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Él se quedó como si le hubiera abofeteado. Pese a todo su dolor Annabelle no había pretendido herirle, pero hacía falta que uno de los dos dijera la verdad.

– Lo siento -susurró-. No quiero pasarme la vida cerca de ti esperando tus sobras. Esta vez, la perseverancia no va a conducirte al éxito.

El no trató de detenerla cuando abandonó el muelle. Al llegar a la arena, se redobló el jersey sobre el pecho y apretó el paso en dirección al bosque, sin permitirse mirar atrás. Pero una vez que hubo llegado al camino, no pudo evitarlo.

El muelle estaba vacío. Todo en perfecta quietud. El único movimiento lo ponía un puñado de globos alejándose por el plomizo cielo de octubre.

***

No le costó mucho hacer el equipaje. Una lágrima le cayó en la mano al cerrar la cremallera de la maleta. Estaba tan harta de llorar… Recogió la bolsa y salió maquinalmente por la puerta principal. A cada paso que daba, se recordaba que no renunciaría nunca ni por nadie a ser quien era. Se detuvo en seco. Más que nada porque alguien había bloqueado su coche con un deportivo Audi plateado…

Lo había hecho a conciencia. Un roble gigantesco le impedía avanzar, y el Audi no le dejaba ir marcha atrás. Las etiquetas provisionales de Illinois no dejaban lugar a dudas sobre quién era el responsable de aquello. No podría soportar otro encuentro con él, y arrastró la maleta de vuelta al interior de la cabaña, pero apenas la había dejado en el suelo cuando oyó ruido de neumáticos sobre la gravilla. Se acercó a la ventana, pero no era Heath. Lo que entrevio fue otro deportivo, azul oscuro, que se detuvo detrás del Audi. El bosque se extendía lo justo para ocultarle a la vista quién pudiera ser el huésped que había decidido explorar el campamento.

Ya era demasiado. Se desplomó en el sofá y enterró la cara entre las manos. ¿Por qué tenía Heath que hacerlo todo más duro?

Repiquetearon en el porche unas pisadas ligeras, demasiado ligeras para ser de Heath. Oyó que llamaban a la puerta. Arrastrando los pies, se levantó, atravesó la habitación, abrió la puerta… y dio un grito. Dicho en su honor, no fue un alarido de película de miedo, sino más bien una especie de hipido entrecortado de sobresalto.

– Ya lo sé -dijo una voz conocida-. He tenido días mejores.

Annabelle dio un paso atrás involuntariamente.

– Está usted azul.

– Un tratamiento cosmético. Ya se está pelando. ¿Puedo entrar?

Annabelle se hizo a un lado. Aun obviando su cara azul, que había empezado a cuartearse como un bolso de cocodrilo barato, no podía decirse que Portia luciera su mejor aspecto. Llevaba el pelo oscuro pegado a la cabeza, limpio pero sin arreglar. Su suéter blanco tenía una mancha de café reciente en la pechera. Había engordado, y los vaqueros le quedaban una talla demasiado ajustados. Portia examinó la cabaña.

– ¿Ha hablado con Heath?

– ¿Qué hace usted aquí?

Portia fue hacia la cocina, asomó la cabeza y volvió a sacarla.

– Reclamar mi última presentación. Usted eligió a Delaney Lightfield. Yo la elijo a usted. Bienvenida a Parejas Power. Veamos si podemos encontrarle un poco de maquillaje. Y una ropa decente tampoco nos vendría mal.

– Está chiflada.

Ella obsequió a Annabelle con una sonrisa sorprendentemente alegre.

– Sí, pero no tanto como solía. Es interesante. Después de aterrorizar a un restaurante repleto de gente (un Burger King cerca de Puerto Benton), se queda una básicamente liberada de preocuparse nunca más por cuidar su apariencia.

– ¿Entró a un Burger King con esa pinta?

– Una parada para hacer pis. Además, Bodie me desafió.

– ¿Bodie?

Ella sonrió, y sus labios azules hacían que sus bonitos dientes parecieran algo amarillentos.

