No obstante, cerró la boca.
– Ni siquiera soy guapa, ¿no es verdad? -continuó ella-. Y ya he estado casada. He sito una tonta al pensar que mi plan podría funcionar y que usted estaría dispuesto a aceptarme. Sin embargo, ¿promete no proponerle matrimonio a Meg? Ni a Kate. Necesita a un hombre distinto.
– ¿Alguien que sea más humano? -le preguntó. Volvió a entrecerrar los ojos.
Y ella cerró los suyos un momento.
– No lo he dicho con esa intención -le aclaró ella-. Solo me refería a que necesita a alguien más joven y… y…
– ¿Con sentido del humor? -sugirió.
En ese momento la señora Dew lo miró y le sonrió de forma inesperada con una expresión traviesa y alegre.
– ¿Sigue deseando despertarse y descubrir que aún es de noche? -le preguntó-. Porque yo sí. Jamás en la vida me había puesto tan en ridículo. Y ni siquiera puedo pedirle que olvide todo este asunto. Sería imposible olvidarlo.
Cierto, lo sería. La furia lo consumió de nuevo.
Se inclinó hacia ella y la besó en la boca.
Al ver que ella echaba la cabeza hacia atrás como un conejillo asustado, enarcó las cejas.
– Me gustaría constatar algo de lo que ya ha alardeado dos veces. Quiero saber si hay algo de verdad en sus palabras.
Ella lo miró sin comprender un instante.
– ¿Se refiere a mi afirmación de que sé cómo complacer a un hombre? -Sus ojos parecían enormes de nuevo y volvía a estar colorada.
– Sí-respondió Elliott en voz baja-. A eso.
– No estaba alardeando.
Al ver que él no se movía, ella levantó las manos enguantadas, se las colocó en las mejillas y frunció los labios exageradamente para besarlo con mucha dulzura en la boca.
Era el beso más lamentable que le había dado una mujer que no fuera ni su madre ni sus hermanas.
Sin embargo, lo que sentía era definitivamente una punzada de deseo sexual, concluyó cuando ella lo soltó, lo miró expectante a los ojos, y él notó la ya conocida sensación en la entrepierna. Muchísimo más que una punzada, a decir verdad.
¡Por el amor de Dios!
– Los sombreros y los guantes son un impedimento, ¿no cree? -comentó el vizconde, al tiempo que se quitaba el sombrero y los guantes, los arrojaba a la hierba y se desataba el bonete para tirarlo también al suelo.
La señora Dew se quitó los guantes mientras se mordía el labio inferior.
– Ahora ya puede hacerme una demostración menos cohibida.
La señora Dew volvió a colocarle las manos, que eran cálidas y suaves, en las mejillas y lo miró a los ojos hasta que lo besó.
Su boca seguía un tanto fruncida, pero en esa ocasión movió los labios sobre los suyos, entreabriéndolos ligeramente, lo bastante para que él pudiera detectar la humedad de su boca. Y le enterró los dedos en el pelo. Le besó la barbilla, las mejillas, los párpados cerrados, las sienes, muy suavemente, con ternura. Y después regresó a su boca para lamerle los labios con la punta de la lengua, que desplazó de comisura a comisura.
Sus cuerpos no se tocaron en ningún otro punto.
El permaneció inmóvil, con los brazos a los costados y los puños ligeramente cerrados.
Hasta que la demostración concluyó. La señora Dew se apartó de él y dejó caer los brazos a los costados.
– Debe tener en cuenta que Hedley carecía de experiencia cuando nos casamos -adujo-. Por supuesto, yo también. Y estuvo muy enfermo durante gran parte de nuestro matrimonio. Yo no… lo siento. Creo que, después de todo, estaba alardeando.
Elliott bajó la mirada, se agachó para recoger un guijarro plano y se volvió hacia el lago. Lanzó el guijarro, que rebotó varias veces sobre la superficie y dejó a su paso una estela de ondas concéntricas.
Acababa de comprender algo. Era demasiado tarde para rechazar su ridícula proposición con el desdén que se merecía. La había invitado a besarlo, y ella lo había hecho. Si bien no la había comprometido en el más estricto sentido de la palabra, sí que había jugado con su sensibilidad.
