Estaban tan a gusto repasando la ronda cuando, sin venir a cuento, Darnell decidió que tenía que aguar la fiesta.
– Ya es hora de que hablemos de nuestro libro -dijo-. ¿Se lo ha leído todo el mundo, como se supone que debíamos hacer?
Heath asintió al igual que los demás. La semana anterior, Annabelle le había dejado un mensaje con el título de la novela que supuestamente habían de leer los hombres, la historia de un grupo de alpinistas. Heath ya no solía leer por placer, y le encantó tener una excusa para hacerlo. Cuando era un crío, la biblioteca pública había constituido su refugio, pero al llegar al instituto ya se vio liado con las exigencias de tener dos trabajos, jugar al fútbol y estudiar para sacar los sobresalientes que le harían dejar atrás para siempre el camping de caravanas Beau Vista. Leer por gusto se había perdido por el camino, junto con muchos otros sencillos placeres.
Darnell apoyó un brazo en la mesa.
– ¿Alguien quiere poner la pelota en juego?
Se produjo un largo silencio.
– A mí me gustó-dijo al fin Dan.
– A mí también -contribuyó Kevin.
Webster levantó la mano para pedir otra Coca-Cola.
– Lo encontré bastante interesante.
Se miraron los unos a los otros.
– La trama estaba bien -sentenció Ron.
Cayeron en un silencio aún más largo.
Kevin plegó como un acordeón el envoltorio de una pajita. Ron enredaba con el salero. Webster miraba en todas direcciones preguntándose por su Coca-Cola. Darnell volvió a intentarlo:
– ¿Qué os pareció la reacción de los tipos la primera noche que pasan en la montaña?
– Bastante interesante.
– Sí, no está mal.
Darnell se tomaba esto de la literatura muy en serio, y en sus ojos empezaban a formarse nubes que anunciaban tormenta. Dirigió a Heath una mirada amenazadora.
– ¿Tú tienes algo que decir?
Heath dejó la hamburguesa en la mesa.
– Combinar la aventura, la ironía y un sentimentalismo descarado, y que el conjunto quede logrado, es más difícil de lo que parece, sobre todo en una novela con un concepto central tan fuerte. Podemos preguntarnos: ¿dónde está el conflicto? ¿Es la lucha del hombre contra la naturaleza, del hombre contra el hombre, del hombre contra sí mismo? Una exploración bastante compleja de la moderna sensación de desarraigo. Trasfondo sombrío con pinceladas de humor. En mi opinión, funcionaba.
Aquello hizo que todos prorrumpieran en carcajadas. Incluso Darnell.
Por fin, se calmaron. A Webster le trajeron su Coca-Cola, Dan dio con un bote de ketchup lleno, y la conversación volvió al tema del que todos querían hablar excepto Darnell.
El fútbol.
Después de comer, el club de lectura se fue a dar un paseo por el campamento y continuar discutiendo las biografías de mujeres famosas que se habían leído. Annabelle había devorado sendos libros sobre las vidas de Katharine Graham y Mary Kay Ash. Phoebe se había centrado en Eleanor Roosevelt, Charmaine en Josephine Baker y Krystal en Coco Chanel. Janine había leído diversas biografías de supervivientes al cáncer, y Sharon explorado la vida de Frida Kahlo. Molly, como no era de extrañar, había elegido a Beatrix Potter. En su conversación, relacionaban las vidas de aquellas mujeres con las suyas propias, buscaban temas comunes y examinaban la capacidad para la supervivencia de cada una.
Después del paseo, volvieron al cenador privado de Kevin y Molly. Janine empezó a desplegar un surtido de revistas viejas, catálogos y reproducciones artísticas.
– Esto es algo que hicimos en mi grupo de apoyo a enfermos de cáncer -dijo-. Resultó muy revelador. Vamos a recortar palabras e imágenes que nos atraigan y a juntarlas cada una en un collage. Cuando hayamos terminado, los comentaremos.
Annabelle podía reconocer una mina terrestre si se la ponían delante, y fue muy cauta con lo que elegía. Desgraciadamente, no lo bastante.
