Mientras hablaba mantuvo la vista clavada en los parterres desnudos que tenían a los pies, como si estuviera pensando en voz alta.
Vanessa no fue la única en interpretar correctamente el velado mensaje. El carruaje se puso en marcha al cabo de unos minutos, y el vizconde de Lyngate se alejó a caballo. Katherine y Stephen se marcharon hacia el establo, ya que habían planeado ir cabalgando al pueblo para hacerles una visita a los Grainger, de modo que Vanessa y Margaret se quedaron a solas en la terraza.
– Nessie -dijo Margaret al cabo de unos minutos de silencio, cuando el sonido de los cascos de los caballos se perdió en la distancia-, ¿lady Lyngate acaba de decir lo que yo creo que acaba de decir?
– Parece que está intentando auspiciar un compromiso entre su hijo y tú -contestó.
– ¡Pero eso es absurdo! -exclamó Margaret.
– Yo no lo veo así -la contradijo-. El vizconde ha llegado a una edad en la que lo normal es buscar una esposa. Todos los caballeros con título y posesiones deben casarse, no sé si lo sabes, sea cual sea su opinión al respecto. Y tú eres una candidata muy adecuada. Además de seguir soltera, de ser guapa y de poseer unos modales exquisitos, eres la hermana de un conde, precisamente del conde de quien es tutor lord Lyngate. ¿Se te ocurre algo más conveniente que una boda entre vosotros?
– ¿Conveniente para quién? -replicó Margaret.
– Y el vizconde es un gran partido -prosiguió Vanessa-. Hace solo dos semanas nos llevamos una gran impresión porque se había alojado en la posada del pueblo sin previo aviso y porque asistió al baile. Es un hombre con título y con dinero, joven y guapo. Y tú misma le has expuesto a la vizcondesa lo precario de nuestra posición, ya que no contamos con la ayuda de una dama que nos amadrine para presentarnos en sociedad.
– ¿Y si yo me casara crees que podría asumir ese papel con respecto a ti, a Kate y a mí misma? -le preguntó Margaret con un estremecimiento mientras regresaban a la casa.
– Sí-contestó Vanessa-. Supongo que podrías hacerlo. Disfrutarías de tu presentación en la corte tal como ha explicado lady Lyngate, y después podrías hacer lo que te pareciera mejor. De esa forma, el vizconde de Lyngate podría ayudarnos todo lo posible sin que nadie lo considerara incorrecto. Si él fuera tu marido, no habría nada impropio en que nos prestara su apoyo.
La idea le resultó espantosa por algún motivo. Margaret y el vizconde de Lyngate… Intentó imaginárselos juntos. En el altar, durante la boda, sentados el uno junto al otro frente al fuego en una escena de lo más hogareña, o en el… ¡No! No pensaba imaginárselos en ningún otro sitio. Sacudió la cabeza con suavidad para alejar la imagen.
Margaret se detuvo al llegar junto a la fuente. Colocó una mano en el borde de piedra como si necesitara apoyo.
– Nessie -dijo-, no estás hablando en serio.
– La cuestión es si hablaba en serio la vizcondesa -repuso su hermana-. Y si es capaz de convencer al vizconde para que considere en serio la idea.
– Pero ¿crees que habría dejado caer una insinuación tan… evidente sin que él estuviera al tanto de todo? -Preguntó Margaret-. ¿Cómo iba a ocurrírsele algo así a lady Lyngate si el vizconde no le hubiera comentado algo previamente? Ella no nos había visto hasta esta tarde. Tal vez haya venido con la intención de echar un vistazo a una posible candidata.
El hecho de que haya dicho lo que ha dicho indica que aprueba la elección de su hijo. Pero ¿cómo es posible que el vizconde haya tomado esa decisión? ¡Mi aspecto es totalmente pueblerino! ¿Cómo es posible que se le haya pasado por la cabeza siquiera? Nunca ha dejado entrever que estuviera interesado en formalizar un compromiso conmigo. Nessie, ¿no estaré sufriendo una disparatada pesadilla?
Comprendió que Margaret tenía razón. El vizconde de Lyngate sabía desde el primer momento que si las tres hermanas acompañaban a Stephen a Warren Hall, supondrían un enorme problema. Era muy probable que hubiera decidido solventarlo en parte casándose con Margaret. Y, según su madre, ya había decidido con anterioridad casarse ese año.
