– Créame, no le interesa escuchar mis traumas de infancia. Digamos únicamente que, cuando cumplí quince años, más o menos, adiviné que mi supervivencia dependía de no entrarle a la gente con mi corazón por delante. Incumplí esa norma una vez, y lo pagué caro. ¿Sabe una cosa? Ha resultado ser una forma más sensata de vivir. Yo la recomiendo. -Se acercó a ella-. También me duele su insinuación de que soy no sé qué clase de monstruo despiadado, porque no es verdad.
– ¿Es eso lo que ha entendido? Sí que presenta usted todos los síntomas clásicos.
– ¿De qué?
– De un hombre enamorado, por supuesto.
Su expresión se descompuso.
– Mírese. -Su tono se suavizó, y Heath creyó distinguir en éste una nota de sincera simpatía-. No estamos hablando de un acuerdo de negocios que se ha torcido. Estamos hablando de que se le parte el corazón.
El oyó un bramido en su cabeza.
Portia se acercó a la ventana. Sus palabras llegaron a Heath en sordina, como si a ella le costara pronunciarlas.
– Creo… Creo que así es como siente el amor la gente como usted y yo. Como una amenaza, un peligro. Necesitamos tener el control, y el amor nos priva de él. Las personas como nosotros… No podemos soportar la vulnerabilidad. Pero, por mucho que nos esforcemos, tarde o temprano el amor nos alcanza. Y entonces… -Tomó aire con dificultad-. Y entonces nos venimos abajo.
Se sintió golpeado a traición.
Ella se volvió lentamente hacia él, con la cabeza erguida, y unos regueros plateados corriendo por el azul brillante de sus mejillas.
– Reclamo mi presentación.
Heath oyó lo que había dicho, pero sus palabras carecían de sentido.
– Nos prometió a Annabelle y a mí una última presentación. Annabelle agotó la suya con Delaney Lightfield. Ahora me toca a mí.
– ¿Quiere presentarme a alguien? ¿Ahora? ¿Después de decirme que estoy enamorado de Annabelle?
– Tenemos un acuerdo. -Se frotó la nariz con la manga del impermeable-. Fue usted quien definió los términos, y yo tengo a una joven preciosa que es justo lo que usted necesita. Es inteligente y animosa. También es impulsiva, y algo temperamental, lo que ayudará a que usted no pierda interés. Atractiva, por supuesto, como lo son todas las candidatas de Parejas Power. Tiene un pelo rojo espectacular…
Habitualmente, Heath no era tan duro de mollera, y, al final, entendió.
– ¿Pretende presentarme a Annabelle?
– No es que lo pretenda. Es que voy a hacerlo -dijo con fiera determinación-. Tenemos un acuerdo. Su contrato no expira hasta la medianoche del martes.
– Pero…
– No puede usted ir más lejos por sí mismo. Es hora de que se haga cargo del asunto una profesional. -En esto, sin más, se le agotó la energía, y otra lágrima le resbaló por la mejilla-. Annabelle tiene… Tiene la hondura de carácter de la que usted carece. Es la mujer que… le hará seguir siendo humano. Porque ella no va a conformarse nunca con menos. -Su pecho se elevó al tomar una inspiración prolongada e irregular-. Desgraciadamente, va a tener que encontrarla primero. He hecho averiguaciones. No está en su casa.
La noticia le conmocionó. Él la quería quietecita y a resguardo en casa de su abuela. Esperándole.
La costura rosa de los labios de Portia se estrechó bajo sus mejillas azules y húmedas.
– Escúcheme, Heath. En cuanto la encuentre, llámeme. No trate de ocuparse usted mismo. Necesita ayuda. ¿Me ha entendido? Ésta es mi presentación.
En aquel preciso instante, lo único que él entendía era la enormidad de su propia estupidez. Amaba a Annabelle. Por supuesto que la amaba. Eso explicaba todos aquellos sentimientos a los que no había dado nombre porque estaba demasiado asustado.
Necesitaba quedarse solo para darle vueltas a aquello. Portia pareció comprenderlo, porque se abrochó el impermeable y abandonó la habitación. Heath se sentía como si le hubieran dado un golpe en la cabeza con una pelota de béisbol, de bolea. Se derrumbó en el asiento y hundió la cara entre las manos.