De modo que tendría que comportarse de forma honorable.
– Sí, solo era un farol -convino al tiempo que se volvía para mirarla, con un deje casi cruel-. Verá, señora Dew, yo sí tengo experiencia, y le exigiría a una esposa muchísimo más de lo que un hombre enfermo podría exigirle. Estoy seguro de que retiraría su proposición de matrimonio enseguida si yo le hiciera una demostración.
– No lo haría -le aseguró ella con mirada desafiante-. No soy una niña. Y no tiene motivos para estar enfadado. Le he hecho una propuesta muy sensata y es libre de rechazarla… aunque espero que no le pida matrimonio a Meg, después de todo. Haga su demostración y ya le diré yo si quiero o no retractarme. -Y resopló con fuerza por la nariz. Estaba enfadada.
Elliott extendió la mano y le desabrochó la capa a la altura del cuello. Echó la prenda hacia atrás, dejándola caer sobre la hierba junto con su bonete y sus guantes.
– El frío le durará poco -le prometió con voz desabrida mientras se desabrochaba el abrigo, aunque no se lo quitó.
La rodeó con los brazos, pasándole uno por encima de los hombros y otro por la cintura, y la pegó a él. La envolvió con su abrigo mientras desplazaba una mano hacia su trasero para pegarla todavía más.
– ¡Oh! -exclamó ella al tiempo que lo miraba a la cara, con los ojos como platos y una expresión sorprendida.
– Lo mismo digo.
Era muy delgada. Tenía muy pocas curvas, pero por extraño que pareciera le resultaba muy femenina.
Inclinó la cabeza y la besó en la boca. Se topó con esa especie de mueca, pero ni se inmutó. Separó los labios, presionó con la lengua e invadió su boca antes de que a ella se le ocurriera siquiera apretar los dientes.
Escuchó el gemido que brotó de su garganta.
Sin embargo, no había terminado con la demostración ni mucho menos. Exploró el interior de su boca, acariciando con la lengua las zonas que sabía que la excitarían mientras la aferraba con fuerza por la nuca para que no pudiera separarse de él.
Con la mano libre le desabrochó los botones de la espalda de su vestido hasta poder dejarle los hombros al descubierto. Acto seguido, le recorrió la espalda con las manos y fue acariciándola hasta llegar a sus pechos, pequeños, firmes y realzados por el corsé. Le acarició los pezones con el índice y el pulgar de cada mano hasta que se le endurecieron.
Le besó la barbilla y el cuello mientras seguía acariciándola hasta llegar a su trasero, y una vez allí volvió a pegarla a su cuerpo para poder frotarse contra ella.
Sin dejar de mover las caderas, la besó de nuevo en la boca, imitando la cópula con su lengua y logrando que ella le enterrara los dedos en el pelo con fuerza.
Su intención era la de hacerle una demostración en toda regla para poner en su sitio a una inocente muy impertinente que había jugado con fuego. Pero el episodio no había tenido el final esperado porque no esperaba excitarse. Y si no ponía fin enseguida a lo que estaba sucediendo, la tumbaría en la hierba, sin importarle ni el frío de febrero ni la humedad del suelo, y le demostraría otra cosa bien distinta.
Porque ella no estaba haciendo el menor esfuerzo para poner fin al abrazo, así de peligrosa era su inocencia.
¡Por el amor de Dios! ¡Era la señora Nessie Dew! Y no era ni de noche ni estaban viviendo un extraño sueño. Habían ido demasiado lejos.
Le colocó las manos en la cintura y levantó la cabeza.
Ella lo miró a la cara, con los ojos oscurecidos por la pasión y una mirada más intensa que de costumbre. Se dio cuenta de que definitivamente eran muy azules. Y su mejor rasgo, sin duda alguna.
– Siempre debería tener esa expresión -le aconsejó ella.
– ¿Cuál? -preguntó con el ceño fruncido.
– Esa expresión apasionada -contestó-. Tiene unas facciones muy marcadas. Que piden a gritos mucha pasión, no orgullo ni desdén como suele ser lo habitual.
– Ah, así que volvemos a lo mismo, ¿no? -replicó.