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El intendente. César, mi buena voluntad no admite duda, te lo juro.

Calígula. Ni la mía, puedes creerme. La prueba es que consiente en adoptar tu punto de vista y considerar el Tesoro público como un objeto de meditación. En suma, agradéceme, pues intervengo en tu juego y utilizo tus cartas. (Pausa, luego, con calma.) Además mi plan, por su sencillez, es genial, lo cual cierra el debate. Tienes tres segundos para desaparecer. Cuento: uno…

El intendente desaparece.

ESCENA X

Cesonia. ¡No te reconozco! Es una broma, ¿verdad?

Calígula. No es exactamente eso, Cesonia. Es pedagogía.

Escipión. ¡No es posible, Cayo!

Calígula. ¡Justamente!

Escipión. No te comprendo.

Calígula. ¡Justamente! Se trata de lo que no es posible, o más bien, de hacer posible lo que no lo es.

Escipión. Pero ese juego no tiene límites. Es la diversión de un loco.

Calígula. No, Escipión, es la virtud de un emperador. (Se echa hacia atrás con un gesto de fatiga.) ¡Ah, hijos míos! Acabo de comprender por fin la utilidad del poder. Da oportunidades a lo imposible.

Hoy, y en los tiempos venideros, mi libertad no tendrá fronteras.

Cesonia (tristemente). No sé si hay que alegrarse, Cayo.

Calígula. Tampoco yo lo sé. Pero supongo que de eso habrá que vivir.

Entra Quereas.

ESCENA XI

Quereas. Supe tu regreso. Hago votos por tu salud.

Calígula. Mi salud te lo agradece. (Pausa; de improviso.) Vete, Quereas, no quiero verte.

Quereas. Me sorprendes, Cayo.

Calígula. No te sorprendas. No me gustan los literatos y no puedo soportar la mentira.

Quereas. Si mentimos, es sin saberlo muchas veces. No me considero culpable.

Calígula. La mentira nunca es inocente. Y la vuestra da importancia a los seres y a las cosas. Eso es lo que no puedo perdonaros.

Quereas. Y sin embargo, no hay más remedio que abogar por este mundo, si queremos vivir en él.

Calígula. No abogues, la causa está juzgada. Este mundo no tiene importancia, y quien así lo entienda conquista su libertad. (Se ha levantado.) Y justamente, os odio porque no sois libres. En todo el Imperio romano soy el único libre. Regocijaos, por fin ha llegado un emperador que os enseñará la libertad. Vete, Quereas, y tú también, Escipión, pues, ¿qué es la amistad? Id a anunciar a Roma que le ha sido restituida la libertad y que con ella empieza una gran prueba.

Salen. Calígula se ha vuelto.

ESCENA XII

Cesonia. ¿Lloras?

Calígula. Sí, Cesonia.

Cesonia. Pero al fin, ¿qué ha cambiado? Si es cierto que amabas a Drusila, la amabas al mismo tiempo que a mí y a muchas otras. Eso no basta para que su muerte te arroje tres días y tres noches al campo y te devuelva con ese rostro enemigo.

Calígula (se vuelve). ¿Quién te habla de Drusila, loca? ¿No puedes imaginar que un hombre llore por algo que no sea el amor?

Cesonia. Perdón, Cayo. Pero trato de comprender.

Calígula. Los hombres lloran porque las cosas no son lo que deberían ser. (Ella se le acerca.) Deja, Cesonia. (Cesonia retrocede.) Pero quédate cerca.

Cesonia. Haré lo que quieras. (Se sienta.) A mi edad se sabe que la vida no es buena. Pero si hay mal en la tierra, ¿a qué querer aumentarlo?

