El muchacho sufriría un período de rebeldía en un futuro cercano, de eso estaba seguro. Pero esperaba que lo superase sin sufrir ningún daño permanente. Pese a toda esa incansable energía, poseía un carácter firme, que no era otra cosa que el resultado de una buena educación.
Su hermana mayor insistía en volver con él al campo. El día que Elliott le aseguró que no tenía por qué hacerlo ya que estaría firmemente vigilado por sus tutores, ella le dijo que ya había sido presentada en sociedad. Que a partir de ese momento podía relacionarse con la alta sociedad cuando le apeteciera, si acaso le apetecía. Le aseguró que se alegraba mucho de haber ido a Londres para disfrutar de parte de la temporada social, pero que su lugar estaba al lado de Stephen y que durante los próximos años, o al menos hasta que su hermano se casara, debía estar en Warren Hall, ejerciendo la labor de señora de la casa. Por si eso no bastaba, le recordó que ya no la necesitaban en Londres, ya que Katherine iba a trasladarse a Moreland House, donde la vizcondesa viuda de Lyngate ejercería de carabina hasta que Vanessa volviera del campo.
Y le dejó muy claro que nadie la haría cambiar de opinión.
Fue Vanessa quien comunicó a Elliott que el marqués de Allingham había propuesto matrimonio a su cuñada y que esta lo había rechazado. Habría sido un enlace brillante para ella, pero según Vanessa su hermana seguía albergando ciertos sentimientos hacia el militar que la había traicionado, y tal vez nunca los superara.
Katherine Huxtable también quiso volver a Warren Hall en cuanto se enteró de los planes de sus hermanos. Adujo que añoraba mucho la tranquilidad del campo. Sin embargo, entre Cecily y Vanessa lograron convencerla de que se quedara en Londres. Tenía una horda de admiradores y posibles pretendientes, casi tantos como Cecily. Tal vez no se diera cuenta de lo afortunada que era. Muchas jovencitas que disfrutaban de su presentación en sociedad habrían dado cualquier cosa para lograr la mitad de sus admiradores.
Sin embargo, había una cosa que Elliott había descubierto y que con el paso del tiempo resultaba cada vez más evidente. Aunque la vida de los Huxtable hubiera cambiado como de la noche al día, ellos no habían cambiado en absoluto. Se adaptarían a sus nuevas circunstancias -de hecho ya lo estaban haciendo-, pero no se les subirían a la cabeza.
Al menos, así esperaba que fuese en el caso de Merton, además de en el de sus hermanas.
Por tanto, la velada en los jardines de Vauxhall era en realidad una cena de despedida para Merton y la señorita Huxtable. Su madre y Cecily, así como Averil y su esposo, y por supuesto Katherine Huxtable completaban el grupo.
Elliott había elegido una noche en la que habría orquesta y fuegos artificiales. La suerte les sonrió, ya que el cielo siguió despejado después del crepúsculo y la noche resultó agradable, con una ligera brisa que mecía suavemente los farolillos colgados en las ramas de los árboles, sumiendo en su juego de luces y sombras los numerosos senderos por los que paseaban los alegres visitantes.
Llegaron a los jardines por el río, justo cuando caía la noche. La orquesta ya estaba tocando en la rotonda central, lugar donde se emplazaba el reservado a nombre del vizconde de Lyngate.
– ¡Oh, Elliott! -Exclamó Vanessa, aferrándole con fuerza el brazo-. ¡Es lo más bonito que he visto en la vida!
Vanessa y sus exageraciones… Nada podía ser simplemente bonito, o delicioso, o divertido.
– ¿Más bonito que el vestido que llevas o que tu nuevo corte de pelo? -le preguntó, mirándola-. Yo sé de otra cosa más bonita que los jardines. Muchísimo más bonita, en realidad. ¡Tú!
Ella ladeó la cabeza y lo miró con su habitual alegría.
– Qué tonto eres… -le dijo.
