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La puerta del palco se abrió y entró Phoebe vestida con los colores del equipo, con un vestido aguamarina de punto ajustado al cuerpo y una bufanda dorada al cuello. Heath se disculpó con Jerry y condujo a Delaney hacia ella para presentársela.

– Es un placer -dijo Delaney, con evidente sinceridad.

– Annabelle me ha hablado tantísimo de ti… -repuso Phoebe con una sonrisa.

Heath dejó a las mujeres charlando, sin preocuparse porque Delaney fuera a meter la pata. No lo hacía nunca, y le gustaba a todo el mundo menos a Bodie. Y no es que a Bodie le cayera mal. Sólo que no creía que Heath debiera casarse con ella. «Admito que los dos hacéis buena pareja sobre el papel -le había dicho la semana anterior-, pero nunca te veo relajado a su lado. No eres tú mismo.»

Tal vez porque Heath se estaba volviendo mejor persona. Teniendo en cuenta que lo que pasaba por ser la vida amorosa de Bodie en aquel momento era una colisión de trenes, a Heath le tranquilizaba ignorar sus advertencias.

Más tarde, Heath se encontró con Phoebe en el pasillo, a la salida del palco presidencial. Delaney acababa de irse al lavabo, y Heath estaba charlando con Ron y Sharon McDermitt cuando la dueña de los Stars asomó por una esquina.

– Heath, ¿puedo distraerle un momento?

– Juro por Dios que, sea lo que sea, no he sido yo. Díselo, Ron.

Ron sonrió.

– Estás solo en esto, colega. -Sharon y él desaparecieron dentro del palco.

Heath dirigió a Phoebe una mirada precavida.

– Sabía que tenía que haberme puesto una vacuna de refuerzo contra el tétanos.

– Es posible que le deba una disculpa.

– Ya está. Voy a dejar la cerveza. Nunca se imaginaría lo que me ha parecido oírle decir ahora mismo.

– Escúcheme. -Se colocó mejor el bolso en el hombro-. Lo único que intento decirle es que puede ser que yo sacara una conclusión equivocada cuando estuvimos en el lago.

– Y, de entre unas cien conclusiones equivocadas, ¿cuál sería? -Conocía la respuesta, pero ella le perdería respeto si se ablandaba tan fácilmente.

– Que se estaba aprovechando de Annabelle. Creo que soy lo bastante madura como para, cuando me equivoco, admitirlo, pero ha de recordar que me ha programado para esperar de usted lo peor. En fin, cada vez que veo a Annabelle me habla de lo emocionada que está de haberle emparejado con Delaney. Su negocio está floreciendo. Y Delaney es adorable. -Levantó la mano y le dio unas palmaditas en la mejilla-. Puede que nuestro pequeño esté creciendo por fin.

No podía creerlo. ¿Se había roto por fin el hielo con Phoebe después de tantos años? Si así era, se lo debía a Delaney.

Cuando Phoebe hubo desaparecido en el palco presidencial sacó su móvil para compartir la noticia con Annabelle, pero antes de que marcara su número reapareció Delaney. Probablemente, no habría podido contactar con ella de todas formas. A diferencia de él, Annabelle no era partidaria de tener siempre el teléfono conectado.

***

Annabelle nunca había sido muy aficionada a la ópera, pero Delaney tenía entradas de palco para Tosca, y la lujosa producción de la Lírica era exactamente la distracción que necesitaba para sacarse de la cabeza la llamada telefónica que le había hecho su madre aquella tarde. Su familia, al parecer, había decidido bajar a Chicago el mes siguiente para ayudar a Annabelle a celebrar su trigésimo segundo cumpleaños.

«Adam da una conferencia -había dicho Kate-, y Doug y Candace quieren visitar a unos viejos amigos. Papá y yo teníamos pensado hacer un viaje a San Luis de todas formas, así que iremos desde allí.»

Una gran familia, unida y feliz.

Llegó el intermedio.

– No puedo creer lo mucho que estoy disfrutando esto -dijo Annabelle mientras invitaba a Delaney a una copa de vino.

Por desgracia, su vieja amiga estaba más interesada en hablar de Heath que en discutir las tribulaciones de los amantes condenados de Tosca.

– ¿Te he explicado ya que Heath me presentó a Phoebe Calebow el sábado? Es adorable. Todo el fin de semana fue fabuloso.

A Annabelle no le apetecía oír aquello, pero Delaney estaba imparable.

– Te he contado que Heath se fue a la costa ayer, pero no que ha vuelto a mandarme flores. Otra vez rosas, desafortunadamente, pero él es básicamente un deportista, así que no puedes esperar que tenga mucha imaginación.

A Annabelle le encantaban las rosas, y no creía que fueran prueba de falta de imaginación.

Delaney tiró de su collar de perlas.

– Mis padres le adoran, por supuesto, ya sabes cómo son, y mi hermano cree que es el mejor tío con el que he salido.

A los hermanos de Annabelle también les habría gustado Heath. Por las razones equivocadas, pero así y todo…

– Cumpliremos cinco semanas el próximo viernes. Annabelle, creo que podría ser el definitivo. Es lo más próximo al hombre perfecto que voy a encontrar en la vida. -Su sonrisa se marchitó-. Bueno… Excepto por ese pequeño problema del que te vengo hablando.

Annabelle soltó lentamente el aire que venía reteniendo en los pulmones.

– ¿Sigue igual?

Delaney bajó la voz.

– El sábado, estuve con él en el coche metiéndole mano por todas partes. Era evidente que le excitaba, pero echó el freno. No sé si estaré paranoica, y desde luego que nunca le comentaría esto a nadie más, pero ¿estás absolutamente segura de que no es gay? En la universidad, había aquel tío totalmente macho, y luego resultó que tenía novio.

– No creo que sea gay -se oyó decir Annabelle.

– No. -Delaney sacudió la cabeza con decisión-. Estoy segura de que no.

– Probablemente tienes razón.

Sonó la campana avisando del final del intermedio, y Annabelle se deslizó hasta su asiento como la miserable víbora que era.

***

La lluvia repiqueteaba en la ventana tras el escritorio de Portia, y un relámpago rasgó el cielo de última hora de la tarde.

– … de modo que te avisamos con las dos semanas preceptivas de antelación -dijo Briana.

Portia sintió que la furia de la tormenta le aguijoneaba la piel.

La raja de la falda negra de Briana se abrió al cruzar ella sus largas piernas.

– No ultimamos los detalles hasta ayer -dijo-, y por eso no te lo hemos podido decir antes.

– Podemos alargarlo a tres semanas si de verdad nos necesitas. -Kiki se inclinó hacia delante en la silla, con la frente arrugada por la preocupación-. Sabemos que aún no has encontrado sustituta para Diana y no queremos dejarte en un apuro.

Portia reprimió un estallido de risa histérica. ¿Qué podía ser peor que perder las dos ayudantes que le quedaban?

– Llevamos seis meses hablando de esto. -La sonrisa de Briana invitaba a Portia a alegrarse con ella-. A las dos nos encanta esquiar, y Denver es una gran ciudad.

– Una ciudad fabulosa -dijo Kiki-. Hay solteros a patadas y, con todo lo que hemos aprendido de ti, sabemos que estamos preparadas para establecernos por nuestra cuenta.

Briana ladeó la cabeza hacia un lado, y su liso pelo rubio le cayó sobre el hombro.

– Nunca podremos agradecerte lo bastante que nos hayas enseñado el oficio, Portia. Admito que a veces se nos ha hecho cuesta arriba lo dura que eres, pero ahora te estamos agradecidas por ello.