Calígula. Tú no puedes comprender. ¿Qué importa? Quizá salga de esto. Pero siento subir en mí seres sin nombre. ¿Qué haré con ellos? (Se vuelve hacia Cesonia.) ¡Oh, Cesonia! Yo sabía que era posible estar desesperado, pero ignoraba el significado de esta palabra. Creía, como todo el mundo, que era una enfermedad del alma. Pero no, el cuerpo es el que sufre. Me duelen la piel, el pecho, los miembros. Tengo la cabeza vacía y el estómago revuelto. Y lo más atroz es este gusto en la boca. Ni de sangre, ni de muerte, ni de fiebre, sino de todo a la vez. Basta que mueva la lengua para que todo se ponga negro y los seres me repugnen. ¡Qué duro, qué amargo es hacerse hombre!

Cesonia. Hay que dormir, dormir mucho, dejarse llevar y no cavilar más. Velaré tu sueño. Al despertar, el mundo recobrará su sabor para ti. Que tu poder sirva entonces para amar lo que aún puede ser amado. Lo posible también merece una oportunidad.

Calígula. Pero para eso se necesita el sueño, la despreocupación. No es posible.

Cesonia. Es lo que uno cree cuando está rendido de fatiga. Llega el momento en que la mano vuelve a ser firme.

Calígula. Pero hay que saber dónde posarla. ¿Y qué me importa una mano firme, de qué me sirve este asombroso poder si no puedo cambiar el orden de las cosas, si no puedo hacer que el sol se ponga por el este, que el sufrimiento decrezca y que los que nacen no mueran? No, Cesonia, es indiferente dormir o permanecer despierto si no tengo influencia sobre el orden de este mundo.

Cesonia. Pero eso es querer igualarse a los dioses. No conozco locura peor.

Calígula. También tú me crees loco. Y sin embargo, ¿qué es un dios para que yo desee igualarme a él? Lo que deseo hoy con todas mis fuerzas está por encima de los dioses. Tomo a mi cargo un reino donde lo imposible es rey.

Cesonia. No podrás hacer que el cielo no sea cielo, que un rostro hermoso se vuelva feo, un corazón humano, insensible.

Calígula (con exaltación creciente). Quiero mezclar el cielo con el mar, confundir fealdad y belleza, hacer brotar la risa del sufrimiento.

Cesonia (erguida delante de él y suplicante). Hay lo bueno y lo malo, lo grande y lo bajo, lo justo y lo injusto. Te aseguro que todo esto no cambiará.

Calígula (en el mismo tono). Mi voluntad es cambiarlo. Haré a este siglo el don de la igualdad. Y cuando todo esté nivelado, lo imposible al fin en la tierra, la luna en mis manos, entonces quizá yo mismo esté transformado y el mundo conmigo; entonces, al fin, los hombres no morirán y serán dichosos.

Cesonia (en un grito). No podrás negar el amor.

Calígula (estallando y con voz llena de rabia). ¡El amor, Cesonia! (La toma por los hombros y la sacude.) He aprendido que no es nada. El otro tiene razón: ¡el Tesoro público! Lo oíste, ¿verdad? Todo empieza con eso. ¡Ah, por fin voy a vivir ahora! Vivir, Cesonia, vivir es lo contrario de amar. Te lo digo yo y te invito a una fiesta sin medida, a un proceso general, al más bello de los espectáculos. Y necesito gente, espectadores, víctimas y culpables.

Se precipita hacia el gong y empieza a darle, sin tregua, golpes redoblados.

Calígula (sin dejar de golpear). Haced entrar a los culpables. Necesito culpables. Y todos lo son. (Siempre golpeando.) Quiero que entren los condenados a muerte. ¡Público, quiero tener público! ¡Jueces, testigos, acusados, todos condenados de antemano! ¡Ah, Cesonia, les mostraré lo que nunca han visto, el único hombre libre de este imperio!

Al sonido del gong, el palacio se llena poco a poco de rumores que aumentan y se acercan. Voces, ruidos de armas, pasos y pataleos. CALÍGULA ríe y sigue golpeando. Los Guardias entran y salen.