Выбрать главу

Charmaine chasqueó la lengua.

– Te apunto la primera en mi lista de oraciones.

Sólo Phoebe parecía complacida, y sus ojos de ámbar brillaban como los de un gato.

– Me parece genial. No el hecho de que vayas a acabar enterrada en un descampado, esto lo deploro, y me aseguraré de que caiga sobre él todo el peso de la ley. Pero me encanta saber que una chiquilla se la haya colado a la gran Pitón.

Molly miró a su hermana con furia.

– Precisamente por eso Christine Jeffrey no deja que su hija se quede a dormir con las gemelas. Asustas a la gente. -Luego se dirigió a Annabelle-: ¿Qué quieres que hagamos?

– Que no mencionéis el nombre de Gwen estando él presente, nada más. No veo por qué habrían de nombrarla los hombres, así que me encomendaré a la suerte por lo que a ellos respecta. Salvo que a alguna se le ocurra una forma de sugerirlo sin tener que decirles lo que hice.

– Yo voto que les contemos la verdad -dijo Phoebe-. Se pasarán meses riéndose de él a su espalda.

– No vas a conseguir ni un voto. No en nada que tenga que ver con la Pitón.

– Pero qué injusticia -dijo Phoebe, y dio un resoplido.

Charmaine le dio unas palmaditas en el brazo.

– Te pones un poco irracional con ese tema.

Desde la playa llegó el sonido de risas varoniles.

– Más vale que volvamos -dijo Molly-. Mañana tenemos todo el día para hablar de los problemas de Annabelle, incluido por qué se ha traído aquí a Heath, de entrada.

Sharon parecía preocupada.

– Creo que eso salta a la vista. En serio, Annabelle, ¿en qué estabas pensando?

– ¡Son negocios! -exclamó.

– Un poco turbios -murmuró Krystal.

– A Heath le hacía falta evadirse un poco, y yo necesito una ocasión para descubrir por qué no hay forma de encontrarle pareja. No hay nada más.

Charmaine intercambió con Phoebe una mirada significativa, dispuesta a añadir algo, pero Molly acudió al rescate de Annabelle.

– Más vale que volvamos antes de que empiecen a rememorar partidos.

Se encaminaron todas al extremo del embarcadero. Y se pararon en seco.

Phoebe fue la primera en romper el largo silencio. Con su voz ronca y sensual, expresó lo que todas estaban pensando.

– Señoras, bienvenidas al jardín de los dioses.

Sharon habló muy pausadamente, con el murmullo del agua de fondo.

– Cuando estás al lado de ellos no acabas de apreciar el impacto del conjunto.

La voz de Krystal tenía un deje soñador.

– Podemos apreciarlo ahora.

Los hombres estaban de pie alrededor del fuego… los seis… a cuál más atractivo. Phoebe se pasó la lengua por el labio inferior y señaló al mayor de todos, un gigante rubio con una mano plantada en la cadera. Un día que ella nunca olvidaría, en el Midwest Sports Dome, Dan Calebow le había salvado la vida con un lanzamiento espiral perfecto.

– Elijo a ése -dijo suavemente-. Por siempre jamás.

Molly deslizó su brazo en torno al de su hermana y dijo, con la misma suavidad:

– Yo me quedaré con el chico de oro que está a su lado. Por siempre jamás. -Kevin Tucker, moreno y en forma, tenía los ojos color de avellana y un talento excepcional que le había granjeado dos anillos de la Super Bowl, pero todavía le decía a la gente que la noche en que tomó a Molly por un ladrón fue la más afortunada de su vida.

– Yo me quedo con aquel buen hermano, el que tiene los ojos conmovedores y esa sonrisa que me funde el corazón. -Krystal señalaba a Webster Greer, el segundo en corpulencia de los hombres reunidos en torno a las llamas-. Por más que me saque de quicio, me volvería a casar con él mañana mismo.

Charmaine contemplaba al más corpulento y amenazador de los dioses. Darnell Pruitt llevaba la camisa de seda desabrochada hasta la cintura, descubriendo un pecho musculoso y un trío de cadenas de oro. Con la luz del fuego convirtiendo su piel en ébano pulido, parecía un antiguo rey africano. Ella se apretó la base del cuello con la punta de los dedos.

