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– ¡Belle! -chilló Pippi.

Heath tragó saliva.

– En la vida me había alegrado tanto de ver a alguien -dijo.

– ¿Y eso por qué? -Annabelle se detuvo junto a su silla, pero se negó a mirarle directamente. No había olvidado la noche anterior, cosa que a él ya le estaba bien. No quería que lo olvidara, para que quedara claro que él era una víbora, tal como ella había dicho, pero no imposible de redimir. Por mucho que hubiera disfrutado del episodio, y lo había disfrutado, de todas todas, no habría segunda función. Era mal chico, pero no tan malo.

– ¿Sabes qué? -Pippi empezó a frotarse la barriga otra vez-. Tengo un bebé en la tripita.

Annabelle pareció muy interesada.

– ¿De verdad? ¿Cómo se llama?

– Papi.

Heath hizo una mueca de disgusto.

– ¿Lo ve? Por eso-dijo.

Annabelle rió. Pippi se despatarró en la arena y se rascó una mora de esmalte azul de la uña de su dedo gordo.

– El puíncepe no tiene el teléfono.

Annabelle se sentó en la arena junto a ella, con cara de perplejidad.

– No te entiendo.

Pippi dio unas palmadas en la pantorrilla de Heath con su mano llena de arena.

– El puíncepe. No tiene el teléfono.

Annabelle alzó la mirada hacia él.

– Lo del teléfono lo he entendido, pero ¿qué es eso otro que dice?

Heath rechinó los dientes.

– El príncipe. Ése soy yo.

Annabelle sonrió y estrechó entre sus brazos a la pequeña alborotadora, que se lanzó a un monólogo sobre cómo Dafne la conejita solía ir a jugar con ella a su habitación pero ya no iba porque Pippi se había hecho muy mayor. Annabelle ladeó la cabeza para escucharla, y al hacerlo, con el pelo le rozó el muslo a Heath, que casi se levanta de un brinco de la silla.

Pippi se fue corriendo, finalmente, a reunirse con su padre y pedirle que le acompañara al agua. Él accedió, aunque sostuvieron una pequeña disputa en torno a las botas de agua que se acabó resolviendo a su favor.

– Adoro a esa cría. -La expresión de Annabelle incorporaba una nota de añoranza-. Tiene mucho carácter.

– Lo que la llevará a meterse en problemas cuando la encarcelen.

– ¿Quiere hacer el favor de parar?

Su pelo volvió a rozarle el muslo. Tanta estimulación le superaba, y se puso en pie como por un resorte.

– Me voy a nadar. ¿Me acompaña?

Ella dirigió una mirada anhelante al lago.

– Creo que me quedo aquí.

– Vamos, no sea gallina. -La agarró por el brazo y la hizo levantarse-. ¿O es que tiene miedo de mojarse el pelo?

Ella se revolvió como un relámpago, soltándose, y echó a correr hacia el agua.

– El último que llegue a la plataforma es un idiota obsesivo-compulsivo. -Se lanzó de cabeza y empezó a nadar. Heath la siguió de inmediato. Aunque era buena nadadora, él le ganaba en resistencia. Sin embargo, aflojó el ritmo cuando estaba a punto de llegar para que ganara ella.

En cuanto tocó la escalera, Annabelle le premió con una de esas sonrisas suyas que parecían llenarle la cara entera.

– Ha perdido, mariquita.

Eso pasaba de la raya, y Heath le hizo una ahogadilla.

Estuvieron así un rato, haciendo el tonto, subiéndose a la plataforma, tirándose de cabeza y atacándose. El hecho de haber crecido con dos hermanos mayores le había enseñado no pocos trucos sucios, y su expresión de júbilo cada vez que conseguía aplicarle uno era impagable. Una vez más, intentó sonsacarle qué quería decir la D de su segundo nombre. Él se negó a decírselo, y ella le llenó la cara de agua. Tanto hacer el tonto le dio a Heath una buena excusa para ponerle las manos encima, pero acabó por tocarla demasiado rato y ella se soltó.

