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En realidad, el muchacho no había decepcionado a Elliott en ningún sentido.

George Bowen estaba en Londres realizando entrevistas a los aspirantes al puesto de tutor y también al de ayuda de cámara. Merton le había asegurado que no necesitaba un sirviente personal, ya que estaba acostumbrado a encargarse de sus necesidades. No obstante, esa era una de las primeras lecciones que debía aprender. Un conde debía demostrar su rango cuando aparecía en sociedad, tanto en lo referente a su conducta como a sus modales, y también en lo referente a su atuendo. ¿Quién mejor que un ayuda de cámara con amplia experiencia para encargarse de este último aspecto?

A la postre Elliott lo dejó todo más o menos solucionado para poder pasar unos días en Finchley Park. Quería regresar a casa. Quería reflexionar sobre el tema que había rechazado de plano cuando George lo sugirió unas cuantas semanas antes. Sin embargo, tenía la impresión de que acabaría proponiéndole matrimonio a la señorita Huxtable.

Solo había un detalle que le hacía dudar. Si se casaba con ella, la señora Dew se convertiría en su cuñada.

La idea le resultaba deprimente.

Bastaba para agriarle el carácter de por vida.

La mujer le había sonreído alegremente durante los tres últimos días, como si lo considerara una especie de chiste.

Se alegraba mucho de estar de nuevo en casa.

La primera persona que salió a su encuentro fue su hermana pequeña. Salía de casa cuando él llegó, vestida con un precioso traje de montar. Lo saludó con una sonrisa cariñosa y echó la cabeza hacia atrás para recibir un beso en la mejilla.

– ¿Y bien? -le preguntó-. ¿Cómo es?

– Yo también me alegro mucho de verte, Cecé -repuso con sequedad-. ¿Te refieres a Merton? Es alegre, inteligente y tiene diecisiete años.

– ¿Es guapo? -Quiso saber su hermana-. ¿De qué color tiene el pelo?

– Rubio.

– Prefiero a los hombres morenos -señaló Cecé-. Pero da igual. ¿Es alto? ¿Delgado?

– ¿Que si es un adonis? -repuso él-. Eso tendrás que decidirlo tú sólita. Estoy seguro de que mamá te llevará a Warren Hall dentro de poco. Sus hermanas están con él.

Las noticias lograron alegrarla aún más.

– ¿Hay alguna de mi edad? -preguntó.

– Sí, creo que la más pequeña -respondió-. Como mucho, será dos años mayor que tú.

– ¿Y es guapa?

– Mucho -reconoció-. Pero tú también lo eres. Y ahora que ya tienes el halago que buscabas, puedes irte. Espero que no vayas a montar tú sola…

– ¡Por supuesto que no! -Exclamó ella con un mohín-. Me acompañará uno de los mozos de cuadra. He quedado con los Campbell. Me invitaron ayer y mamá me dio permiso, siempre y cuando no lloviera.

– ¿Dónde está mamá? -le preguntó él.

– En sus aposentos.

Al cabo de unos minutos, Elliott estaba cómodamente sentado en uno de los mullidos sillones del gabinete privado de su madre, con una taza de café que ella misma le sirvió.

– Deberías haberme comunicado que ibas a traer a la tres hermanas de Merton a Warren Hall, Elliott -le reprochó después de que le resumiera las noticias, tras un breve abrazo y las consabidas preguntas sobre la salud-. Cecily y yo habríamos ido a hacerles una visita ayer o anteayer.

– Era evidente que necesitaban un poco de tiempo a solas para adaptarse a su nuevo hogar y a las nuevas circunstancias, mamá -adujo-. Throckbridge es un pueblecito muy pequeño que apenas recibe visitantes. Vivían casi en la pobreza, en una casita con techo de paja. La hermana pequeña daba clases en la escuela.

– ¿Y la viuda? -preguntó su madre.

