No recordaba que hubiera llegado a conciliar el sueño, pero debió de hacerlo, porque era de día cuando tembló el suelo. Abrió un ojo, vio un rostro al que no estaba preparado para hacer frente y hundió la cara en la almohada. Otro pequeño terremoto sacudió el colchón. Abrió los párpados y pestañeó cuando un rayo de luz hirió sus ojos.
– Despierta, imponente regalo al género femenino -gorjeó una voz.
Estaba sentada en el suelo del porche, junto a él, sosteniendo en la mano un tazón de café y con una pierna desnuda extendida para poder menear el colchón con el pie. Llevaba unos shorts de color amarillo chillón y una camiseta morada con el dibujo de un grotesco troll de tebeo y un bocadillo que decía NOSOTROS TAMBIÉN SOMOS PERSONAS. Tenía el pelo hecho una maraña de rizos en torno a su cara de pilla, los labios sonrosados, y los ojos mucho más despejados que él. Desde luego, no parecía en absoluto desolada. «Mierda.» Tal vez pensaba que aquella noche había cambiado las cosas.
Heath sintió náuseas.
– Más tarde -acertó a decir.
– No puedo esperar. Hemos quedado con los demás para desayunar en el cenador, y tengo que hablar contigo. -Cogió del suelo un segundo tazón y se lo tendió-. Algo para suavizar el tránsito.
Tenía que estar alerta para esto, pero se sentía como el fondo de un cenicero sucio, y lo único que quería era evitar esa discusión dándose la vuelta y dormirse. Pero le debía a ella algo mejor que eso, de modo que se incorporó sobre un codo, cogió el café y trató de despejar las telarañas de su cerebro.
Ella siguió con la mirada la sábana al deslizársele hasta la cintura, y Heath sintió deseos de volver a la carga. Movió el brazo para ocultar las pruebas. ¿Cómo iba a comunicarle la noticia de que era una amiga, y no una candidata a una relación estable, sin partirle el corazón?
– En primer lugar -dijo ella-, lo de anoche significó para mí más de lo que puedas imaginar.
Justo lo que no quería oír. Se la veía tan dulce. Había que ser un verdadero cretino para lastimar a alguien así. Ojalá fuese Annabell la mujer con la que siempre había soñado: sofisticada, elegante con un gusto impecable y de una familia cuyas raíces se remontaran a un barón bandolero del siglo XIX. Necesitaba a alguien con mundo suficiente para sobrevivir a los golpes de la vida, una mujer que viera la vida igual que éclass="underline" como una competición en la que vencer, y no como una invitación permanente a salir a jugar al recreo.
– Por otro lado -continuó ella en voz más baja, con un tono más serio-, no podemos volver a hacerlo jamás. Fue una infracción de conducta profesional por mi parte, aunque tampoco haya resultado un problema tan grave como imaginaba. -Desplegó una sonrisa que sólo podía describir como picara-. Ahora puedo recomendarte con completo entusiasmo. -La sonrisa se disipó-. No, ahora el mayor problema es lo manipuladora que he sido.
El café de Heath salpicó por encima del borde de su tazón. ¿Qué demonios significaba eso…?
Ella fue rápidamente a la cocina a buscar una servilleta de papel y se la pasó para que pudiera secarse un poco.
– Volviendo a lo que nos ocupa-dijo Annabelle-. Tienes que entender que te estoy verdaderamente agradecida por lo que has hecho. Todo el asunto de Rob me dejó realmente con la cabeza hecha un lío. Desde que rompimos, en fin… He estado rehuyendo el sexo. La cruda verdad es que estaba bastante traumatizada con todo aquello. -Secó algunas gotas que él había pasado por alto-. Gracias a ti, lo he superado.
Él dio cautelosamente un sorbo y esperó, pues ya no estaba seguro de adonde iba a parar aquello. Ella le tocó el brazo con un gesto que le molestó un poco, por maternal.
– Me siento sana otra vez, y te lo debo a ti. Bueno, y a la película de Krystal. Pero, Heath… -Las pequitas desperdigadas de su frente se aproximaron al fruncir ella el entrecejo-. No puedo soportar esta sensación de haberte… de haberte utilizado, de alguna manera.
