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– Nos vemos en el cenador. -Su expresión se inundó de sinceridad-. Y te prometo, Heath, que si sientes el menor rescoldo de resentimiento hacia mí, en una semana habrá desaparecido. Esto me hace estar más decidida que nunca a encontrarte la mujer perfecta. Ahora ya no es sólo cuestión de negocios. Ya es algo personal.

Tras lanzarle una sonrisa radiante, salió disparada hacia la cocina para volver a asomar la cabeza al cabo de un momento.

– Gracias. De verdad. Te debo una.

Instantes más tarde se cerraba la puerta de la cabaña. Heath volvió a reclinarse sobre la almohada, apoyó el tazón en su pecho y trató de asimilar todo aquello.

¿Annabelle le había utilizado de precalentamiento para Dean Robillard?

15

Al llegar cerca del cenador, Annabelle vio a Ron y a Sharon camino adelante, cogidos de la cintura. Todavía estaba temblando, y sentía el estómago como una ciénaga ácida. Puede que nunca hubiera sido la mejor actriz del Departamento de Teatro del Noroeste, pero todavía era capaz de representar una escena. Delante de ella, Ron sostenía abierta la puerta del cenador para que pasara Sharon. Con la otra mano buscaba su trasero. Era fácil adivinar a qué se habían dedicado aquella noche. Ahora lo único que tenía que hacer era asegurarse de que ninguno de ellos percibiera a qué se había dedicado ella.

Cuando cruzó la puerta mosquitera, todos la saludaron, y formaban, por cierto, el grupo de gente más falto de sueño y sexualmente satisfecho que había visto jamás. Molly llevaba una marca sonrosada en el cuello que parecía de rozadura de barba, y a juzgar por la expresión de suficiencia de Darnell, Charmaine no merecía su reputación de mojigata. Phoebe y Dan compartían un único bizcocho sentados en un sofá de mimbre. Y Krystal, en vez de regañar a Webster como de costumbre, le hablaba con voz melosa y le llamaba «cielo». Los únicos rostros inocentes eran los de Pippi, el pequeño Danny y Janine.

Annabelle centró su atención en la comida que Molly había dispuesto, pese a que no tenía ganas de comer. Un jarrón de cerámica de un amarillo luminoso, lleno de zinnias, se alzaba en el centro de un mantel color nuez moscada sobre el que había desplegadas jarras de zumo escarchadas, una fuente de tostadas francesas, una cesta de bizcochos caseros y la especialidad del bed & breadfast, un pastel de harina de avena recubierto de azúcar moreno, canela y manzanas.

– ¿Dónde está Heath? -preguntó Kevin-. No me lo digas, hablando por teléfono.

– Enseguida viene -dijo ella-. Se le han pegado las sábanas. No estoy segura de a qué hora fue a dormirse anoche, pero seguía despierto cuando yo me fui a la cama. -Dirigiéndose a la mesa del desayuno, se dijo que esa mentira era un acto de caridad, dado que la verdad habría arruinado algo más que unos cuantos desayunos.

Janine, que se estaba llenando el plato, lanzó una mirada contrariada a la profusión de comportamientos empalagosos que tenía lugar a su alrededor.

– Dime que no soy la única que se siente sexualmente indigente esta mañana.

Annabelle sorteó la cuestión.

– Krystal debió mostrar más consideración hacia nosotras dos.

– ¿Así que nos equivocábamos respecto a lo tuyo con Heath?

Annabelle se limitó a elevar los ojos al cielo.

– Hay que ver lo que os gusta el melodrama.

Janine y ella se acomodaron en un par de sillas de mimbre, no lejos de la familia Tucker. Annabelle mordisqueaba la esquina de su cuadrado de pastel de avena cuando Heath hizo su aparición. Llevaba unos shorts caqui y una camiseta de Nike. Al menos, parte de las cosas que le había dicho eran ciertas. Sí que sentía que había dicho adiós al fantasma de Rob. Desgraciadamente, otro fantasma había ocupado su lugar.

Pippi, que había estado robando trozos de plátano de la bandeja de la trona de su hermano pequeño, atravesó volando el cenador y placó a Heath a la altura de las rodillas.

– ¡Puíncepe!

