– ¡Una abeja! -exclamó Pippi, señalando al suelo-. ¡Mira, Puíncepe, una abeja!
– Es una hormiga, cariño -dijo su padre.
Los hombres se pusieron a hablar de la concentración de entrenamiento, y Janine anunció que quería desarrollar una idea para una escena de su nuevo libro en el corro de las mujeres. Danny acabó con su tentempié y Molly lo dejó en el suelo para que jugara. Apenas había terminado de ponerse bien la ropa cuando una voz más que conocida gorjeó en el camino que conducía al cenador.
– Aquí estáis todos.
Annabelle se quedó de piedra.
Todos se volvieron a mirar a través de la mosquitera a la mujer alta, preciosa y embarazada que avanzaba hacia ellos.
Annabelle no podía creerlo. Ahora no. No mientras estaba todavía intentando encajar el desastre de la noche pasada.
– ¡Gwen! -El rostro de Krystal se abrió en una sonrisa. Se levantó de la silla como un rayo en cuanto se abrió la puerta, y los demás la imitaron.
– ¡Gwen! ¿Qué estás haciendo aquí?
– Pensábamos que no podíais venir.
– Nos vamos hoy. ¿Cómo es que os habéis decidido tan tarde?
– Por fin te has puesto ropa premamá.
Y entonces, una a una, las mujeres se fueron quedando calladas, a medida que caían en las implicaciones de la aparición de Gwen. Molly parecía consternada. Se volvió a mirar a Annabelle, y a continuación a Heath. Las demás mujeres la seguían con sólo un instante de retraso. La expresión calculadora de Dan indicaba que Phoebe le había hablado de la artimaña de Annabelle, pero el resto de los hombres permanecían ajenos a todo.
Kevin arrebató su cerveza a Pippi al ir a cogerla ella.
– Gwen me llamó ayer para asegurarse de que había habitación para ellos -dijo con una sonrisa-. Quería sorprenderos.
Y vaya si lo había conseguido.
– ¿Dónde está tu marido? -preguntó Webster.
– Estará aquí en un momento. -Con todas las mujeres rodeándola, Gwen aún no había reparado en Heath, que se había puesto en pie muy despacio-. La firma se ha pospuesto -dijo, mientras aceptaba el vaso de té helado que le tendía Sharon. Annabelle estaba demasiado alterada para enterarse mucho de sus explicaciones: algo de un problema con el banco, que iban a meter sus cosas en un guardamuebles y que les sobraba una semana antes de poder mudarse.
– Hola, tíos. -Ian entró en el cenador. Llevaba unos shorts arrugados de tela escocesa y una camiseta de ordenadores Dell. Los hombres le saludaron ruidosamente. Darnell le dio una palmada en la espalda, lanzándolo hacia Kevin, que le atrapó por los hombros.
– No conoces a mi representante. -Kevin le condujo entre las mujeres-. Ian, éste es Heath Champion. -A Ian, el brazo extendido se le congeló en el aire. Gwen dio un respingo, y se llevó una mano a su oronda tripa. Se quedó mirando a Heath, primero, y luego a Annabelle.
Annabelle se las apañó para sonreír tímidamente.
– Nos han pillado.
Heath estrechó la mano paralizada de Ian sin traslucir nada, pero Annabelle distinguía una muerte súbita cuando se le venía encima.
– Es un placer conocerte, Ian -dijo-. Y, Gwen, me alegro de volver a verte. -Señaló con un gesto a su barriga-. Una faena rápida. Enhorabuena.
Gwen no pudo más que tragar saliva. Annabelle sintió que los dedos de Heath se enroscaban en torno a su brazo.
– ¿Queréis disculparnos? Annabelle y yo tenemos que hablar.
El club de lectura saltó como un solo hombre.
– ¡No!
– ¡No os mováis!
– No te la vas a llevar a ningún sitio.
– Olvídalo.
La cara de Heath era una bomba de racimo a punto de estallar.
– Me temo que debo insistir.
Kevin parecía intrigado.
