Pero seguía en la mansión. Y había decidido saludar al nuevo propietario y a sus hermanas haciendo gala de su carismático encanto.
De haber tenido un mínimo de decencia, se habría ido antes de que el nuevo conde tomara posesión de sus dominios, aunque en realidad fueran parientes. A esas alturas no debía esperar que Con Huxtable mostrara ni un mínimo de decencia.
Elliott dejó a la señora Dew y atravesó el salón con paso decidido.
– Ciertamente, sí, es todo magnífico -estaba diciendo Con, al parecer en respuesta a algún comentario de su primo segundo-. Nada más heredar el título, mi querido padre estimó conveniente derrumbar la antigua abadía, que en parte era también una fortaleza medieval, y erigir este testamento a su riqueza y buen gusto. Después lo llenó con los tesoros que consiguió durante sus viajes de juventud.
– ¡Cómo me gustaría haber visto la abadía! -exclamó Katherine Huxtable.
– Fue casi un sacrilegio derrumbarla -señaló Con-, aunque tal vez no habría sido muy cómodo vivir en ella con sus gélidos pasillos, sus oscuras estancias de ventanas estrechas y con su arcaico sistema de saneamiento, sobre todo si lo comparamos con las suntuosas comodidades de la nueva construcción.
– De haber estado en su lugar -terció Merton-, yo habría dejado la vieja abadía en pie y al lado habría construido esta. La historia está bien, y los edificios antiguos deben ser preservados, tal como siempre dice Nessie, pero confieso que me gusta disfrutar de las comodidades de la vida moderna.
– ¡Ah! -exclamó Con justo cuando Elliott estaba a punto de llevárselo hacia la ventana con la intención de tener una pequeña charla-. Aquí está el té. Déjelo todo en el lugar de costumbre, señora Forsythe. Si la señorita Huxtable es tan amable de servir… -Dejó la frase en el aire mientras se volvía hacia la aludida con una sonrisa tristona y una reverencia-. Le pido disculpas. Siendo usted la hermana mayor del nuevo conde, le corresponde el papel de anfitriona y no necesita de mi permiso para servir el té. Por favor, adelante.
Margaret Huxtable inclinó la cabeza y tomó asiento junto a la bandeja del té. La señora Dew se acercó para repartir las tazas y pasar la bandeja con las pastas. Elliott solo necesitó intercambiar una mirada con George para indicarle que se llevara a Merton y a su hermana Katherine hacia la chimenea, donde extendieron las manos para que el fuego se las calentara.
Mientras tanto, él aprovechó el momento para acercarse a la ventana, obligando de ese modo a Con a acompañarlo. En cuanto se aseguró de que los demás no lo escuchaban, no se mostró parco en palabras.
– Esto es de un mal gusto terrible -dijo en voz baja.
– ¿Te refieres al detalle de quedarme en contra de mi voluntad para darles la bienvenida a mis primos a su nuevo hogar? -replicó Con, fingiendo sentirse sorprendido-. Elliott, yo diría que denota un enorme buen gusto. Yo mismo me congratulo por este gesto de generosidad y consideración.
– Los has saludado y les has dado la bienvenida -soltó Elliott con voz cortante-. Ya puedes marcharte.
– ¿¡Ahora!? -Con enarcó las cejas-. ¿En este preciso momento? ¿No parecería un tanto repentino, un tanto… irrespetuoso? Elliott, me sorprende que sugieras tal cosa. Tú, que últimamente te has convertido en el epítome de las buenas maneras. Te advierto que corres el riesgo de acabar siendo un viejo cascarrabias. Me dan escalofríos solo de pensarlo.
– No pienso discutir contigo -le aseguró-. Te quiero fuera de aquí ya.
– Disculpa la insolencia -replicó su primo, que había fruncido el ceño y lo miraba con expresión burlona-, pero ¿acaso tus deseos son órdenes en Warren Hall? ¿No serán más bien los de Merton, mi primo segundo?
– ¡Solo es un muchacho! -Exclamó Elliott entre dientes-. Un muchacho impresionable. Y yo soy su tutor legal. Ya has aterrorizado a un niño sin que yo pudiera hacer nada para impedírtelo. Era tu hermano y se encontraba bajo tu influencia. Pero no voy a tolerar que hagas lo mismo con este.