Los tacones de Portia repiquetearon en el suelo de mármol del recibidor. Oyó que abría la puerta de la calle y luego, inesperadamente, la voz de Bodie.
– ¡Joder!
23
Portia cayó en los brazos de Bodie. Cayó, sin más. Él no se lo esperaba, y reculó a trompicones. Sin que ella se despegara de él, envolviéndole en sus brazos, negándose a soltarle. Nunca más. Aquel hombre era sólido como una roca.
– ¿Portia? -La agarró por los hombros y la empujó, apartándola unos centímetros para poder examinarle la cara.
Ella miró directamente a sus horrorizados ojos.
– Todo lo que dijiste de mí era cierto.
– Eso ya lo sé, pero…-Le pasó el pulgar por su apergaminada mejilla azul-. ¿Es que has perdido una apuesta, o algo así?
Portia recostó la cabeza en su pecho.
– He pasado un par de meses realmente espantosos. ¿Te importa abrazarme, sin más?
– Puede que lo haga. -La estrechó contra sí, y así se quedaron un rato, rodeados por el charco de luz de los apliques en cobre del porche-. ¿Te fue mal en una batalla de bolas de pintura? -preguntó Bodie al fin.
Ella se abrazó a él más fuerte.
– Un tratamiento con ácido. No sabes cómo quemaba. Pensé que tal vez… pudiera pelarme mi viejo yo.
El le frotó la parte de atrás del cuello.
– Vamos a sentarnos allá y me lo cuentas todo.
Portia se acurrucó entre sus brazos.
– Vale. Pero no me sueltes.
– No lo haré. -Fiel a su palabra, siguió rodeándola con el brazo mientras la conducía, cruzando la calle, hasta el pequeño parque del barrio, que tenía un único banco de hierro, pintado de verde. Aun antes de llegar allí, ella empezó a hablar, y se lo contó todo mientras las hojas secas revoloteaban sobre sus zapatos: lo de los pollitos de malvavisco, lo de su exfoliación al ácido, lo de Heath y Annabelle. Le contó que la habían despedido como mentora y le habló de sus temores.
– Tengo miedo constantemente, Bodie. Constantemente.
Él le acarició el pelo apelmazado.
– Lo sé, nena. Lo sé.
– Te quiero. ¿También lo sabes?
– Eso no lo sabía. -La besó encima de la cabeza-. Pero me alegra oírlo.
La cola de su pañuelo le cruzó la mejilla, agitada por el aire.
– ¿Me quieres tú?
– Me temo que sí.
Ella sonrió.
– ¿Quieres casarte conmigo?
– Déjame ver primero si consigo pasar los próximos meses sin matarte.
– Vale. -Se acurrucó arrimándose aún más a él-. Puede que te hayas dado cuenta de que no soy la mejor influencia del mundo.
– A tu extraña manera, sí que lo eres. -Le apartó el pañuelo de la cara-. Todavía no puedo creerme que tuvieras el valor de salir a la calle con esta pinta.
– Tenía un trabajo que hacer.
– Me encantan las mujeres capaces de sacrificarse por el equipo.
Ella no apreció en su voz sino admiración reverencial, y eso hizo que le amara más aún.
– Tengo que unir a esta pareja, Bodie.
– ¿Todavía no has aprendido suficiente sobre los peligros de la ambición implacable?
– No es exactamente lo que estás pensando. La mejor parte de mí misma quiere hacer esto por Heath. Pero, además, es que quiero irme con todos los honores. Un último emparejamiento, éste, y después pienso vender mi negocio.
– ¿De verdad?
– Necesito nuevos desafíos.
– Ampáranos, Señor.
– Lo digo en serio, Bodie. Quiero volar libre. A mi antojo. Quiero ir donde la pasión me lleve. Quiero trabajar duro en algo que sólo la mujer más fuerte del mundo pueda hacer.
– Vale, ahora me estás asustando.
– Quiero comer. Comer de verdad. Y ser más bondadosa y generosa. Con generosidad de la buena, sin esperar nada a cambio. Quiero tener una piel estupenda a los ochenta años. Y no quiero que vuelva a preocuparme nunca más lo que pueda pensar nadie. Excepto tú.