Выбрать главу

El tío Paloma iba de grupo en grupo recibiendo felicitaciones. Por primera vez se mostraba satisfecho de su nieto. ¡Je, je…! La suerte es siempre de los pillos: ya lo decía su padre. Allí estaba él, con sus ochenta sorteos, sin conseguir nunca el uno, y llegaba el nieto de correrla por tierras lejanas, y al primer año, la suerte. Pero en fin… todo caía en la familia. Y se entusiasmaba pensando que iba a ser durante un año el primer pescador de la Albufera.

Enternecido por la suerte, se aproximó a su hijo, grave y ensimismado como de costumbre. ¡Tono, la fortuna había entrado en su barraca, y había que aprovecharla! Ayudaría al pequeño, que no entendía mucho de las cosas de pesca, y el negocio sería grande. Pero el viejo quedó estupefacto al ver la frialdad con que contestaba su hijo. Sí; aquel primer puesto era una suerte poseyendo los útiles necesarios para su explotación. Se necesitaban más de mil pesetas sólo para las redes. ¿Tenían ellos ese dinero?

El tío Paloma sonrió. No faltaría quien lo prestase. Pero Ton¡, al oír hablar de préstamos, hizo un gesto doloroso. Debían mucho. No era flojo tormento el que le hacían sufrir unos franceses establecidos en Catarroja, que vendían caballerías a plazos y adelantaban dinero a los labradores. Había tenido que solicitar su auxilio, primeramente en los años de mala cosecha, ahora para impulsar un poco el enterramiento de su laguna, y hasta en sueños veía a los tales hombres, vestidos de pana, que chapurreaban amenazas y sacaban a cada paso la terrible cartera en la que inscribían los préstamos con su complicada red de intereses. Ya tenía bastante. El hombre, cuando se ve metido en una mala aventura, debe salvarse como pueda, sin buscar otra. Le bastaban las deudas de agricultor, y no quería enredarse en nuevos préstamos para la pesca. Su único deseo era sacar sus tierras a flote de agua, sin entramparse más.

El barquero volvió la espalda al hijo. ¿Y aquélla era su sangre…? Prefería a Tonet con toda su pereza. Se iba con su nieto, y ya se ingeniarían los dos para salir del paso. Al dueño de la Sequiota nunca le falta dinero.

Tonet, rodeado de amigos, agasajado por las mujeres, enorgullecido por la húmeda mirada de Neleta fija en él, sintió que le llamaban tocándole en un hombro.

Era Cañamel, que parecía cobijarle con sus ojos cariñosos. Tenían que hablar; por algo habían sido siempre buenos amigos, y la taberna era como la casa de Tonet. No había que dejarlo para luego: los negocios entre amigos se arreglan pronto. Y se apartaron algunos pasos, seguidos por las curiosas miradas del gentío.

El tabernero abordó el asunto. Tonet no dispondría de lo necesario para explotar el puesto que le había tocado en suerte. ¿No era así…? Pues allí le tenía a él, un amigo verdadero, dispuesto a ayudarle, a asociarse para el negocio común. Él lo proporcionaría todo.

Y como Tonet callase, no sabiendo qué contestar, el tabernero, tomando su silencio por una negativa, volvió a la carga. ¿Eran camaradas o no? ¿Es que pensaba acudir, como su padre, a aquellos extranjeros de Catarroja que se chupaban a los pobres? El era un amigo: hasta se consideraba casi un pariente; porque ¡qué demonio! no podía olvidar que su mujer, su Neleta, se había criado en la barraca de los Palomas, que muchas veces le habían dado allí de comer, y que a Tonet lo quería ella como a un hermano.

El codicioso tabernero usaba con el mayor aplomo de estos recuerdos, insistiendo sobre el cariño fraternal que su mujer sentía por el joven.

Luego apeló a una resolución más heroica. Si dudaba de él, si no lo quería por compañero, llamaría a Neleta para que le convenciese. Seguramente que ella lograría atraerlo al buen camino. ¿Qué…?, ¿la llamaba?

Tonet, seducido por estas proposiciones, dudó antes de aceptarlas. Temía las murmuraciones de la gente; pensaba en su padre, recordando sus severos consejos. Miró en torno suyo, como si pudiera inspirarle el aspecto de la gente, y vio a su abuelo que desde lejos le hacía signos afirmativos con la cabeza.