– Pero en el caso de que te proponga matrimonio, no puedes decir que no, Meg -afirmó-. ¿Te gustaría hacerlo?
– ¿Negarme? -Margaret frunció el ceño y guardó silencio unos instantes.
¿No estaría sufriendo una disparatada pesadilla?, se repitió.
– ¿Dudas por Crispin? -le preguntó Vanessa en voz baja.
Era la primera vez que el nombre de Crispin surgía entre ellas desde hacía muchísimo tiempo.
Margaret volvió la cabeza con brusquedad para mirarla un instante, aunque su hermana alcanzó a ver las lágrimas que tenía en los ojos.
– ¿A quién te refieres? -la oyó preguntar-. ¿Conozco a alguien con ese nombre?
La voz de Margaret destilaba tanto dolor y tanta amargura que no supo qué contestar. De todas formas, era obvio que se trataba de una pregunta retórica.
– Si alguna vez conocí a alguien con ese nombre -dijo Margaret a la postre-, ya no lo recuerdo.
Vanessa tragó saliva al escuchar ese comentario. Ella también estaba al borde de las lágrimas.
– Si me casara -comentó Margaret-, siempre y cuando lord Lyngate me propusiera matrimonio, claro, le facilitaría las cosas a Kate, ¿verdad? Y a ti también. Y a Stephen.
– Pero no puedes casarte para facilitarnos las cosas -repuso Vanessa, horrorizada.
– ¿Por qué no? -Margaret la miró en ese momento con una expresión vacía y desolada-. Os quiero a todos. Sois mi vida. Sois mi razón para vivir.
Las palabras de su hermana la dejaron espantada. Nunca la había escuchado hablar con semejante desesperación. Siempre parecía tranquila y alegre, era el ancla del que dependían todos. Aunque en el fondo siempre había sabido que en su interior guardaba un corazón destrozado, nunca había imaginado hasta qué punto esa herida había dejado vacía el alma de Margaret. Y debería haberlo adivinado.
– Pero ahora ya no estás obligada a cuidarnos como antes -le recordó-. Gracias a su posición, Stephen puede cuidarnos y asegurarse de que no nos falta nada. Lo único que necesitamos de ti es tu amor, Meg. Y tu felicidad. No hagas esto. Por favor.
Margaret sonrió.
– Estoy convirtiendo esta situación en un melodrama de tres al cuarto, ¿verdad? Sobre todo cuando ni siquiera sabemos si lady Lyngate me ha elegido como posible novia de su hijo. Y tampoco sabemos qué opina el interesado del tema, o si lo ha pensado siquiera. Nessie, qué humillante sería después de todo esto que no viniera a proponerme matrimonio. -Soltó una alegre carcajada, pero su expresión seguía siendo desolada.
Vanessa tuvo un desagradable presentimiento mientras regresaban al interior de la casa, a la biblioteca, donde ya habían encendido el fuego, cuyo calor recibieron con gusto.
Crispin jamás volvería en busca de Margaret. Pero si se casaba con el vizconde de Lyngate para seguir protegiéndolos, la vida dejaría de tener sentido para ella.
Porque, en realidad, ellos no eran su razón para seguir viviendo. Margaret dependía de la esperanza para seguir adelante, aunque pareciera haberla perdido por completo después de los cuatro años de ausencia de Crispin.
La esperanza era lo que daba sentido a la vida de todo el mundo.
Margaret no podía casarse con el vizconde de Lyngate. Era posible que él ni siquiera se lo propusiera, claro estaba, pero Vanessa tenía la espantosa certeza de que lo haría. Y en ese caso, mucho se temía que Margaret aceptaría.
La posibilidad la asustaba.
¿Por lo que pudiera suponer para su hermana?
La pregunta cobró forma en su mente y la sorprendió hasta el punto de afectarle. ¿Qué objeción personal podía tener para temer un matrimonio entre Meg y el vizconde? ¿O entre cualquier otra mujer y el vizconde? Era cierto que había estado en un tris de enamorarse de él en el baile de San Valentín. Pero incluso entonces era consciente de que el carácter de lord Lyngate le causaba más antipatía que admiración.