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Vanessa se mordió el labio superior.

Y Margaret se echó a llorar.

CAPÍTULO 05

Tardaron seis días.

Seis días durante los cuales se vieron obligados a matar el tiempo en una modesta posada rural. Seis días durante los cuales tuvieron que entretenerse como pudieron en un pueblecito perdido, a mediados del mes de febrero. Seis días durante los cuales el sol no brilló ni una sola vez y una gélida lluvia les cayó encima cada vez que decidieron salir a la calle. Seis días durante los cuales los invitaron a comer y a beber a todas horas, y durante los cuales sufrieron las insistentes visitas de sir Humphrey Dew. Seis días durante los cuales observaron la reacción de un tranquilo pueblecito inglés a las sorprendentes noticias de que uno de los suyos acababa de heredar el título de conde, junto con varias propiedades y una considerable fortuna.

Seis días durante los cuales hirvió de impaciencia por marcharse… o más bien estuvo de un humor insoportable por la impaciencia, según George Bowen, quien seguramente era el secretario más insubordinado del mundo.

Seis días durante los cuales echó mucho de menos a Anna y sufrió los estragos del deseo insatisfecho.

Le parecieron seis semanas.

O seis meses.

Hicieron unas cuantas visitas a la casa de los Huxtable, pero sus habitantes estaban tan ocupados con los preparativos de la marcha que Elliott detestaba la idea de retrasarlos. El joven Merton fue a verlos una vez a la posada para asegurarles que estarían listos enseguida. ¿Seis días era «enseguida»?

Vio más a la señora Dew que a los demás. Claro que ella vivía en Rundle Park y no en la casa de su familia.

No tardó mucho en descubrir que la dama iba a ser su cruz. Ya se había percatado la primera vez que fue a la casa, por supuesto, cuando ella protestó por su negativa a llevárselas junto con su hermano a Warren Hall antes de que el joven Merton se acostumbrara a su nueva vida y aprendiera lo básico. Aunque la señora Dew no se quejó en voz alta, su cara se lo dijo todo. Tal vez creyera que su matrimonio con el hijo menor de un baronet rural la había preparado como era debido para entrar en la alta sociedad.

Cuando se topó con ella tres días más tarde no se mostró tan comedida.

George y él cabalgaban hacia Rundle Park tras haber aceptado una de tantas invitaciones a comer y a beber, y se cruzaron con la dama cuando esta regresaba andando a casa, posiblemente de casa de sus hermanos. Elliott desmontó, le indicó a George que se adelantara con ambos caballos y después se preguntó si la señora Dew o su secretario apreciarían su impulsiva galantería. Caminaron varios minutos sin decir nada de importancia; solo hablaron del tiempo, que seguía siendo gélido, una sensación acrecentada por la falta de sol y por el exceso de viento, que siempre parecía azotar la cara sin importar en qué dirección se caminara. Al ver que la señora Dew enterraba las manos en su manguito, se preguntó si a continuación hablarían de cómo sería el verano, o de si llegaría alguna vez.

Era la típica conversación que bastaba para sacarlo de sus casillas.

El aire frío había otorgado un poco de color a las mejillas de la señora Dew… y a su nariz. De resultas, parecía bastante atractiva con ese aire un tanto rústico, admitió a regañadientes, aunque no pudiera decirse que fuera guapa.

Ella también parecía haberse cansado de hablar del tiempo.

– Debe comprender que estamos tan preocupadas como contentas -la oyó decir después de un breve silencio.

– ¿Preocupadas? -La miró con las cejas enarcadas.

– Preocupadas por Stephen -añadió ella.

– ¿Y por qué se preocupan por su hermano? -Quiso saber-. Acaba de recibir una herencia que va acompañada de una gran fortuna, además de un título, propiedades y prestigio.

– Eso precisamente es lo que nos preocupa -repuso Vanessa-. ¿Cómo va a enfrentarse a esta situación? Es un muchacho muy vital al que le encanta realizar todo tipo de actividades. También le gustan mucho sus estudios. Ha estado trabajando con ahínco para alcanzar un objetivo muy concreto, tanto por él como por Meg, que lo ha sacrificado todo por él, y por todas nosotras. Es joven e impresionable. Me pregunto si no será el peor momento para que esto haya sucedido.