– Ya he tenido suficiente. Me vuelvo a la cabaña a descansar un poco antes de cenar.

– La entiendo. Ya se va haciendo mayor.

Pero no consiguió picarla, y ella se fue nadando. Él la observó vadear la orilla hasta la arena. Se le había enrollado la pieza inferior del bikini, descubriendo dos nalgas redondas perladas de agua. Se llevó la mano atrás, metió un dedo por debajo del bañador y se lo puso en su sitio. Heath emitió un gruñido y se sumergió, pero el agua distaba mucho de estar lo bastante fría, y tardó un rato en recuperarse.

Cuando volvió a la playa, estuvo un rato de cháchara con Charmaine y Darnell, pero sin dejar de tener presente a Phoebe, que yacía en una tumbona a pocos pasos. Llevaba un sombrero de paja grande, un bañador negro, de una pieza y corte bajo, un pareo de estampado tropical enrollado por la cintura y un rótulo invisible que decía NO MOLESTAR. Heath decidió que había llegado el momento de tomar la iniciativa. Se disculpó con los Pruitt y se acercó a ella.

– ¿Le importa que me siente aquí en la arena para que hablemos un rato?- dijo.

Ella bajó los párpados tras sus gafas de sol de cristales rosas.

– Con lo bien que me estaba yendo el día hasta ahora.

– Todo lo bueno ha de llegar a su fin. -En vez de ocupar la tumbona vacía que había junto a ella, le concedió la ventaja de la posición superior y se sentó en una toalla abandonada en la arena-. Hay una cosa que vengo preguntándome desde aquella fiesta de las niñas.

– Ah, ¿sí?

– ¿Cómo es posible que una vampiresa como usted tuviera una niña tan dulce como Hannah?

Por una vez, se echó a reír.

– Serán los genes de Dan.

– ¿La oyó hablarles a las pequeñas sobre los globos?

Finalmente, se dignó a dirigirle la mirada.

– Creo que me perdí esa conversación.

– Les decía que si les explotaba un globo podían llorar si les apetecía, pero sólo era que algún hada cascarrabias se lo había pinchado con una aguja. ¿De dónde saca semejantes historias?

Ella sonrió.

– Hannah tiene mucha imaginación.

– Seguro. Es una cría muy especial.

Hasta los magnates más feroces se enternecían cuando de sus hijos se trataba, y el hielo se resquebrajó un poquito más.

– Nos preocupamos más por ella que por el resto. Es tan sensible…

– Teniendo en cuenta quiénes son sus padres, sospecho que será más dura de lo que piensa. -Debería estar avergonzado de forzar la nota tan descaradamente, pero Hannah era realmente una chica estupenda, y no se sentía demasiado mal por ello.

– No sé. La verdad es que siente las cosas muy adentro.

– Lo que usted llama sensibilidad yo lo llamo dotes psicológicas. Cuando haya aprobado noveno, envíemela y le daré trabajo. Necesito a alguien que me ponga en contacto con mi lado femenino.

Phoebe se echó a reír, con una risa que sonó franca.

– Lo pensaré. Puede que sea útil tener un espía en campo enemigo.

– Venga, Phoebe. Yo era un chulito que intentaba demostrar a todo el mundo lo duro que era. La cagué, y los dos lo sabemos. Pero no la he vuelto a putear desde entonces.

La expresión de Phoebe se ensombreció.

– Ahora va a por Annabelle.

Así, de pronto, su frágil camaradería se evaporó. Heath habló con cautela.

– ¿Eso es lo que cree que estoy haciendo?

– La está utilizando para llegar hasta mí, y no me gusta.

– No es fácil utilizar a Annabelle. Es bastante lista.

Phoebe le lanzó esa mirada suya que quería decir «no me venga con tonterías».

– Ella es especial, Heath, y es mi amiga. Perfecta para Ti lo es todo para ella. Usted está liando las cosas.

Una afirmación bastante justa, pero aun así, Heath notó que un nudo de enojo se le formaba bajo el esternón.