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Ojalá se hubiera quedado en Throckbridge, pensó por enésima vez desde que abandonaran dicha localidad. Tenía el inquietante presentimiento de que Vanessa iba a convertirse en su cruz.

Porque sospechaba que la señora Dew intentaría ganarse la amistad de Con, solo para contrariarlo.

¡Qué mujer más antipática!

CAPÍTULO 07

Vanessa siempre había pensado que los conflictos no hacían aflorar lo mejor de las personas.

Definitivamente había algún conflicto entre el vizconde de Lyngate y Constantine Huxtable. Y a pesar de sentirse inclinada a culpar de todo al vizconde por su naturaleza arrogante y malhumorada, y aun cuando el señor Huxtable fuera el hijo ilegítimo del anterior conde y por tanto estuviera muy por debajo de su primo en el escalafón social, a esas alturas no estaba muy segura de que el señor Huxtable fuera del todo inocente.

Escuchó parte de la conversación que mantenían los dos caballeros mientras se acercaba a ellos con el té. No se sintió mal por escuchar una conversación privada. Un salón (el salón de Stephen, para más señas) a la hora del té no era el lugar apropiado para mantener una discusión si no se quería que otras personas la escucharan.

Sin embargo, y aunque el vizconde de Lyngate se estaba comportando con su habitual arrogancia, Constantine Huxtable mostraba una faceta de su personalidad que había mantenido oculta hasta ese momento. Lucía una mueca desdeñosa y aguijoneaba de forma intencionada al vizconde, disfrutando muchísimo con la irritación resultante de sus esfuerzos.

Le habían ordenado que se marchara de Warren Hall antes de que ellos llegaran, pero se había quedado.

¿Tal vez porque quería saludar a Stephen y a su familia, a sus primos perdidos, y recibirlos en el que había sido su hogar hasta el momento? ¿O porque sabía que su presencia molestaría al vizconde de Lyngate?

Si se trataba de lo último, podría haberse compadecido de él, aunque eso significara que la llegada de Stephen y su familia le importara muy poco. Además, ¿por qué marcharse solo por mandato del vizconde de Lyngate?

El asunto en su conjunto parecía muy absurdo. ¡Por el amor de Dios! Se trataba de dos hombres adultos que además eran primos. Se parecían lo bastante para pasar por hermanos, salvo por sus expresiones: la del vizconde perpetuamente ceñuda y la de su primo risueña y agradable, detalle que resaltaba su apostura pese a la nariz torcida. Claro que el señor Huxtable no era tan guapo como el vizconde de Lyngate.

A ella no le importaba el motivo de la discusión. O sí que le importaba, ya que la gente solía sentir una curiosidad innata por ese tipo de cuestiones. Pero en su opinión ni ella ni sus hermanos tenían que verse involucrados en la discusión, y mucho menos ese día en concreto. Porque ese día posiblemente era uno de los más interesantes de la vida de Stephen, y ellos podrían demostrar su buena educación dejando la discusión para otro momento y otro lugar.

Sin embargo, era incapaz de olvidar que la buena suerte de Stephen se debía, al fin y al cabo, a la mala suerte de otra persona. Y durante la cena se había percatado de que el señor Huxtable guardaba luto, ya que tanto su traje de montar como su frac eran negros. Guardaba luto como ella, aunque en el caso del señor Huxtable era un luto riguroso. ¿Qué se sentiría al perder a un hermano? Pensó en Stephen, pero desterró la idea al punto. No quería ni pensarlo.

– Cuénteme cosas de Jonathan -le pidió al señor Huxtable después de que todos se trasladaran al salón.

Meg le estaba comentando algo al vizconde de Lyngate y a Stephen, pero debieron de escuchar las palabras de la señora Dew, porque guardaron silencio para oír la respuesta.

Vanessa creyó que no iba a darle el gusto. La mirada del señor Huxtable estaba clavada en el fuego y sus labios reflejaban una media sonrisa. Pero a la postre habló.

– Suele ser imposible describir a una persona con una sola palabra -dijo su primo-. Pero en el caso de Jon una sola palabra parece apropiada. Era amor. No había nada ni nadie en el mundo a quien no amara.