– ¡Ah! -Exclamó él al tiempo que daba un respingo-. ¿Te referías a los jardines? Sí, ahora que los miro, la verdad es que también son preciosos.
Vanessa soltó una carcajada y la señorita Huxtable volvió la cabeza para mirarlos con una sonrisa en los labios.
– ¿Eres feliz? -le preguntó él a su esposa mientras le acariciaba los dedos de la mano que descansaba en su brazo.
La risa se atenuó un poco.
– Sí -contestó-. Sí que lo soy.
Su contestación lo llevó a preguntarse si ese sería el «felices para siempre» del que él siempre se había burlado y en el que ella no creía. Si se habría acercado a ellos a hurtadillas. Un sentimiento que no necesitaba de ningún nombre.
Claro que sería toda una novedad que Vanessa no le pusiera unos cuantos y que lo obligara a él a hacer lo propio.
Elliott hizo una mueca que no tardó en ser reemplazada por una sonrisa.
– ¡Elliott, mira! -Exclamó Vanessa-. La orquesta y los reservados. Y la pista de baile. ¿Vamos a bailar? ¿Al aire libre, bajo las estrellas? ¿Se te ocurre algo más romántico?
– Ahora mismo, nada. Salvo que ese baile sea un vals.
– ¡Sí!
– Bien -dijo Merton en ese momento con evidente entusiasmo-. Allí está Constantine con su grupo. Me dijo que asistiría esta noche.
Vanessa estaba tan locamente enamorada de su esposo que incluso le dolía. Porque aunque había contestado con sinceridad a su pregunta de si era feliz, esa solo era una parte de la verdad.
Elliott no le había dicho nada referente a la conversación de la biblioteca, y se preguntaba si le guardaría algún tipo de resentimiento por haber presenciado sus lágrimas, si se sentiría humillado por el llanto y por haberse negado a dejarlo solo cuando se lo pidió.
Aunque no se había mostrado resentido en ningún momento. Durante la semana que había transcurrido desde entonces le había demostrado una ternura especial, sobre todo cuando hacían el amor. Tal vez los actos dijeran mucho más que las palabras.
Pero ella necesitaba escuchar las palabras.
Y él no había dicho nada.
Sin embargo, no era de las que se regodeaban en la melancolía. Su matrimonio era mucho más feliz de lo que había esperado que fuese cuando tomó la desesperada medida de proponérselo a fin de evitar que se lo pidiera a Meg. Si se veía obligada, se contentaría con que las cosas siguieran como estaban durante el resto de su vida.
Pero cómo anhelaba… En fin, esas palabras.
¿Cómo no iba a ser prácticamente feliz cuando se encontraba en los jardines de Vauxhall, acompañada por todos sus seres queridos?
Caminaron por la avenida principal en grupo, disfrutando de los árboles, de las esculturas, de las columnatas, de los farolillos de colores y de los alegres grupos de personas que paseaban por la avenida, respirando los olores de la naturaleza, de los perfumes y de la comida; escuchando las voces, las risas y la música en la distancia.
Se dieron un suntuoso festín, que incluyó las finísimas lonchas de jamón cocido y las fresas por las que eran tan famosos los jardines. Además de una maravillosa selección de vinos.
Charlaron con los numerosos conocidos que se detuvieron al verlos en el reservado.
Y bailaron. Todos. Incluida la vizcondesa viuda.
Bailar un vals bajo las estrellas le resultó tan romántico como Vanessa había imaginado, y tuvo la sensación de que se pasaron todo el rato mirándose a los ojos mientras ejecutaban los pasos. Ella esbozó una sonrisa y él la miró con esa emoción en los ojos que no podía ser otra cosa que ternura.
Estaba dispuesta a creer que lo era. Las palabras no eran necesarias en realidad.
Pero por muy feliz que fuera, más feliz de lo que cualquier mortal pudiera desear ser al menos una vez en la vida, había cierta parte de sí misma decidida a aguarle el momento. Porque su melancolía no se debía del todo a la resistencia de Elliott a decirle eso tan importante que ella esperaba desde la noche de la biblioteca.