Una de ellos, al menos, era negra.
Annabelle se quedó mirando los pies de su rival. A primera vista, los dos zapatos parecían iguales. Los dos eran abiertos por la punta y de tacón bajo, pero uno era una chinela negra y el otro era azul marino. ¿Cómo era posible?
Annabelle miró a otro lado y guardó sus gafas de sol en el bolso.
– Lamento el retraso. A Sherman no le gustaba ninguno de los sitios para aparcar que le enseñaba.
– Sherman es el coche de Annabelle -explicó Heath, levantándose tras el escritorio y señalando con un gesto la silla vacía junto a Portia-. Tome asiento. Creo que no se conocían ustedes en persona.
– En realidad, sí -repuso Portia suavemente.
A través del largo ventanal de detrás del escritorio, Annabelle divisó un velero que surcaba el lago Michigan a lo lejos. Deseó encontrarse en él en aquel momento.
– Llevamos con esto desde la primavera -dijo Heath-, y ahora empieza la temporada de fútbol. Creo que ambas saben que esperaba haber avanzado más.
– Lo entiendo. -La tranquila seguridad de Portia desmentía a sus zapatos disparejos-. Todos esperábamos que esto resultara más fácil. Pero es usted un hombre muy selectivo, y merece una mujer extraordinaria.
«Pelota», pensó Annabelle. Sin embargo, por lo que a Heath se refería, tampoco ella merecía matrícula en profesionalidad, y seguir el ejemplo de Portia no era lo peor que podía hacer.
Portia giró un poco sobre su silla, exponiendo su cara a una luz más violenta. No era tan joven como le había parecido a Annabelle cuando se conocieron, y el maquillaje que se había aplicado con mano experta no llegaba a camuflar los círculos oscuros debajo de sus ojos. ¿Demasiada vida nocturna? ¿O algo más serio?
Heath se sentó sobre la esquina de su escritorio.
– Portia, usted me encontró a Keri Winters y, aunque aquello no llegara a nada, iba bien encaminada. Pero también me ha enviado a demasiadas candidatas sin ninguna posibilidad.
Portia no cometió el error de ponerse a la defensiva.
– Tiene razón. Debí eliminar a más, pero todas las mujeres que elegí eran especiales a su manera, y no me gusta suplantar el juicio de mis clientes más exigentes. Seré más cuidadosa de ahora en adelante.
La Dama Dragón era buena. Annabelle tenía que reconocerle eso, como mínimo.
Heath dirigió su atención a Annabelle. Nadie se hubiera imaginado que dos noches antes se había quedado dormido en su dormitorio del ático, o que una vez, en una bonita cabaña a la orilla del lago Michigan, habían hecho el amor.
– Annabelle, usted ha hecho mejor trabajo filtrando a las candidatas, y me ha presentado a muchas pasables, pero a ninguna ganadora.
Ella abrió la boca para contestar, pero antes de que pronunciase una palabra, él la cortó.
– Gwen no cuenta.
A diferencia de Portia, Annabelle sacaba lo mejor de sí poniéndose a la defensiva.
– Gwen era casi perfecta.
– Siempre que pasemos por alto al marido y ese embarazo tan inoportuno.
Portia se enderezó en su silla. Annabelle cruzó recatadamente las manos sobre su regazo.
– Ha de admitir que era exactamente la clase de mujer que esta buscando.
– Sí, la bigamia es el sueño de mi vida, es cierto.
– Usted me arrinconó -replicó ella-. Y seamos sinceros: si ella hubiera llegado a conocerle mejor, habría acabado dejándole. Usted se pasas mucho de exigente.
Los ojos de Portia se abrieron como alas de mariposa. Examinó a Annabelle con más atención. Luego empezó a hacer movimientos nerviosos. Descruzó las piernas que había cruzado; las volvió a cruzar. El pie de arriba -el del zapato azul marino- empezó a menearse frenéticamente.
