phoebe y usted están enfrentados, así que ¿por qué no admite sin más que vio la oportunidad de mejorar su relación y decidió aprovecharla?
– ¿Para que Phoebe se ponga a la defensiva? Me parece que no.
– Sospecho que lo va a estar igualmente.
Otra sonrisa desganada.
– No si juego bien mis cartas.
Gravilla nueva repiqueteó contra los bajos del coche, y al cabo de pocos minutos el camping apareció a la vista. Ella observó la umbría zona comunitaria, en la que un grupo de críos jugaba al softball. Casitas como de mazapán, con pequeños aleros que iban soltando pinocha, rodeaban el rectángulo de hierba. Parecía que hubieran pintado cada casa con brochas untadas en un surtido de sorbetes: una, verde lima con cenefa de mango y regaliz, otra de frambuesa con toques de limón y almendra. A través de los árboles, entrevió una franja de playa arenosa y el azul límpido del agua del lago Wind.
– No me extraña que esto le guste tanto a Kevin -dijo Heath.
– Es exactamente igual que el bosque de Nightingale de los libros de Dafne de Molly. Cuánto me alegro de que consiguiera disuadir a Kevin de la idea de venderlo. -El campamento era propiedad de la familia de Kevin desde los tiempos de su bisabuelo, un Pastor metodista itinerante que lo había fundado para organizar retiros espirituales en verano. Acabó heredándolo el padre de Kevin, luego su tía, y finalmente el propio Kevin.
– Los gastos de mantenimiento del lugar son increíbles -dijo Heath-. Siempre me pregunté por qué lo conservaba.
– Ahora ya lo sabe.
– Ahora ya lo sé. -Se quitó las gafas de sol-. Aunque yo no echo en falta salir más al campo. Crecí dando tumbos por los bosques.
– ¿Cazando y poniendo trampas?
– No mucho. Nunca me tiró lo de matar bichos.
– Prefería torturarlos lentamente.
– Qué bien me conoce.
Siguieron la carretera que rodeaba la zona comunitaria. Cada cabaña tenía un rótulo pulcramente pintado encima de la puerta: VERDES PASTOS; LECHE Y MIEL; CORDERO DE DIOS; LA ESCALERA DE JACOB… Ella se detuvo a admirar el bed & breakfast, una majestuosa construcción de estilo reina Ana, con torrecillas y amplios porches, exuberantes helechos colgantes y mecedoras de madera en las que un par de mujeres charlaban sentadas. Heath consultó las indicaciones y señaló hacia una senda estrecha que discurría en paralelo al lago.
– Gira a la izquierda.
Ella así lo hizo. Se cruzaron con una mujer mayor con binoculares y un bastón, y luego con un par de adolescentes en bicicleta. Por fin llegaron al final de la senda, y ella aparcó enfrente de la última cabaña, una casita de muñecas con un rótulo encima de la puerta que rezaba: LIRIOS DEL CAMPO. La casa, pintada de un amarillo cremoso con detalles de rosa apagado y azul claro, parecía salida de un cuento infantil. A Annabelle le cautivó. Al mismo tiempo, se sorprendió deseando que no estuviera tan apartada de las demás cabañas.
Heath bajó del coche y descargó el equipaje. La puerta mosquitera chirrió al seguirle ella hacia la sala principal de la casita. Todo estaba viejo y desportillado y quedaba hogareño: auténtico estilo añejo, nada de carísimo interiorismo al uso. Paredes color hueso, un cómodo sofá con un estampado de flores desvaído, lámparas de bronce abolladas, un arcón de pino lleno de arañazos… Ella asomo la nariz por una cocina diminuta con un anticuado horno de gas. Al lado de la nevera, una puerta daba a un porche cerrado con tela mosquitera. Annabelle salió al exterior y vio una mecedora de columpio, combadas sillas de sauce y una vetusta mesa de alas abatibles con dos sillas más de madera pintada.
Heath apareció detrás de ella.
– Ni sirenas, ni el camión de la basura ni alarmas de coche. Me había olvidado de cómo suena el verdadero silencio.
Ella aspiró el aroma fresco y húmedo de la vegetación.
– Da tal sensación de privacidad… Es como un nido.
– Se está a gusto.
Resultaba todo demasiado acogedor para ella, y volvió al interior. El resto de la casa consistía en un cuarto de baño anticuado y dos dormitorios, en el mayor de los cuales había una cama de matrimonio con cabecera de forja. Y dos maletas…
– Heath…
Él asomó la cabeza por la puerta.
– ¿Qué?
Señaló su maleta.
– Se ha dejado algo aquí dentro.
– Sólo hasta que nos juguemos la cama grande a cara o cruz.