Calígula. No, no es grave.
El viejo patricio. ¿Pero qué cosa, Cayo?
Calígula. ¿De qué hablábamos, amor mío?
El viejo patricio (mirando a su alrededor). Es decir… (Se retuerce y termina por estallar.) Una conspiración contra ti…
Calígula. Ya lo ves, es lo que yo decía, nada grave.
El viejo patricio. Cayo, quieren matarte.
Calígula (se le acerca y lo toma de los hombros). ¿Sabes porqué no puedo creerte?
El viejo patricio (haciendo ademán de jurar). Por todos los dioses, Cayo…
Calígula (suavemente y empujándolo poco a poco hacia la puerta). No jures, sobre todo no jures. Escucha, en cambio. Si lo que dices fuera cierto, tendría que suponer que traicionas a tus amigos, ¿no es así?
El viejo patricio (un poco perdido). Es decir, Cayo, que mi amor por ti…
Calígula (en el mismo tono). Y no puedo suponer eso. He detestado tanto la cobardía que nunca podría evitar la muerte de un traidor. Bien sé lo que vales. Y seguramente no querrás traicionar ni morir.
El viejo patricio. ¡Seguramente, Cayo, seguramente!
Calígula. Ya ves, entonces, que tenía razón al no creerte. No eres un cobarde, ¿verdad?
El viejo patricio. Oh, no…
Calígula. Ni un traidor.
El viejo patricio. Ni qué decirlo, Cayo.
Calígula. Y en consecuencia, si no hay conspiración, dime, ¿sólo era una broma?
El viejo patricio (descompuesto). Una broma, una simple broma…
Calígula. Nadie quiere matarme, ¿no es evidente?
El viejo patricio. Nadie, claro está, nadie.
Calígula (respirando con fuerza; luego, lentamente). Entonces lárgate, ricura. Un hombre honorable es un animal tan raro en este mundo que no podría soportar su vista demasiado tiempo. Necesito quedarme solo para saborear este gran momento.
ESCENA V
Calígula contempla un instante la tablilla desde su sitio. La toma y la lee. Respira hondo y llama a un guardia.
Calígula. Trae a Quereas.
El guardia sale.
Calígula. Un momento.
El guardia se detiene.
Calígula. Con cuidado.
El guardia sale.
Calígula va y viene. Luego se dirige hacia el espejo.
Calígula. Habías decidido ser lógico, idiota. Sólo es cuestión de saber hasta dónde llegarán las cosas. (Irónico.) Si te trajeran la luna, todo cambiaría, ¿verdad? Lo imposible resultaría posible y al mismo tiempo, de una vez, todo se transfiguraría. ¿Por qué no, Calígula? ¿Quién puede saberlo? (Mirá a su alrededor.) Cada vez hay menos gente a mi alrededor, es curioso. (Al espejo, con voz sorda.) Demasiados muertos, demasiados muertos; todo queda desguarnecido. Aunque me trajeran la luna, no podría echarme atrás. Aunque los muertos se estremecieran de nuevo bajo la caricia del sol, los asesinatos no volverían bajo tierra. (Con acento furioso.) La lógica, Calígula, hay que perseguir la lógica. El poder hasta el fin, el abandono hasta el fin. ¡No, no es posible volver atrás; es preciso llegar hasta la consumación!
Entra Quereas.
ESCENA VI
CALÍGULA se ha echado un poco hacia atrás en el asiento, envuelto en su manto. Parece extenuado.
Quereas. Me has llamado, Cayo.
Calígula (con voz débil). Sí, Quereas.
Silencio.
Quereas. ¿Tienes algo especial que decirme?
Calígula. No, Quereas.
Silencio.
Quereas (un poco irritado). ¿Estás seguro de que mi presencia es necesaria?
Calígula. Absolutamente seguro, Quereas.
Nuevo silencio.
Calígula (Súbitamente solícito). Pero discúlpame. Estoy distraído y te recibo muy mal. Siéntate y conversemos como amigos. Necesito hablar un poco con alguien inteligente.
Quereas se sienta.