El barquero adivinaba las palabras de Cañamel. Justamente había pensado en el rico tabernero para que fuese su auxiliar. Y animó a su nieto con nuevos gestos. No debía negarse: aquél era el hombre que necesitaban.

Decidióse Tonet, y el marido de Neleta, adivinando en sus ojos la resolución, se apresuró a formular las condiciones. Él facilitaría todo lo necesario, y Tonet y su abuelo trabajarían: los productos a partir. ¿Estaba conforme…?

Conforme. Los dos hombres se estrecharon la mano, y seguidos de Neleta y el tío Paloma, marcharon hacia la taberna con el propósito de comer juntos para solemnizar el trato.

Por la plaza circuló inmediatamente la noticia. ¡El Cubano y Cañamel se habían juntado para explotar la Sequiota!

A la Samaruca hubo que llevársela de la plaza por orden del alcalde. Escoltada por, algunas mujeres, emprendió el camino de su barraca, rugiendo como una poseída, llamando a gritos a su hermana, que había muerto hacía años, afirmando a todo pulmón que Cañamel era un sinvergüenza, ya que por realizar un negocio no vacilaba en meter en casa al amante de su mujer.

V

Cambió por completo la situación de Tonet en el establecimiento de Cañamel. Ya no era un parroquiano: era el socio, el compañero del dueño de la casa, y penetraba en la taberna desafiando con altivo gesto la murmuración de las enemigas de Neleta.

Si pasaba allí los días enteros, era para hablar de sus negocios. Entrábase con gran confianza en las habitaciones, interiores, y para demostrar que estaba como en su casa, franqueaba el mostrador, sentándose al lado de Cañamel. Muchas veces, si éste y su mujer andaban por dentro y algún parroquiano pedía algo, saltaba el mostrador, y con cómica gravedad, entre las risas de los amigos, servía los géneros, remedando la voz y los ademanes del tío Paco.

El tabernero estaba satisfecho de su asociado. Un excelente muchacho, según declaraba ante los concurrentes de la taberna cuando Tonet no estaba presente; un buen amigo, que, si guardaba buena conducta y era laborioso, iría lejos, muy lejos, contando con el apoyo de un protector como él.

El tío Paloma también frecuentaba la taberna más que antes. La familia, después de borrascosas escenas por la noche en la soledad de la barraca, se había dividido. El tío Toni y la Borda marchaban a sus campos todas las mañanas a continuar la batalla con el lago, pretendiendo ahogarlo bajo los capazos de tierra traídos de lejos penosamente. Tonet y su abuelo iban a casa de Cañamel a hablar de su próxima empresa.

En realidad, los únicos que hablaban de ésta eran el tabernero y el tío Paloma. Cañamel se ensalzaba a sí mismo, alabando la generosidad con que había aceptado el negocio. Exponía su capital sin conocer el resultado de la pesca, y hacía este sacrificio contentándose con la mitad del producto. No era como los prestamistas extranjeros de tierra firme, que sólo daban el dinero con la seguridad de buenas hipotecas y un interés crecido. Y todo su odio contra los intrusos, la rivalidad feroz en el oficio de explotar al prójimo, vibraba en sus palabras. ¿Quién era aquella gente que poco a poco se apoderaba del país? Franceses venidos a la tierra valenciana con los zapatos rotos y un traje de pana vieja pegado al cuerpo. Gentes de una provincia de Francia cuyo nombre no recordaba, pero que venían a ser, poco más o menos, como los gallegos de su país. Ni siquiera era propio el dinero que prestaban. En Francia, los capitales producían escaso interés, y estos gabachos los tomaban en su tierra al dos o al tres por ciento para prestar el dinero a los valencianos al quince o al veinte, realizando un negocio magnífico. Además, compraban caballerías al otro lado de los Pirineos, las entraban tal vez de contrabando, y las vendían a plazos a los labradores, arreglando el negocio de modo que el comprador nunca tenía la bestia por suya. Había pobre a quien costaba un jaco ruin como si fuese el mismo caballo de Santiago. Un robo, tío Paloma; un despojo indigno de cristianos. Y Cañamel se encolerizaba hablando de estas cosas con toda la indignación y la secreta envidia del usurero que no osa, por cobardía, emplear los mismos procedimientos de sus rivales.