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¿Lo habría dicho en serio?

Clavó la mirada en él, pero no repitió sus palabras, fueran las que fuesen.

Nunca le había gustado el diminutivo de su nombre. Nessie Dew sonaba a mujer muy… corriente. Sin embargo, el nombre que su familia y sus amigos usaran para dirigirse a ella no era asunto del vizconde.

Los hombres situados a ambos lados de lord Lyngate parecían impresionados y ligeramente incómodos. Y seguro que las damas que esperaban junto a ella tenían la misma expresión.

Iba a arruinarles la fiesta a todos. Llevaban esperando esa noche con ansia mucho tiempo. Sin embargo, para él no significaba nada. Miraba de un lado a otro sin molestarse en ocultar su aburrimiento.

¡Por Dios! En circunstancias normales no solía juzgar tan duramente, sobre todo a los desconocidos… aunque tampoco podía decir que se encontrara con muchos. ¿Por qué sus pensamientos hacia el vizconde de Lyngate eran tan… en fin, tan crueles? ¿Tal vez porque se sentía avergonzada por haber estado a punto de enamorarse a primera vista?

Eso sí que habría sido una ridiculez: la manida historia de la Bella y la Bestia, con los papeles invertidos, claro estaba.

De repente, recordó que había cedido de buena gana a la insistencia de su familia política y de sus hermanas para que asistiera a la fiesta. Y también recordó que además de haber cedido, había deseado en lo más hondo que alguien le pidiera un baile.

Bueno, alguien se lo había pedido, aunque se podía decir que lo habían obligado. Y ese alguien no podía ser ni más guapo ni más distinguido. Podría decirse incluso que sus sueños más descabellados se habían convertido en realidad.

Debería disfrutar del momento a pesar de todo.

De pronto, fue consciente de la familia, de los amigos y de los vecinos que los rodeaban, todos vestidos de punta en blanco y con ganas de divertirse. Fue consciente del fuego que crepitaba en las dos chimeneas y de las velas cuyas llamas oscilaban por culpa de la corriente de aire que entraba por la puerta. Fue consciente del olor a perfume y a comida…

Y fue consciente del caballero que tenía delante y que esperaba a que diera comienzo la música. Y que la miraba con los párpados entornados.

No iba a consentir que la creyera impresionada por su presencia. No iba a permitir que le robara el habla y la razón.

Cuando se oyeron los primeros acordes, Vanessa esbozó una sonrisa radiante y se preparó para mantener una conversación siempre y cuando las figuras de la pieza se lo permitieran.

Pero sobre todo se dejó llevar por la alegría de volver a bailar.

La señora Vanessa Dew (¡Nessie, por el amor de Dios!) no se encontraba ni mucho menos en el grupo de damas entre las que le habría gustado elegir como pareja de baile, se dijo Elliott cuando comenzó la música y la fila de caballeros hizo una reverencia que las damas correspondieron.

Era la nuera de sir Humphrey. Eso ya era bastante malo de por sí. También era una mujer normal y corriente, de estatura media, demasiado delgada y con muy poco pecho (todo lo contrario a lo que él le gustaba), con el pelo de un castaño corriente y unas facciones en absoluto destacables. Sus ojos eran de un tono gris apagado. Y el lavanda no le sentaba nada bien. Aunque le hubiera sentado bien, el vestido era horroroso. Tampoco era una jovencita recién salida del aula.

Era todo lo contrario a Anna, y también todo lo contrario a las damas con las que solía bailar en las fiestas de la alta sociedad.

Sin embargo, estaba bailando con ella. Estaba seguro de que George la habría invitado de no haber hablado él, pero también era evidente que sir Dew pretendía que fuera él quien lo hiciera. Y por eso había acabado actuando como un mono de feria, después de todo.

Una actitud que no lo alentaba a disfrutar de la fiesta.