– ¿Teme que se le vaya a subir a la cabeza? -le preguntó-. ¿Teme que de repente se olvide de sus estudios y comience a hacer locuras? ¿Que se convierta en un joven irresponsable? Me encargaré personalmente de que eso no suceda, señora Dew. Una buena educación es esencial para cualquier caballero. Es…

– No es eso lo que me asusta -lo interrumpió-. Tiene muy buen carácter y ha recibido una buena educación. Unas cuantas aventuras no le harán daño, estoy segura de ello. Ya ha protagonizado unas cuantas por aquí. Parece que forma parte del proceso de maduración de los hombres.

– ¿Qué le asusta, entonces? -La miró con expresión interrogante.

– Me da miedo que usted intente moldearlo a su imagen y semejanza -contestó-, y que pueda conseguirlo. Debe saber que lo ha impresionado usted mucho.

Vaya.

– ¿No soy un buen modelo para él? -repuso al tiempo que se detenía de repente para fulminarla con la mirada. ¿No era lo bastante bueno para su hermano, un muchacho pueblerino convertido en conde? ¿Después de todo lo que había sacrificado durante ese último año y todo lo que tendría que sacrificar en los cuatro siguientes? Lo consumió la furia-. ¿Podría decirme por qué no?

– Porque es usted orgulloso y arrogante -contestó ella, mirándolo a los ojos, aunque él estaba frunciendo el ceño y no se molestaba siquiera en disimular su enfado-. Porque es usted impaciente con todos aquellos que están por debajo en el escalafón social, y también un poco desdeñoso. Espera salirse con la suya en todos los asuntos y se enfada cuando no lo consigue… solo por ser quien es. Siempre tiene el ceño fruncido y no sonríe nunca. Tal vez todos los aristócratas sean arrogantes y desagradables. Tal vez sea un efecto intrínseco a la riqueza y al poder. Pero lo dudo mucho. Sin embargo, usted es el tutor legal de Stephen, diga lo que diga Meg. Será usted quien intente inculcarle lo que significa ser un aristócrata. No quiero que se parezca a usted. Me parecería detestable.

¡Vaya!

Esa mujer tan insignificante y tan poca cosa no se andaba con medias tintas.

– Discúlpeme un momento, señora -la cortó él, y frunció el ceño con más fuerza, consciente de que el enfado iba en aumento-, pero creo que hace pocos días que nos conocemos. ¿Me equivoco? ¿O tal vez nos conocimos hace mucho y se me ha olvidado? Es más, ¿me conoce siquiera?

La señora Dew jugaba sucio. Utilizó la táctica más manida, aunque quizá la más efectiva de todas: respondió con otra pregunta.

– ¿Y usted nos conoce a nosotros? -Preguntó ella a su vez-. ¿Conoce a Meg o a Kate? ¿Me conoce a mí? ¿Nos conoce lo bastante para saber que le avergonzaremos si acompañamos a Stephen en su nueva vida?

Se inclinó ligeramente hacia ella y resopló por la nariz.

– ¿Me he perdido algo, señora? -le soltó-. ¿He dicho alguna vez que pudieran avergonzarme o que pudieran avergonzar a alguien, las he juzgado hasta ese punto, según afirma usted?

– Por supuesto que sí -contestó ella-. Si recordara las palabras exactas, se las diría. Pero recuerdo su significado a la perfección. Tendríamos que recibir educación, y cambiar de guardarropa, y ser presentadas a la reina y a la alta sociedad. Sería una tarea monumental.

La fulminó con la mirada. La señora Dew tenía los ojos abiertos de par en par y le brillaban por el frío o por la discusión. Era evidente que se trataba de su mejor rasgo. Debería utilizarlos más a menudo… aunque no con él. ¡Qué mujer más desagradable!

– ¿Y qué quiere decirme con eso? -replicó-. ¿Está enfadada conmigo por decirle la verdad? ¿En serio cree que sus hermanas y usted están preparadas para entrar en la alta sociedad y causar sensación? ¿Cree que puede pasear por Bond Street con esa capa y ese sombrero que lleva sin que la confundan con la criada de alguien? ¿Cree que está preparada en lo más mínimo para ser la hermana de un conde?