Calígula (natural, al parecer, por primera vez desde el comienzo de la obra). Quereas, ¿crees que dos hombres de alma y orgullo semejantes pueden hablarse, por lo menos una vez en la vida, con el corazón en la mano, como si estuvieran desnudos uno frente al otro, despojados de los prejuicios, de los intereses particulares y de las mentiras de que viven?
Quereas. Pienso que es posible, Cayo. Pero creo que tú eres incapaz.
Calígula. Tienes razón. Sólo quería saber si pensabas como yo. Cubrámonos, pues, con las máscaras. Utilicemos las mentiras. Hablemos como se combate, cubiertos hasta la guarnición. Quereas, ¿por qué no me quieres?
Quereas. Porque no hay nada amable en ti, Cayo. Porque estas cosas no se ordenan. Y además, porque te comprendo demasiado bien y no se puede querer ese rostro que tratarnos de enmascarar en nosotros mismos.
Calígula. ¿Por qué me odias?
Quereas. En eso te equivocas, Cayo. No te odio. Te juzgo nocivo y cruel, egoísta y vanidoso. Pero no puedo odiarte porque no te creo feliz. Y no puedo despreciarte porque sé que no eres cobarde.
Calígula. Entonces, ¿por qué quieres matarme?
Quereas. Ya te lo dije: te juzgo nocivo. Me gusta la seguridad y la necesito. La mayoría de los hombres son como yo. Son incapaces de vivir en un universo donde el pensamiento más descabellado puede en un segundo entrar en la realidad; donde, la mayoría de las veces, entra en ella como el cuchillo en el corazón. Tampoco yo quiero vivir en semejante universo. Prefiero la seguridad.
Calígula. La seguridad y la lógica no marchan juntas.
Quereas. Es cierto. No es lógico pero es sano.
Calígula. Continúa.
Quereas. No tengo nada más que decirte. No quiero entrar en tu lógica. Tengo otra idea de mis deberes de hombre. Sé que la mayoría de tus súbditos piensa como yo. Eres molesto para todos. Es natural que desaparezcas.
Calígula. Todo eso es muy claro y muy legítimo. Para la mayoría de los hombres hasta sería evidente. No para ti, sin embargo. Eres inteligente y la inteligencia se paga caro o se niega. Yo pago, pero tú, ¿por qué no la niegas y no quieres pagar?
Quereas. Porque tengo ganas de vivir y de ser feliz. Creo que no es posible ni lo uno ni lo otro llevando lo absurdo hasta sus últimas consecuencias. Soy como todo el mundo. Para sentirme liberado de ello, deseo a veces la muerte de aquellos a quienes amo, codicio mujeres que las leyes de la familia o de la amistad me vedan. Para ser lógico, debería entonces matar o poseer. Pero juzgo que esas ideas vagas no tienen importancia. Si todo el mundo se metiera a realizarlas, no podríamos vivir ni ser felices. Una vez más lo digo: eso es lo que me importa.
Calígula. Así que necesitas creer en alguna idea superior.
Quereas. Creo que unas acciones son más bellas que otras.
Calígula. Yo creo que todas son equivalentes.
Quereas. Lo sé, Cayo, y por eso no te odio. Pero eres molesto y tienes que desaparecer.
Calígula. Es muy justo. Pero, ¿a qué anunciármelo con riesgo de tu vida?
Quereas. Porque otros me reemplazarán y porque no me gusta mentir.
Silencio.
Calígula. ¡Quereas!
Quereas. Sí, Cayo.
Calígula. ¿Crees que dos hombres de alma y orgullo semejantes pueden hablarse, por lo menos una vez en la vida, con el corazón en la mano?
Quereas. Creo que es lo que acabamos de hacer.
Calígula. Sí, Quereas. Sin embargo, tú me juzgabas incapaz de ello.
Quereas. Me equivocaba, Cayo, lo reconozco y te doy las gracias. Ahora espero tu sentencia.
Calígula (distraído). ¿Mi sentencia? Ah, quieres decir… (Sacando la tablilla de debajo del manto.) ¿Conoces esto, Quereas?