Y justo en ese momento, cuando comenzaba la música, la señora Dew le regaló una sonrisa deslumbrante y se vio obligado a admitir que quizá no era tan normal y corriente como había creído. No se trataba de una sonrisa coqueta, comprobó con alivio cuando ella apartó la mirada y le sonrió de la misma manera a todos los presentes, como si se lo estuviera pasando en grande. Se podía decir que la dama resplandecía.

No comprendía cómo alguien podía ser capaz de disfrutar mínimamente con un evento rural tan insulso, pero tal vez ella no tenía con qué compararlo.

El salón de reuniones era pequeño y estaba atestado. No había adornos en las paredes ni en los techos, salvo un espantoso y enorme cuadro emplazado sobre la chimenea en el que un Cupido obeso disparaba sus flechas a diestro y siniestro. El lugar olía a moho, como si esas estancias estuvieran cerradas casi todo el año, cosa muy probable. La música estaba interpretada con entusiasmo, pero era de pésima calidad (el violín estaba medio desafinado y la pianista tendía a acelerar las notas como si estuviera deseando acabar con la pieza antes de cometer un error). Varias de las velas corrían el peligro de apagarse cada vez que se abría la puerta y las azotaba la corriente de aire. Todo el mundo hablaba a la vez, casi a gritos. Y daba la sensación de que todos eran muy conscientes de su presencia, aunque intentaban disimular.

Al menos la señora Dew bailaba bien. Se movía con elegancia y tenía buen sentido del ritmo.

Se preguntó de pasada si su marido había sido el primogénito. ¿Cómo lo había atraído? ¿Tendría dinero su padre? ¿Se había casado con él con la esperanza de convertirse en lady Dew llegado el momento?

Vio que George estaba bailando con la dama que acompañaba a la señora Dew, la hija mayor de una familia de cuyo apellido no se acordaba. Si era la belleza de la familia, que Dios ayudara a los demás.

La más joven de las hermanas Huxtable, la señorita Katherine Huxtable, también estaba bailando. La mayor no; estaba con lady Dew, observando a los bailarines. No le habían presentado a la tercera hermana, así que supuso que se había quedado en casa.

La mayor de las Huxtable era muy atractiva, pero no era una jovencita ni mucho menos, un detalle lógico siendo la mayor de una familia de huérfanos. Seguramente llevara al cuidado de sus hermanos varios años. Sentía cierta pena por ella. La señorita Katherine Huxtable parecía muchísimo más joven y más alegre. Poseía una belleza arrebatadora a pesar del desgastado vestido que alguien había intentado alegrar con una cinta nueva.

Stephen Huxtable era un muchacho demasiado joven. Alto, delgado y nervioso, tenía diecisiete años y los aparentaba. Y saltaba a la vista que las jovencitas lo encontraban muy atractivo pese a su corta edad. Las había visto arremolinadas a su alrededor antes de que comenzara el baile, y aunque había escogido a una pareja, las dos jóvenes que estaban a cada lado de la elegida le prestaban tanta atención como a sus propios compañeros de baile, mucho mayores que él.

La carcajada de Stephen se oyó claramente a pesar de la música, e hizo que Elliott apretara los labios. Ojalá esa risa no indicara una mente despreocupada ni un carácter hueco. Ya había pasado un año muy complicado. Esperaba no tener que ocuparse de más complicaciones durante los siguientes cuatro años.

– Ha llegado a Throckbridge en el mejor momento, milord -dijo la señora Dew cuando las figuras del baile los reunieron por un instante.

Supuso que lo decía porque era el día de San Valentín y se celebraba un baile en el salón de reuniones de la posada donde había tenido la buena fortuna de hospedarse.

– Así es, señora. -Enarcó las cejas.

– Aunque tal vez solo lo sea para nosotros.

La señora Dew soltó una carcajada cuando los pasos los separaron de nuevo, momento en el que se dio cuenta de que su respuesta no había sido muy educada, no por las palabras en sí, sino por el tono con el que las había pronunciado.

– Hace más de dos años que no bailo -le dijo ella cuando volvieron a reunirse y se cogieron de las manos para dar media vuelta-, y estoy decidida a disfrutar del momento a toda costa. Baila usted muy bien.