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Para cuando se fue el último invitado, estaba exhausta pero satisfecha, sobre todo porque todo el mundo quiso saber la fecha de su siguiente fiesta, y había desaparecido un buen puñado de sus folletos. En resumen, Perfecta para Ti había disfrutado de una noche bastante triunfal.

***

Al entrar el cortejo de Heath y Keri en su tercera semana, Annabelle dejó de escuchar los chismorreos de la radio. En lugar de eso, se dedicó a hacer el seguimiento de los contactos que sus clientes habían establecido en la fiesta, intentó disuadir a Melanie de verse con John y firmó con otro cliente. Nunca había estado más ocupada. Sólo le faltaba ser más feliz.

Un martes por la noche, poco antes de las once, sonó el timbre de la puerta. Puso a un lado el libro que estaba leyendo, bajó y se encontró a Heath plantado en su porche, con la ropa arrugada y el aspecto cansado de quien vuelve de viaje. Aunque habían hablado por teléfono, era la primera vez que le veía desde la noche en que conoció a Keri.

El repasó su camiseta ancha, sin mangas, de algodón blanco -no llevaba sujetador- y sus pantalones de pijama azules estampados con copas rosas de martini que contenían pequeñas olivas verdes.

– ¿Estabas durmiendo?

– Leyendo. ¿Ocurre algo?

– No. -Tras él, un taxi se alejaba del bordillo. Tenía enrojecido el contorno de los ojos, y una sombra de barba asomaba en su mentón de tipo duro, lo cual, a los ojos trastornados de Annabelle, no le hacía sino más toscamente atractivo.

– ¿Tienes algo de comer? En el avión no daban más que pretzels, incluso en primera clase. -Ya había entrado. Dejó en el suelo su maleta de ruedas y el portátil-. Tenía pensado llamar antes, pero me he quedado dormido en el taxi.

Las emociones de Annabelle estaban demasiado a flor de piel para hacer frente a esto.

– Sobras de espaguetis nada más.

– Suena estupendamente.

Reparando en las líneas de fatiga de su cara, ella no tuvo corazón para echarle, y se encaminó a la cocina.

– Tenías razón sobre Keri y yo -dijo él, a su espalda. Ella se dio con el marco de la puerta.

– ¿Qué?

Él miró a la nevera, más allá de ella.

– No me vendría mal una Coca-Cola, si tienes.

Ella sentía deseos de agarrarle del cuello de su camisa blanca y sacudirle hasta que le dijera exactamente qué había querido decir pero se contuvo.

– Claro que tenía razón sobre Keri y tú. Soy una profesional experimentada.

Él se aflojó el nudo de la corbata y se desabotonó el cuello.

– Refréscame la memoria. ¿ Qué clase de experiencia has tenido, concretamente?

– Mi abuela era una superestrella. Lo llevo en la sangre. -Iba a ponerse a chillar si él no le decía lo que ocurría. Sacó una Coca-Cola de la nevera y se la pasó.

– Keri y yo nos parecíamos demasiado. -Apoyó un hombro contra la pared y dio un sorbo a su refresco-. Tuvimos que llamarnos media docena de veces sólo para poder quedar a comer.

La nube negra que llevaba siguiéndola tres semanas se la llevó el viento a arruinar la vida de alguna otra persona. Extrajo de la nevera un vetusto Tupperware azul pastel, junto con los restos del whopper que no había tenido ganas de acabarse al mediodía.

– ¿Ha sido dura la ruptura?

– No exactamente. Habíamos pasado tanto tiempo mareando la perdiz al teléfono que tuvimos que hacerlo por correo electrónico.

– No se han roto corazones, entonces.

Su mentón adquirió una actitud obcecada.

– Debíamos haber estado genial juntos.

– Ya conoces mi opinión al respecto.

– La teoría Fisher-Price. ¿Cómo iba a olvidarla?

Mientras cortaba los restos de su hamburguesa y la mezclaba con los espaguetis, Annabelle se preguntó por qué no la había llamado para darle la noticia en vez de presentarse en persona. Metió el plato en el microondas.

Él se acercó a inspeccionar el plan de dieta apuntado en un panel, amarillento ya, que había pegado ella en la puerta de la nevera nada más mudarse.

– No nos hemos acostado -dijo, sin apartar un milímetro los ojos de una cena baja en carbohidratos a base de pescado.

Ella reprimió su alegría.

– No es asunto mío.

– Desde luego que no, pero eres una cotilla.

– Oye, he estado demasiado ocupada construyendo mi imperio para obsesionarme por tu vida sexual. O por tu falta de ella. -Contuvo sus ganas de marcarse unos pasos de claqué mientras cogía una manopla, sacaba el plato y lo ponía encima de la mesa-. No eres mi único cliente, ¿sabes?

Heath encontró un tenedor en el cajón de la plata, se sentó y examinó su plato.

– ¿Es una patata frita esto que hay en mis espaguetis?

– Nouvelle cuisine. -Abrió el congelador para sacar el vaso de helado que no le había apetecido tocar en tres semanas.

– ¿Y cómo va el negocio? -preguntó él.

Abriendo la tapa, ella le contó lo de su fiesta y sus nuevos clientes. La sonrisa de Heath sugería que se alegraba sinceramente.

– Felicidades. Estás cosechando el fruto de tu esfuerzo.

– Eso parece.

– ¿Y cómo te van las cosas con tu amorcito?

Le costó un momento adivinar de quién estaba hablando. Hundió la cuchara en el helado.

– Cada día mejor.

– Tiene gracia. Le vi en el Waterworks hace un par de noches haciéndole el boca a boca a una clon de Britney Spears.

Ella excavó una viruta de chocolate.

– Forma parte del plan. No quiero que se sienta agobiado.

– Créeme. No lo está.

– ¿Lo ves? Funciona.

El enarcó una ceja.

– Es sólo la opinión de un hombre, pero creo que estabas mejor con Raoul.

Ella sonrió, volvió a tapar el helado y a dejar el vaso en el congelador. Mientras él comía, fregó una sartén que había dejado a remojo en el fregadero y respondió a sus preguntas sobre la fiesta teniendo en cuenta lo cansado que estaba, apreció su interés.

Cuando acabó de comer, Heath le acercó su plato. Lo había devorado entero, hasta la patata frita.

– Gracias. Es la mejor comida que he tomado en varios días.

– Caramba, sí que has estado ocupado.

Heath recuperó lo que quedaba del helado del congelador

– Estoy demasiado cansado para irme a casa. ¿Tienes una cama de invitados en que me pueda tirar?

Ella se golpeó la espinilla con la puerta del fregadero.

– ¡Ay! ¿Quieres quedarte aquí esta noche?

Él levantó la vista del vaso de helado con expresión de gran desconcierto, como si no entendiera la pregunta.

– Hace dos días que no duermo. ¿Te supone un problema? Te prometo que estoy demasiado cansado para asaltarte, si es eso lo que te preocupa.

– Qué me va a preocupar. -Se distrajo sacando el cubo de la basura de debajo del fregadero-. Supongo que no pasa nada. Pero el antiguo dormitorio de Nana da al callejón, y mañana es el día que pasa el camión de la basura.

– Sobreviviré.

Viendo lo cansado que estaba, ella no entendía por qué no había esperado al día siguiente para llamar y darle la noticia de lo de Keri. Salvo que no quisiera estar solo esa noche. Tal vez sus sentimientos hacia Keri fueran más profundos de lo que quería dar a entender. De la burbuja de felicidad de Annabelle escapó un poco de aire.