– No le da usted la confianza que se merece.
– Es ella la que no confía en sí misma lo bastante. Eso es lo que la hace vulnerable. En su familia están convencidos de que es una fracasada porque no tiene ingresos de seis dígitos. Necesita concentrarse en hacer que su negocio funcione, y tengo la sensación de que usted se ha convertido deliberadamente en una distracción muy negativa.
El olvidó que tenía por norma no ponerse nunca a la defensiva.
– ¿A qué se refiere exactamente?
– Vi cómo la miraba anoche.
La insinuación de que pudiera hacerle daño a Annabelle deliberadamente le sentó como un tiro. No era su padre. No utilizaba a las mujeres, y sobre todo no utilizaría a una mujer que le gustase. Pero estaba tratando con Phoebe Calebow, y no podía permitirse el lujo de perder los estribos, de modo que recurrió a su inagotable reserva de autodominio… y la encontró agotada.
– Annabelle es amiga mía, y no tengo por costumbre hacer daño a mis amigos. -Se puso en pie-. Claro que usted no me conoce lo bastante bien como para saberlo, ¿no?
Al alejarse, iba diciéndose de todo menos bonito. Él nunca perdía el control. Nunca jamás perdía el puto control. Y sin embargo, acababa básicamente de mandar al infierno a Phoebe Calebow. ¿Y por qué? Porque en lo que le había dicho anidaba suficiente verdad como para que le doliera. El hecho era que había incurrido en falta, y Phoebe le había levantado el banderín señalándosela.
Annabelle esperaba a Heath en el porche de entrada del bed & breakfast junto a Janine, a quien había invitado a acompañarles en el coche a cenar al pueblo. Había permanecido en su dormitorio de la cabaña hasta que oyó entrar a Heath. En cuanto oyó correr el agua de la ducha, garrapateó rápidamente una nota, la dejó sobre la mesa y se escapó. Cuanto menos tiempo pasara a solas con él, mucho mejor.
– ¿Alguna pista sobre la misteriosa sorpresa de Krystal? -Janine enderezó el cierre de su collar de plata mientras aguardaban sentadas en las mecedoras del porche.
– No, pero espero que engorde. -La verdad era que a Annabelle le daba igual cuál fuera la sorpresa, con tal de que la mantuviera lejos de Heath después de cenar.
Por fin llegó con el coche, y Annabelle insistió en que Janine se sentara delante con él. De camino al pueblo, Heath se interesó por sus libros. No había leído jamás una línea escrita por ella, pero para cuando llegaron a la fonda ya la había convencido de que tenía todo lo necesario para convertirse en la próxima J. K. Rowling. Lo extraño era que daba la impresión de creérselo. La Pitón sabía cómo motivar a la gente, de eso no cabía duda.
La decoración rústica, en madera, de la fonda de Wind Lake acompañaba perfectamente un variado menú de ternera, pescado y caza. La conversación estuvo animada, y Annabelle redujo la ingesta de alcohol a una única copa de vino. Mientras atacaban los entrantes, Phoebe preguntó a los hombres qué tal había ido el debate sobre su libro. Darnell abrió la boca para responder y su diente centelleó, pero Ron se le adelantó.
– Salieron tantas cosas que no sé ni por dónde empezar. ¿Dan?
– Fue muy intenso, desde luego -dijo el director general de los Stars.
Kevin adoptó una actitud reflexiva.
– Compartimos muchas impresiones.
– ¿Intenso? -Darnell puso ceño-. Fue…
– Seguramente, Heath podría resumirlo mejor que cualquiera de nosotros -terció Webster.
Los demás asintieron con solemnidad y volvieron sus mirad hacia Heath, que dejó el tenedor.
– Dudo que fuera capaz de haceros justicia. ¿Quién habría pensado que pudiéramos tener tantas opiniones distintas sobre el nihilismo posmoderno?
Molly miró a Phoebe.
– No han hablado del libro en absoluto.
– Ya te dije que no lo harían -respondió su hermana.
Charmaine estiró el brazo para frotarle la espalda a su marido.
