Cesonia (debatiéndose débilmente). ¡Cayo!
Calígula (cada vez más exaltado). No, nada de ternura. Hay que terminar, el tiempo apremia. ¡El tiempo apremia, querida Cesonia!
Cesonia agoniza, Calígula la arrastra hasta el lecho donde la deja caer.
Calígula (mirándola con ojos extraviados; con voz ronca). Y tú también eras culpable. Pero matar no es la solución.
ESCENA XIII
Gira sobre sí mismo, hosco, y se acerca al espejo.
Calígula. ¡Calígula! Tú también, tú también eres culpable ¡Entonces, ¿no es verdad?, un poco más, un poco menos! ¿Pero quién se atrevería a condenarme en este mundo sin juez, donde nadie es inocente? (Con acento de angustia, apretándose contra el espejo.) Ya lo ves, Helicón no ha venido. No tendré la luna. Pero qué amargo es estar en lo cierto y llegar sin remedio a la consumación. Porque temo la consumación. ¡Ruido de armas! La inocencia prepara su triunfo. ¡Por qué no estaré en su lugar! Tengo miedo. Qué asco, después de haber despreciado a los demás, sentir la misma cobardía en el alma. Pero no importa. Tampoco el miedo dura. Encontraré ese gran vacío donde el corazón se sosiega.
Retrocede un poco, vuelve hacia el espejo. Parece más tranquilo. Reanuda el discurso, pero en voz más baja y concentrada.
Todo parece tan complicado. Sin embargo, todo es tan sencillo. Si yo hubiera conseguido la luna, si el amor bastara, todo habría cambiado. ¿Pero dónde apagar esta sed? ¿Qué corazón, qué dios tendría para mí la profundidad de un lago? (De rodillas y llorando.) Nada, en este mundo ni en el otro, que esté a mi altura. Sin embargo sé, y tú también lo sabes (tiende las manos hacia el espejo llorando), que bastaría que lo imposible fuera. ¡Lo imposible! Lo busqué en los límites del mundo, en los confines de mí mismo. Tendí mis manos (gritando), tiendo mis manos y te encuentro, siempre frente a mí, y por ti estoy lleno de odio. No tomé el camino verdadero, no llego a nada. Mi libertad no es la buena. ¡Nada! Siempre nada. ¡Ah, cómo pesa esta noche! Helicón no ha venido; ¡seremos culpables para siempre! Esta noche pesa como el dolor humano.
Ruido de armas y cuchicheos entre bastidores. Calígula se levanta, toma con la mano un asiento bajo y se acerca al espejo respirando con fuerza. Se observa, simula un salto hacia adelante y frente al movimiento simétrico de su doble en el espejo, arroja el asiento al vuelo, gritando: ¡A la historia, Calígula, a la historia!
El espejo se rompe y en ese momento, por todas las puertas, entran los conjurados en armas. Calígula los enfrenta con una risa loca. El viejo Patricio lo hiere en la espalda, Quereas, en medio de la cara. La risa de Calígula se transforma en estertor. Todos lo hieren. Con un último estertor, Calígula, riendo, grita: ¡Todavía estoy vivo!
Telón