– Somos amantes. Más que amantes. Enamorados. Es raro, ya lo sé, pero nunca he sido más feliz. Nos vamos a casar. Bueno, él todavía no ha dicho que sí, pero lo hará. -Escrutó a Annabelle más de cerca y frunció el entrecejo-. Deduzco de esos ojos rojos que ha hablado con Heath y la cosa no ha ido bien.

– Ha ido muy bien. Le dije que no y me marché.

Portia elevó las manos al cielo.

– ¿Cómo es que no me sorprende? Bueno, a partir de ahora se ha acabado el recreo. Ustedes los aficionados ya se han divertido pero es hora de que se hagan a un lado y dejen que una profesional se encargue del asunto.

– Está claro que ha perdido el juicio, por no hablar de su buena presencia.

Sorprendentemente, Portia no se ofendió.

– Mi buena presencia la recuperaré sobradamente. Espere a ver qué hay debajo de todo esto.

– Tendré que fiarme de su palabra.

– Le dije a Heath que no hablara con usted sin mí, pero es muy cabezota. En cuanto a usted… Usted, más que nadie, debería haberse mostrado más sensible. ¿No ha aprendido nada acerca de este negocio? Dos hombres distintos me han ordenado que no la llame boba, pero, francamente, Annabelle… como dice el refrán: si el zapato te está bien, cálzatelo.

Annabelle se plantó junto a la puerta.

– Gracias por la visita. Lamento que tenga que marcharse tan pronto.

Portia se sentó en el brazo del sofá.

– ¿Tiene la más remota idea del valor que ha tenido que echarle Heath para admitir el hecho de que se ha enamorado de usted, y no digamos para venir aquí y ponerle su corazón en bandeja? ¿Y usted qué ha hecho? Arrojárselo a la cara, ¿no es eso? Muy poco prudente, Annabelle, sobre todo tratándose de Heath. Es emocionalmente muy inseguro. Por lo que me ha contado Bodie, sospecho que eso es exactamente lo que él, en su subconsciente, esperaba que usted hiciera, y no creo que reúna el coraje de volvérselo a pedir.

– ¿Inseguro? Es el hombre más gallito del mundo. -Pero Portia había hecho tambalearse su seguridad, y el suelo no le parecía ya tan firme-. El no me quiere -dijo, con contundencia-. Lo que pasa es que no soporta que nadie le diga que no.

– No podrías estar más equivocada. -La voz provenía de detrás de ella. Se volvió y vio a Bodie plantado en el hueco de la puerta. A diferencia de Portia, iba hecho un figurín de la cabeza a los pies, con un jersey gris, unos vaqueros que le quedaban como un guante y botas de motorista. Annabelle pasó al ataque.

– ¿Les ha enviado Heath a hablar conmigo? Porque es muy de su estilo, delegar en otros esos engorrosos asuntos personales que tanto le desagradan.

– Es bastante borde, la muy zorra-le dijo Portia a Bodie, como si Annabelle no estuviera presente.

Él enarcó una ceja.

– Nena…

Portia levantó una mano abierta.

– Lo sé, lo sé… Si fuera un hombre la tildaríamos de agresiva. Pero, la verdad, Bodie, a veces una zorra es sólo una zorra.

– Exacto.

A Portia parecía hacerle gracia todo aquello.

– Vale, tomo nota.

Él se rió, y Annabelle empezó a sentirse como si fuera a remolque de todos los demás en su propia crisis. Bodie, finalmente, consiguió apartar sus ojos de la Dama azul.

– Heath no sabe que estamos aquí Portia y yo. Sólo he conseguido enterarme de adonde había ido por una conversación telefónica accidental con la cría de Kevin. -Deslizó el brazo en torno a los hombros de Portia-. La cosa, Annabelle, es que… ¿y si Portia tiene razón? Y, reconozcámoslo, ella tiene más experiencia que tú con estas cosas. Y el hecho de que tenga un historial de joderse la vida ella misma, cosa que me alegra decir que está superando, no quita que haya hecho un éxito de la de los demás. Conclusión: hay una forma más o menos fácil de aclarar todo esto.

Pelearse con los dos había agotado los recursos ya disminuidos de Annabelle y se dejó caer en el sofá.

– Con ese hombre nada es fácil.