– Lo siento, cariño. Sabes que intenté convencer a las chicas de que te dejaran unirte a nuestro grupo, pero dicen que echarías a perder nuestra dinámica.
– Aparte de intimidarnos para que leamos Cien años de soledad -añadió Janine.
– ¡Es un libro fantástico! -exclamó Darnell-. Aquí nadie está dispuesto a plantearse un desafío intelectual.
Kevin ya había oído alguna vez a Darnell sermonear a la gente sobre sus gustos literarios, e intervino rápidamente para cambiar de tema.
– Todos sabemos que tienes razón, y estamos avergonzados, ¿verdad, tíos?
– Yo sí.
– Y yo.
– Se me hace casi insoportable mirarme al espejo.
Kevin recurrió a Annabelle como siguiente distracción para evitar que Darnell se exaltara.
– ¿Y qué es esto que he oído de que sales con Dean Robillard?
Todos cuantos estaban a la mesa dejaron de comer. Heath bajo el cuchillo. Las mujeres giraron la cabeza. Molly clavó la vista en los verdes ojos, no tan inocentes, de su marido.
– Annabelle no sale con Dean Robillard. Nos lo habría contado.
– De verdad que no -dijo Annabelle.
Kevin Tucker, el quarterback más avispado de la Liga Nacional de Fútbol, se rascó la nuca como si fuera un tarado, eso sí, de muy buen ver.
– Estoy confuso. Hablé con Dean el viernes, y comentó que salisteis los dos la semana pasada y que se lo pasó muy bien.
– Bueno, fuimos a la playa…
– ¿Fuiste a la playa con Dean Robillard y no se te ocurrió mencionarlo? -exclamó Krystal horrorizada.
– Fue… una cosa improvisada.
Hubo un murmullo de agitación entre las mujeres. Kevin tenía intención de seguir enredando y no esperó a que se calmaran.
– ¿Y entonces, tiene intención Dean de volver a quedar contigo?
– No, claro que no. No. Quiero decir… ¿sí? ¿Por qué? ¿Dijo algo?
– No sé, es la impresión que saqué. Tal vez le entendí mal.
– Estoy segura de que sí.
Heath permanecía imperturbable, un hecho que llamó la atención de Phoebe.
– Su pequeña casamentera se está espabilando, desde luego.
– Me alegro -dijo Sharon-. Ya era hora de que saliera de su caparazón.
Heath miró a Annabelle recelosamente.
– ¿Estaba en un caparazón?
– Más o menos.
Charmaine la miró desde el lado opuesto de la mesa.
– ¿Nos está permitido hablar de tu infortunado compromiso?
Annabelle suspiró.
– ¿Por qué no? Según parece, estamos examinando todos los aspectos de mi vida.
– Yo me quedé de piedra -dijo Kevin-. Jugué al golf con Rob un par de veces. Tenía un swing horroroso, pero así y todo…
Molly puso la mano sobre la suya.
– Ya han pasado dos años, pero a Kevin todavía le cuesta aceptarlo.
Kevin sacudió la cabeza.
– Tengo la sensación de que debería invitarle… invitarla… a jugar otra vez, sólo para demostrar que soy abierto de ideas, cosa que soy, bajo circunstancias normales, pero Annabelle me cae bien, y Rob sabía desde un principio que tenía un problema. Nunca debió pedirle que se casara con él.
– Recuerdo el swing de Rob -dijo Webster.
– Sí, yo también me acuerdo. -Dan sacudió la cabeza con disgusto.
Se hizo un breve silencio. Kevin miró a su cuñado.
– ¿Estás pensando lo mismo que yo?
– Sí.
– Yo también -dijo Webster.
Ron asintió. Al igual que el resto. Heath sonrió y todos volvieron a concentrarse en sus platos.
– ¿Qué? -exclamó Molly.
Kevin sacudió la cabeza.
– Que no hay en el mundo operación de cambio de sexo que pueda arreglar ese swing.
Las mujeres dejaron a los hombres en la fonda y volvieron al bed & breakfast. Una vez allí, Krystal las encerró en un acogedor salón de la parte de atrás, corrió las cortinas y bajó las luces.