El tazón de café se quedó parado a medio camino.
– ¿De haberme utilizado a mí?
– De eso tenemos que hablar. Te considero un amigo, además de un cliente, y yo no utilizo a mis amigos. Al menos, nunca lo había hecho hasta ahora. Ya sé que para los hombres es distinto… tal vez tú no sientas que he abusado de ti. A lo mejor estoy haciendo una montaña de un grano de arena. Pero mi conciencia me dicta que tengo que ser totalmente sincera sobre mis motivaciones.
Él se puso tenso.
– Desde luego.
– Necesitaba a alguien con quien no tuviera nada que temer para volver a conectar con mi cuerpo, alguien con quien no estuviera involucrada emocionalmente. Así que, claro, tú eras perfecto.
«¿No involucrada emocionalmente?»
Ella se mordisqueó el labio inferior; empezaba a dar la impresión de que preferiría hallarse en cualquier otra parte en aquel momento.
– Dime que no te has enfadado -dijo-. Ah, maldita sea…
– No pienso llorar. Pero me siento fatal. Ya oíste a Kevin anoche. Yo… -tragó saliva-. Esa otra complicación… Vaya lío, ¿no?
Acababa de lanzarle otra bola con efecto.
– ¿Qué otra complicación?
– Ya sabes…
– Refréscame la memoria.
– No me hagas decirlo. Es muy embarazoso.
– ¿Qué más da pasar un poco de vergüenza, entre amigos? -dijo él, algo tenso-. Ya que estamos siendo tan sinceros…
Ella miró al techo, echó atrás los hombros, bajó la vista al suelo. Su voz se hizo un hilo, casi tímida.
– Ya sabes… que estoy un poco pillada con Dean Robillard.
El suelo se abrió bajo el colchón.
Ella hundió la cara entre las manos.
– Dios mío, me estoy poniendo colorada. Soy terrible, ¿no?, hablándote de esto.
– No, por favor. -Masticó las siguientes palabras-. Habla libremente.
Ella bajó las manos y le dirigió una mirada de infinita sinceridad.
– Ya sé que probablemente acabará en nada, este asunto con Dean, pero hasta anoche no me sentía con fuerzas ni siquiera para intentarlo. Está claro que él es un tío experimentado, y ¿qué iba a hacer yo si la conexión que sentía no estaba sólo en mi imaginación? ¿Qué haría si él también estuviera interesado por mí? No podía hacer frente a las implicaciones sexuales. Pero después de lo que hiciste por mí anoche, por fin tengo el valor de al menos intentarlo y si acaba en nada, pues así es la vida, pero al menos sabré que no me he retraído por culpa de mis neuras.
– ¿Estás diciendo… que te he servido de «rompehielos»?
Aquellos ojos color miel se oscurecieron de preocupación.
– Dime que no te importa. Sé que tú no estabas poniendo en juego tus emociones, pero a nadie le gusta pensar que se han aprovechado de él.
Él aflojó los dientes.
– ¿Y eso es lo que hiciste? ¿Aprovecharte de mí?
– Bueno, ya sabes, no es que lo tuviera en mente anoche mientras estaba contigo, ni nada. Vaya, tal vez por un par de segundos pero nada más, te lo juro.
Él entrecerró los ojos.
– ¿Estamos bien, entonces? -preguntó ella.
Heath no acababa de entender la masa ardiente de resentimiento que se le estaba formando en el pecho, sobre todo teniendo en cuenta que ella le había eximido de toda responsabilidad.
– No lo sé. ¿Lo estamos?
Aún tuvo el descaro de sonreírle.
– Creo que sí. Pareces un poco enfurruñado, pero no un hombre cuyo honor ha sido violado. No debí preocuparme tanto. Para ti fue sólo sexo, pero para mí ha sido una liberación tremenda. Gracias, colega.
Le tendió la mano abierta, obligándole a dejar el café en el suelo para estrecharla si no quería parecer un pasmado. Luego ella se puso en pie de un tirón, se llevó las manos detrás de la cabeza y desperezó su cuerpecito, estirándose como una gata satisfecha y tirando de la camiseta para descubrir aquel ombliguito oval en el que anoche había hundido la punta de la lengua.