– Hola, nena. -Heath, algo forzado, le dio unas palmaditas en la cabeza, y uno de sus pasadores de la conejita Dafne se deslizó hasta la punta de un rizo rubio.

Phoebe frunció el entrecejo.

– ¿Cómo le ha llamado?

Annabelle adoptó su expresión más jovial.

– Príncipe. ¿No es adorable?

Phoebe levantó una ceja. Dan besó a su mujer en la comisura de la boca, probablemente porque Heath le caía bien y pretendía distraerla. La niña de tres años, sin dejar de mantener una presa firme sobre las piernas de Heath, miró a su madre.

– Quiero que el puíncepe me dé zumo. -Elevó los ojos Heath-. Tengo mocos. -Arrugó la nariz para confirmar sus palabras.

Molly, que estaba limpiando un pegote de plátano del suelo de piedra caliza, señaló con un gesto vago en dirección a la mesa.

– El zumo está allí.

Pippi miró a Heath con adoración.

– ¿Tienes teléfono?

Kevin irguió la cabeza.

– Que no se acerque a tu móvil. Le apasionan.

Heath empezó a responder, pero le interrumpió Webster.

– ¿Adonde vamos de caminata?

Kevin tomó de manos de Molly el babero pringoso.

– La pista da la vuelta alrededor del lago. Yo había pensado que hiciéramos el tramo entre aquí y el pueblo… casi diez kilómetros. El paisaje es bonito. Troy y Amy se han ofrecido a traernos de vuelta en coche cuando lleguemos.

– Van a cuidar a los niños -dijo Molly.

Troy y Amy eran la pareja joven que llevaba el camping. Pippi dio unas palmadas en la pierna desnuda de Heath.

– Zumo, por favor.

– Marchando un zumo. -Heath se dirigió a la mesa del desayuno, llenó un vaso grande hasta arriba y se lo dio. Ella tomó medio sorbo, se lo devolvió sin derramar apenas unas gotas, y le sonrió.

– Sé hacer una cosa.

Esta vez, la sonrisa de Heath fue de genuina diversión.

– Ah, ¿sí?

– Mira. -Se dejó caer sobre la alfombra de pita y dio una voltereta.

– Qué guay. -Heath le levantó los pulgares.

– Papi también dice que soy guay.

Kevin sonrió.

– Ven aquí, calabacita. Deja al señor príncipe tranquilo hasta que haya desayunado.

– Buena idea -susurró Phoebe-. En cualquier momento le puede dar el ataque de licantropía.

Heath, ignorándola, tomó un sorbo de zumo del vaso de Pippi.

– ¿A qué hora empieza la marcha, entonces?

– En cuanto estemos todos listos -respondió Kevin.

Heath dejó el vaso sobre la mesa y cogió unas cuantas tostadas francesas de la fuente. Como quien no quiere la cosa, dijo:

– Tenía pensado salir hacia Detroit justo después de desayunar, pero esto suena demasiado bien como para perdérmelo.

Annabelle hundió los dientes desconsolada en su porción de pastel de avena. A duras penas había conseguido salir airosa de su gran escena por la mañana. ¿Cómo iba a mantenerse risueña durante toda una marcha de diez kilómetros?

***

Al final, estuvieron separados casi todo el rato. Annabelle trataba de decidir si eso era bueno o malo. Aunque no tenía necesidad de seguir fingiendo, tampoco estaba absolutamente segura de haberle engañado con el numerito de la mañana.

Cuando regresaron al campamento, Pippi se tiró encima de sus padres como si llevara años sin verles. Kevin la entretuvo para que su mujer pudiera dar el pecho a Danny, y Molly se acurrucó con el bebé en la mecedora de mimbre del cenador. Danny quería mirarlo todo, y enseguida mandó a tomar viento la mantita descolorida que se había echado ella al hombro.

– ¿Sería posible disfrutar de un poco de intimidad por aquí, colega? -Le envolvió la cabecita con la mano.

Annabelle tomó un sorbo de té helado de su vaso. Molly se merecía todo lo bueno que le pasara, y Annabelle no le envidiaba nada de ello, pero quería las mismas cosas para sí misma: un matrimonio fantástico, unos hijos guapos, una carrera fabulosa. Heath tomó asiento en la mecedora, junto a ella. Como se iba a marchar Pronto, había preferido un té helado con las mujeres a una cerveza con los hombres.