– Todavía no lo acabo de entender. Debería tenerle miedo.

– Y es al revés. -La sonrisa de Janine tenía un dejo de añoranza-. Prestadme uno, alguna. Para esta noche sólo.

– El mío no -dijo Sharon. El hecho de que Ron McDermitt fuera el hombre más pequeño en torno a la hoguera y un cateto confeso no empañaba su bestial magnetismo sexual, sobre todo cuando las gafas de sol adecuadas hacían de él un clon de Tom Cruise.

Una a una, las mujeres fueron a posar sus miradas en Heath. Ágil, de mentón cuadrado, con el crespo pelo castaño espolvoreado de oro por el fuego, se erguía en el centro exacto de este grupo de guerreros de élite, como uno de ellos y a la vez como alguien separado de algún modo. Él era más joven, y la dureza labrada en mil batallas de sus rasgos se había cincelado en las mesas de negociación y no en la cancha, pero eso no hacía su aspecto menos imponente. Ése era un hombre a tener en cuenta.

– Da miedo lo bien que encaja en el grupo -apuntó Molly.

– Es el truco favorito de los no-muertos -dijo Phoebe, cortante-. Pueden adoptar cualquier forma y convertirse en lo que cualquiera quiera ver.

Annabelle reprimió un fuerte impulso de salir en su defensa.

– Un cerebro de Harvard, el refinamiento de un alto ejecutivo y el encanto de un chico de pueblo -dijo Charmaine-. Por eso los jóvenes quieren firmar con él.

Phoebe pateó el muelle con la punta de su zapatilla.

– Un hombre como Heath Champion sólo sirve para una cosa.

– Ya estamos otra vez -masculló Molly.

Phoebe frunció un labio.

– Para diana en prácticas de tiro.

– ¡Para ya! -le espetó Annabelle.

Todas la miraron. Annabelle aflojó los puños y trato de suavizar la cosa.

– Lo que quiero decir es que… o sea… Si un hombre dijera algo así de una mujer, la gente lo metería en la cárcel. Así que creo que tal vez… en fin… que tampoco una mujer debería decirlo de un hombre.

Phoebe parecía fascinada con el rebote de Annabelle.

– A la Pitón le ha salido quien le defienda.

– Sólo digo que… -murmuró Annabelle.

– Lo que ha dicho es cierto. -Krystal echó a andar hacia la playa-. Es difícil educar a los chicos para que vayan bien de autoestima. Y esa clase de cosas no ayudan.

– Tienes razón. -Phoebe le pasó el brazo a Annabelle por la cintura-. Soy madre de un hijo, y debería saberlo. Es sólo que estoy… un poco inquieta. Tengo más experiencia con Heath que tú.

Su preocupación era sincera, y Annabelle no pudo permanecer enfadada.

– No tienes de qué preocuparte, de verdad.

– No es fácil evitarlo. Me siento culpable.

– ¿Porqué?

Phoebe aflojó el paso lo justo para quedarse rezagada de las demás. Le dio a Annabelle las mismas palmaditas que daba a sus hijos cuando estaba preocupada.

– Intento encontrar una forma de decirte esto con tacto, pero no doy con ella. ¿Eres consciente, verdad, de que te está utilizando para acceder a mí?

– No le puedes reprochar que lo intente -dijo Annabelle con toda calma-. Es un buen representante. Todo el mundo lo dice. Tal vez sea el momento de olvidar lo pasado. -Lamentó sus palabras nada más pronunciarlas. Desconocía por completo los mecanismos internos de la Liga Nacional de Fútbol, y no debería presumir que podía decirle a Phoebe cómo administrar su imperio.

Pero Phoebe se limitó a suspirar y a soltarla de la cintura.

– No hay representantes buenos. Pero, al menos, algunos de ellos no ponen tanto empeño en apuñalarte por la espalda.

Heath había olido el peligro, y se acercaba a ellas a grandes zancadas.

– Ron le había puesto el ojo encima al último bizcocho, Annabelle, pero yo llegué primero. Ya he visto lo quisquillosa que se vuelve si pasa demasiado tiempo sin chocolate.

A ella le iban más los caramelos, pero no quiso contradecirle enfrente de su archienemiga, y cogió el bizcocho que le ofrecía.