– ¿Qué pasa aquí?
– Negocios. -Heath escoltó a Annabelle hacia la puerta mosquitera. Si ella se hubiera envuelto la cabeza con un jersey, hubiera Parecido un detenido de camino al juzgado.
Molly pasó rápidamente delante de ellos.
– Os acompaño.
– No -dijo Heath tajantemente-. Ni hablar.
Krystal lanzó a Phoebe una mirada ansiosa.
– A ti te teme toda la Liga Nacional de Fútbol. Haz algo.
– Estoy pensando.
– Ya sé… -Molly cogió a su hija y la empujó hacia Annabelle-. Llévate a Pip contigo.
– ¡Molly! -Phoebe se abalanzó indignada hacia ellos.
Molly miró a su hermana encogiéndose de hombros.
– No se pondrá muy duro si le está mirando una niña de tres años…
Phoebe atrapó a su sobrina para ponerla fuera de peligro.
– Déjalo, cariño. A mamá le ha dado uno de sus ataques de locura.
Gwen agitó débilmente la mano.
– Annabelle, lo siento. No tenía ni idea.
Annabelle se encogió de hombros de mala gana.
– No es culpa tuya. Yo me lo he buscado.
– Exactamente -dijo Heath. Y la condujo al exterior.
Caminaron en silencio durante unos minutos. Finalmente, llegaron hasta una arboleda, y allí fue donde Heath se volvió hacia ella.
– Me embaucaste.
«Más de una vez, si cuento lo de esta mañana», pensó Annabelle, pero confiaba en que eso no se lo figurara.
– Necesitaba una apuesta segura para que me firmaras el contrato, y Gwen era lo mejor que tenía. Te prometo que iba a decirte la verdad tarde o temprano. Lo que pasa es que aún no había reunido el valor.
– Esto sí que es una sorpresa. -Aquellos fríos ojos verdes podrían haber cortado un cristal-. Anzuelo y cambio de agujas.
– Me… me temo que ése era el plan.
– ¿Cómo conseguiste que el marido se prestara?
– Eh… uh… Un año de canguro gratis.
Una racha de viento barrió el claro, revolviéndole el pelo a Heath. Se la quedó mirando fijamente tanto rato que a ella empezó a picarle la piel. Pensó en el mal trago que había tenido que pasar esa mañana… para nada.
– Me embaucaste -dijo él de nuevo, como si aún estuviera intentando encajarlo.
A Annabelle, la angustia le hacía un nudo en el estómago.
– No se me ocurría otra manera.
Un pájaro graznó sobre sus cabezas. Otro le respondió. Y entonces, Heath frunció las comisuras de los labios.
– Así se hace, Campanilla. De eso es exactamente de lo que siempre te hablo.
Sólo porque Heath aprobara su trampa, Annabelle no se iba a librar de un sermón sobre ética y negocios. Se defendió diciendo, sin faltar a la verdad, que no se le habría pasado nunca por la cabeza hacer algo tan deshonesto con ningún otro cliente.
Él quedó satisfecho sólo en parte.
– Un vez que empiezas a tontear con el lado oscuro, es difícil volver atrás.
Bien que lo sabía ella.
Finalmente, Kevin asomó entre los árboles.
– Ah, qué bien -dijo al avistar a Annabelle-. Le dije a Molly que probablemente seguirías con vida.
Ella no se separó de Kevin durante el camino de vuelta al cenador. Poco más tarde, Heath se marchó. Mientras se iba, Annabelle se sorprendió pensando que estaba harta de andarse con engaños. ¿Cómo habría reaccionado Heath si hubiera sido sincera? Claro… Como si ésa no fuera una receta segura para destruirlo todo, desde su autoestima a sus ilusiones profesionales. Pero estaba asqueada de engaños. Quería hacer el amor con alguien con quien no tuviera secretos, alguien con quien pudiera construirse un futuro. ¿Y no estaba todo dicho con eso? Todo era cuestión de química. No tenía nada que ver con una reunión eterna de almas gemelas.