– Ese hombre se parece un montón a Heath. -Molly señalaba a un macizo modelo con una camisa de Van Heusen que Annabelle había pegado en la esquina superior izquierda de su póster.
– No es cierto -dijo protestando Annabelle-. Representa la clase de clientes varones a los que quiero que atraiga Perfecta para Ti.
– ¿Qué me dices de estos muebles de dormitorio? -Charmaine señaló una cama estilo imperio de Crate & Barrel-. ¿Y la niña y el perro?
– Están en el otro extremo del papel. Vida profesional. Vida privada. Totalmente separadas.
Por fortuna, justo en aquel momento, trajeron la bandeja con los postres, así que dejaron de interrogarla, pero ni siquiera con una porción de tarta de limón consiguió dejar de flagelarse por lo de la noche anterior. ¿Era estúpida de nacimiento o se trataba de una habilidad que había desarrollado con esfuerzo? Y todavía le quedaba toda una larga noche por delante…
– ¡Tuíncepe!
Heath se sobresaltó al ver venir trotando hacia él al pequeño demonio de la laguna azul en miniatura con su bañador de lunares, sus botas de lluvia rojas y una gorra de béisbol que le caía tan por debajo de las orejas que sólo dejaba asomar las puntas rizadas de su pelo rubio. Cogió el periódico que guardaba bajo la silla de playa e hizo como que no la veía.
Los hombres habían echado un par de partidos al veintiuno después del almuerzo, y luego Heath volvió a la cabaña para hacer algunas llamadas. Más tarde se puso el traje de baño y bajó a la playa, donde supuestamente habían quedado en reunirse con las mujeres para nadar un poco antes de ir todos juntos a cenar al pueblo. Pese al rato pasado al teléfono, empezaba a tener la sensación de estar realmente de vacaciones.
– ¿Tuíncepe?
Se acercó aún más el periódico a la cara, en la esperanza de que Pippi se marcharía si la ignoraba. Era impredecible, y esto le hacía sentirse incómodo. ¿Quién sabía con qué podría salir a continuaron? A su izquierda, a cierta distancia, Webster y Kevin jugaban al Frisbee con algunos de los críos que había en el camping. Darnell se encontraba tumbado en una toalla de playa del ratón Mickey, absorto en la lectura de un libro. Heath sintió en el brazo los golpecitos de unos dedos diminutos y llenos de arena. Pasó una página.
– ¿Tuíncepe?
El no despegó los ojos del titular.
– No hay ningún tuíncepe por aquí.
Ella tiró de la pernera de su bañador y lo repitió por cuarta vez sólo que ésta sonó algo así como puíncepe, y fue entonces cuando lo entendió. «Príncipe». Le estaba llamando príncipe. Lo que resultaba más cariñoso que «capullo», desde luego.
La miró de soslayo tras el periódico.
– No me he traído el teléfono.
Ella le sonrió de oreja a oreja y se dio unas palmadas en su tripita redonda.
– Tengo un bebé.
Dejó el periódico y buscó desesperadamente a su padre con la mirada, pero Kevin estaba enseñando a un crío muy delgado con un corte de pelo lamentable cómo lanzar el frisbe más lejos.
– Hola, Pip.
Se volvió como un relámpago al sonido de aquella familiar voz femenina y vio a la caballería caminando hacia él bajo la forma de su menuda y sexy casamentera, encantadoramente vestida con un bikini blanco de modoso corte. Un corazón de plástico con los colores del arco iris unía las copas de la pieza superior plisando la tela, y un segundo corazón, éste más grande e impreso directamente sobre el tejido, adornaba su cadera. No podía apreciar en ella ni un solo contorno duro o ángulo marcado por ningún lado. Era toda curvas amables y perfiles suaves: hombros estrechos, cintura escueta, caderas redondas y unos muslos que a ella, siendo mujer, le parecerían a buen seguro demasiado gruesos, pero que a él, siendo hombre, le pedían a gritos que restregara en ellos el morro.