Vanessa esbozó una sonrisa compasiva, animándolo a seguir.

– Era un niño atrapado en el cuerpo de un joven -continuó él-. Le encantaba jugar. Y en ocasiones le gustaba bromear. Le gustaba jugar al escondite, aunque no fuera capaz de esconderse en condiciones. ¿Verdad, Elliott?

El señor Huxtable miró al vizconde de Lyngate y la expresión desdeñosa que Vanessa le había visto en el salón regresó a su semblante. Una lástima, porque no le sentaba nada bien.

El vizconde, cómo no, frunció el ceño.

– Debe de echarlo muchísimo de menos -comentó ella.

El señor Huxtable se encogió de hombros.

– Murió la noche de su decimosexto cumpleaños -dijo él-. Murió mientras dormía después de haber disfrutado de un alegre día de juegos y risas. Todos deberíamos tener la misma suerte. Aunque no le deseaba la muerte, ahora al menos soy libre de buscar mi fortuna en otra parte. En ocasiones el amor puede ser casi una carga.

Le impresionó que confesara algo así en voz alta. Ella jamás podría ser tan sincera. Pero reconoció la sinceridad con la que las había pronunciado. Sin embargo, ¿no era egoísta pensar de ese modo? Aunque había dicho «casi». Ella conocía de primera mano lo mucho que dolía el amor.

– ¡Caray! -exclamó Stephen, evitando de esa forma que se prolongara el silencio que a los demás les habría resultado incómodo-. Espero que no tengas pensado marcharte pronto, primo. Tengo muchas cosas que preguntarte. Además, no tienes por qué dejar de considerar esta como tu casa solo porque legalmente sea mía.

– Eres muy amable, muchacho -repuso el señor Huxtable, y la burla que encerraban sus palabras fue tan sutil como su forma de enarcar una de las cejas.

¿Era un hombre agradable que se escondía detrás de una fachada despreocupada o un hombre desagradable que se ocultaba detrás de una fachada encantadora?, se preguntó Vanessa. ¿O era, como la mayoría de los mortales, una desconcertante mezcla de rasgos contradictorios?

¿En qué lugar dejaba eso al vizconde de Lyngate? Se volvió para mirarlo y descubrió que la estaba observando. El intenso tono azul de sus ojos siempre conseguía sorprenderla.

– No se trataba de amabilidad, señor Huxtable -repuso ella sin apartar la mirada del vizconde-. Estamos encantados de haber encontrado a un primo del que no sabíamos nada. Nadie nos había hablado de usted.

El vizconde hizo una especie de mueca que no podría calificarse de sonrisa de ninguna de las maneras.

– Pues dado que somos primos, os pediría que me llamarais por mi nombre de pila -sugirió el señor Huxtable.

– Constantine -dijo ella, mirándolo de nuevo-. Llámame Vanessa, por favor. Siento mucho lo de Jonathan. La muerte de una persona joven es dura, sobre todo si es un ser querido.

Su primo le devolvió la sonrisa sin hacer ningún comentario al respecto, y eso la llevó a pensar que en parte era un hombre agradable. Nadie podía fingir esa expresión. Era un gesto que ponía de manifiesto lo mucho que había querido a su hermano, a pesar de que Jonathan le hubiera arrebatado el título que le pertenecía por orden de nacimiento.

– Constantine, durante la cena me has dicho que me enseñarías a montar a caballo -le recordó Kate-. Seguro que no puedes conseguirlo en un solo día. Tienes que quedarte más tiempo.

– Podría llevarnos una semana si no se te da muy bien -comentó el aludido-. Aunque estoy seguro de que no será así. Me quedaré hasta que seas una consumada amazona, Katherine.

– Eso nos complacerá a todos -afirmó Meg.

Vanessa se preguntó si el vizconde de Lyngate era consciente de que se estaba golpeando el muslo con los dedos de la mano derecha.

¿Por qué estarían enemistados?, se preguntó. ¿Siempre lo habían estado?