– Estoy segura de que Annabelle habrá aprendido a estas alturas que debe investigar con más cuidado los antecedentes.
Annabelle fingió sorpresa.
– ¿Tenía que investigar los antecedentes de Heath?
– No los de Heath -repuso Portia-. ¡Los de las mujeres!
Heath se esforzó por no sonreír.
– Annabelle la está pinchando. He aprendido que es mejor ignorarla.
Portia parecía ya absolutamente descolocada. Annabelle casi sintió lástima por ella, viendo el zapato azul agitarse cada vez más rápido.
Heath, entretanto, aceleró hasta la línea de gol.
– Les diré lo que vamos a hacer, señoritas. Cometí un error al no firmar sus contratos por un plazo más breve, pero es un error que voy a rectificar ahora mismo. Les queda un cartucho a cada una. No hay más.
El zapato azul marino se detuvo en seco.
– Cuando dice un cartucho…
– Una candidata cada una -dijo Heath en tono firme.
Portia se retorció en su silla, derribando el bolso de Kate Spade con el talón.
– Eso es poco realista.
– Es lo que hay.
– ¿Estás seguro de que de verdad quieres casarte? -dijo Annabelle-. Porque, si es así, tal vez debería considerar la posibilidad… y a mi juicio es más que una posibilidad, pero intento ser diplomática… ¿Ha considerado la posibilidad de que sea usted quien esté saboteando el proceso, y no nosotras?
Portia le dirigió una mirada de advertencia.
– «Sabotaje» es una palabra muy fuerte. Estoy segura de que lo que Annabelle quiere decir es…
– Lo que Annabelle quiere decir -se puso en pie- es que le hemos presentado unas cuantas mujeres realmente asombrosas, Pero usted sólo le ha dado alguna oportunidad a una. A una equivocada, siempre en mi modesta y particular opinión. No hacemos magia, Heath. Tenemos que trabajar con seres humanos de carne y hueso, no con mujeres de fantasía que usted ha conjurado en su cabeza.
Portia compuso una sonrisa postiza y acudió presurosa al salvamento del barco que se hundía.
– Le estoy escuchando atentamente, Heath. No está satisfecho con el servicio que Parejas Power le está prestando. Quiere que seleccionemos a las candidatas con más cuidado, y se trata de una petición muy razonable, ciertamente. No puedo hablar por la señorita Granger, pero prometo que procederé de forma más conservadora de ahora en adelante.
– Muy conservadora -dijo él-. Dispone de una cita. Y lo mismo va por usted, Annabelle. Después de eso, yo abandono.
La sonrisa de plástico de Portia se fundió por las comisuras.
– Pero su contrato no finaliza hasta octubre. Estamos sólo a mediados de agosto.
– Ahórrese la saliva -dijo Annabelle-. Heath busca una excusa para despedirnos. No cree en el fracaso, y si nos despide puede transferirnos la responsabilidad.
– ¿Despedirnos? -Portia hacía mala cara.
– Será una experiencia nueva para usted -dijo Annabelle, desalentada-. Afortunadamente para mí, yo ya tengo práctica.
Portia recobró la compostura..
– Sé que esto ha sido frustrante, pero es que es frustrante para todo el que pasa por este proceso. Usted se merece resultados, y los obtendrá, pero sólo con un poco de paciencia.
– He sido paciente durante meses -dijo él-. El tiempo suficiente.
Annabelle contempló su rostro orgulloso y obstinado y no pudo callarse.
– ¿Piensa asumir parte de la responsabilidad del problema?
Heath la miró directamente a los ojos.
– Por supuesto. Es lo que estoy haciendo ahora mismo. Les dije que estaba buscando a alguien fuera de lo corriente, y si hubiera pensado que iba a ser fácil encontrarla, me habría ocupado en persona. -Se levantó del escritorio, poniéndose en pie-. Tómense el tiempo que haga falta para presentarme a su última candidata. Y créanme, nadie desea más que yo que una de las dos acierte.