– Vivía en Rundle Park, la propiedad de su suegro, un baronet -contestó-. Pero no era un sitio grande, y sir Humphrey Dew es un hombre tontorrón y charlatán, aunque actúa sin maldad; es una buena persona. Dudo mucho que haya salido del pueblo alguna vez.

– Por lo visto, todas ellas van a necesitar un buen pulido -apostilló su madre.

– Desde luego -convino él con un suspiro-. Esperaba traer solo a Merton de momento. Sus hermanas podían haberlo seguido después, preferiblemente muchísimo después.

– Pero son sus hermanas -le recordó su madre, que se puso en pie para servirle otra taza de café-. Y solo es un muchacho.

– Gracias, mamá -dijo al tiempo que aceptaba la taza-. Qué tranquilidad hay siempre en casa.

Ojalá no tuviera una hermana que presentar en sociedad, porque así su madre estaría libre y él se ahorraría…

No obstante, tendría que casarse. Ese mismo año.

– ¿Son una familia muy bulliciosa? -preguntó su madre, enarcando las cejas.

– ¡No, no, en absoluto! -Suspiró otra vez-. Es que me sentía un poco…

– ¿Responsable? -sugirió ella-. Elliott, has hecho todo lo que ha estado en tu mano desde que heredaste esa responsabilidad. ¿Es inteligente ese muchacho? ¿Serio? ¿Está dispuesto a aprender?

– Muy inteligente, sí-contestó-, aunque me parece que tiene un carácter un poco inquieto. De repente, se ha visto con alas y desea extenderlas con desesperación, aunque no tiene mucha idea de cómo hacerlo.

– En ese caso, es igual que todos los muchachos a esa edad -le aseguró su madre con una sonrisa.

– Supongo que tienes razón -dijo. Pero de momento ha demostrado sentir interés por sus tierras y por todo el trabajo que conllevan, y también por las responsabilidades que implicará ser un par del reino cuando alcance la mayoría de edad. Ha accedido a continuar con sus planes de asistir a Oxford este otoño. Admito que posee mucho encanto. Creo que la servidumbre de Warren Hall ya lo adora, Samson incluido.

– Entonces no será una pérdida de tiempo ni de esfuerzo para ti -repuso su madre-. ¿Y las damas? ¿Será muy difícil quitarles el aura rústica? ¿Son vulgares? ¿Duras de mollera?

– En absoluto. -Apuró el café y soltó un suspiro de contento mientras estiraba las piernas, todavía con las botas puestas, tras lo cual dejó la taza junto al apoyabrazos del sillón-. Creo que se adaptarán sin dificultad. Pero, mamá, alguien tendrá que llevarlas a Londres esta primavera y acompañarlas para que adquieran un guardarropa adecuado, para presentárselas a las personas adecuadas, para introducirlas en la alta sociedad y… En fin, es que no sé cómo se hace. Yo no puedo hacerlo. En el caso de las tres damas me encuentro atado de manos.

– Desde luego -convino su madre.

– Y tú tampoco puedes -señaló-. Este año es la presentación de Cecily. -Le lanzó una mirada esperanzada.

– Cierto -repuso ella.

– He pensado que tal vez la tía Fanny o a la tía Roberta… -dijo.

– ¡Elliott! -Lo interrumpió su madre-. No estarás hablando en serio, ¿verdad?

– No -reconoció-. Supongo que no. Y la abuela está demasiado mayor. George dice que debería casarme y dejar que mi mujer las amadrine.

Su madre pareció alegrarse por la solución, aunque acabó frunciendo el ceño.

– Después de las Navidades me dijiste que te casarías este año -le recordó-, antes de cumplir los treinta. Me alegro mucho de que lo hayas decidido, de verdad, pero espero que no elijas a tu futura esposa movido por motivos fríos y racionales, sin tener en cuenta las razones del corazón.

– Sin embargo, los matrimonios concertados y cuidadosamente planeados suelen resultar más felices que las uniones por amor, mamá -protestó.