– Aterrorizado -repitió Con y, por un instante, la burla desapareció de su mirada y fue reemplazada por un brillo muy desagradable-. Yo aterroricé a Jon… -En ese momento logró controlarse-. Por supuesto que lo hice. Fue muy fácil. No es que estuviera en pleno uso de sus facultades mentales, ¿verdad? O en caso de que alguna le funcionara, no bastó para protegerlo de mi perniciosa influencia. ¡Ah, señora Dew, hace usted buen uso de su apellido y como el rocío de la mañana viene a refrescarnos! Gracias por traernos el té, tengo la garganta seca. -Su encantadora sonrisa apareció de nuevo.
La señora Dew llevaba dos tazas. Elliott cogió la segunda y se lo agradeció con una inclinación de cabeza.
– Señora Dew… -dijo Con-, ¿no ha venido su marido con usted?
– Soy viuda -respondió ella-. Mi marido murió hace año y medio.
– ¡Vaya! -exclamó Con-. Es usted muy joven. Lo siento. Es duro perder a los seres queridos. Sobre todo a aquellos a quienes más se quiere.
– Fue muy duro, sí -convino ella-. Sigue siéndolo. De ahora en adelante viviré con Stephen y con mis hermanas. ¿Dónde va a vivir usted, señor Huxtable? ¿Aquí?
– Encontraré un lugar donde reposar mis cansados huesos una vez que me marche de Warren Hall, señora -contestó él-. No debe preocuparse por mí.
– No me cabe la menor duda de que lo encontrará -repuso la señora Dew-. Estoy convencidísima de que no debemos preocuparnos por ello. Pero no creo que tenga que hacerlo con tantas prisas. Esta mansión es lo suficientemente grande para alojarnos a todos y, además, es su casa. Y deberíamos estrechar lazos. Una antigua disputa familiar nos ha mantenido alejados demasiado tiempo. ¿Le apetece una pasta? ¿Y a usted, lord Lyngate?
Cierto brillo en su mirada indicó a Elliott que Vanessa había escuchado parte de la conversación que habían mantenido Con y él. Y puesto que era dada a sacar conclusiones apresuradas, estaba molesta.
Merton se acercó justo cuando su hermana se marchaba. Era evidente que los nervios le impedían quedarse quieto mucho tiempo.
– ¡Caray! -Exclamó al tiempo que miraba por la ventana con una expresión alegre y penetrante-. Desde aquí hay una vista magnífica, ¿no es así?
– Creo que fue justo esta vista lo que convenció a mi padre para construir la nueva mansión sobre los cimientos de la antigua.
La ventana estaba orientada al sur. Desde ella se divisaban la terraza, los jardines y el extenso terreno con sus suaves colinas, que se perdía hasta el horizonte en todas direcciones. Prados, arboledas e incluso un lago, además de los terrenos de labor y los pastos.
– Quizá le apetezca cabalgar mañana por la mañana conmigo -sugirió Merton-y enseñármelo todo, primo.
– Además de la casa, claro -añadió Katherine Huxtable, que se había acercado tras su hermano-. ¿Le importaría enseñárnosla y describirnos todos sus tesoros? Debe de conocérselos al dedillo.
– Será un placer -dijo Con-. Haré lo que mis primos deseen. Las disputas familiares son una abominación, tal como acaba de señalar su hermana. -Su mirada se clavó en Elliott, y después enarcó una ceja con gesto socarrón-. Muchas veces se producen por cosas absurdas e incluso se dilatan durante generaciones, logrando que los primos se distancien y privándolos de su mutua compañía.
¿El robo y la depravación le parecían «cosas absurdas»?, pensó Elliott, sosteniéndole la mirada hasta que Con la desvió hacia un punto del jardín que Katherine Huxtable estaba señalando.
La señora Dew estaba junto a la bandeja del té, con el plato de las pastas en la mano, hablando con su hermana y con George. La vio sonreír por el comentario de este último antes de echar a andar hacia ellos para llevarles las pastas. Su sonriente mirada se topó con la de Elliott, que la miró con los labios apretados.
¿Por qué se le iban los ojos detrás de ella y no le pasaba eso con sus hermanas? Al fin y al cabo, ambas eran mucho más guapas. Sin embargo, no la miraba movido por la admiración, ¿verdad? Esa mujer lo irritaba constantemente.