ESCENA IV
Cesonia (irónica, mostrando el desorden). ¿Peleabais?
Quereas. Peleábamos.
Cesonia (siempre irónica). ¿Y por qué peleabais?
Quereas. Por nada.
Cesonia. ¿Entonces no es cierto?
Quereas. ¿Qué no es cierto?
Cesonia. No peleabais.
Quereas. Entonces no peleábamos.
Cesonia (sonriente). Acaso fuera preferible ordenar las habitaciones. Calígula detesta el desorden.
Helicón (al Viejo Patricio). ¡Acabaréis por sacar de sus casillas a ese hombre!
El viejo patricio. ¿Pero qué le hemos hecho?
Helicón. Nada, justamente. Es inaudito ser insignificantes hasta tal punto. Termina por resultar insoportable. Poneos en el lugar de Calígula. (Una pausa.) Naturalmente, conque conspirando un poquito, ¿no?
El viejo patricio. Vamos, eso es falso. ¿Qué es lo que cree Calígula?
Helicón. No lo cree, lo sabe. Pero supongo que en el fondo lo desea un poco. Vamos, ayudemos a reparar el desorden.
Se ponen a la tarea. Calígula entra y observa.
ESCENA V
Calígula (al Viejo Patricio). Buenos días, mi querida. (A los otros.) Señores, me aguarda una ejecución. Pero he decidido cobrar fuerzas en tu casa antes, Quereas. Acabo de dar órdenes para que nos traigan víveres. Mucio, me he permitido invitar a tu mujer. (Una pausa.) Rufio tiene la suerte de que yo siempre esté tan dispuesto a sentir hambre. (Confidencial.) Rufio es el caballero que ha de morir. (Una pausa.) ¿No me preguntáis por qué ha de morir? (Silencio general. Entretanto, los esclavos han puesto la mesa y traído víveres. De buen humor.) Vamos, veo que os volvéis inteligentes. (Mordisquea una aceituna.) Acabasteis por comprender que no es necesario haber hecho algo para morir. (Deja de mordisquear y mira a los invitados con aire burlón) Soldados, estoy contento de vosotros. (Entra la mujer de Mucio) Vamos, sentémonos. Al azar. Nada de protocolo. (Todo el mundo se sienta.) Con todo, ese Rufio tiene suerte. Y estoy seguro de que no aprecia esta pequeña tregua. Sin embargo, unas horas ganadas a la muerte son inestimables.
Come, los otros también. Es evidente que Calígula se comporta mal en la mesa. Nada lo obliga a no arrojar los carozos de las aceitunas en el plato de sus vecinos inmediatos, ni a escupir los restos de carne en el plato, ni a escarbarse los dientes con las uñas, ni a rascarse la cabeza frenéticamente. Son hazañas que hará, sin embargo, durante la comida, con sencillez. Pero bruscamente deja de comer y mira a uno de los convidados, Lépido, con insistencia.
Calígula (brutalmente). Pareces de mal humor. ¿Será porque hice morir a tu hijo?
Lépido (con la garganta apretada). No, Cayo, al contrario.
Calígula (resplandeciente). ¡Al contrario! Ah, cómo me gusta que el rostro desmienta las inquietudes del corazón. Tu rostro está triste. Pero, ¿y tu corazón? Al contrario, ¿verdad, Lépido?
Lépido (resueltamente). Al contrario, César.
Calígula (cada vez más feliz). Ah, Lépido, a nadie quiero más que a ti. Riamos juntos. ¿Quieres? Y cuéntame algo divertido.
Lépido (que ha sobreestimado sus fuerzas). ¡Cayo!
Calígula. Bueno, bueno, contaré yo, entonces. Pero te reirás, ¿no es cierto, Lépido? (Con mirada maligna.) Aunque más no sea por tu segundo hijo. (De nuevo risueño.) Por otra parte, no estás de mal humor. (Bebe; luego, dictando.) Al…, al… Vamos, Lépido.
Lépido (con cansancio). Al contrario, Cayo.
Calígula. En buena hora. (Bebe.) Ahora, escucha. (Soñador.) Había una vez un pobre emperador a quien nadie quería. El, que amaba a Lépido, hizo matar al hijo más pequeño de éste, para arrancarse ese amor del corazón. (Cambiando de tono.) Naturalmente, no es cierto. Gra cioso, ¿verdad? No te ríes. ¿Nadie ríe? Escuchad, entonces. (Con violenta cólera.) Quiero que todo el mundo ría. Tú, Lépido, y todos los demás. Levantaos, reíd. (Golpea en la mesa.) Lo quiero, ¿oís?, quiero veros reír.
Todo el mundo se levanta. Durante la escena entera, los actores, salvo Calígula y Cesonia, actuarán como títeres.
Calígula (tendiéndose en el lecho, resplandeciente, con una risa irresistible). No. Pero míralos, Cesonia. Nada. La honestidad, la respetabilidad, el que dirán, la sabiduría de las naciones, nada significa ya nada. Todo desaparece ante el miedo. El miedo, ¿eh Cesonia?, ese hermoso sentimiento, sin mezcla, puro y desinteresado, uno de los pocos que obtienen su nobleza del vientre. (Se pasa la mano por la frente y bebe. En tono amistoso.) Ahora hablemos de otra cosa. Vamos, Quereas, estás muy silencioso.
Quereas. Estoy dispuesto a hablar, Cayo. En cuanto lo permitas.
Calígula. Perfecto. Entonces, cállate. Me gustaría oír a nuestro amigo Mucio.
Mucio (a regañadientes). A tus órdenes, Cayo.
Calígula. Bueno, pues háblanos de tu mujer. Y empieza por mandarla a mi derecha.
La mujer de Mucio se acerca a Calígula.
Calígula. Eh, Mucio, te estamos esperando.
Mucio (un poco perdido). Mi mujer… pero yo la quiero.
Risa general.
Calígula. Claro, amigo mío, claro. ¡Pero qué vulgar!
Ya tiene a la mujer a su lado y le lame distraído el hombro izquierdo.
Calígula (cada vez más a sus anchas). En realidad, cuando entré estabais conspirando, ¿no es así? Marchaba la conspiracioncita, ¿eh?
El viejo patricio. Cayo, ¿cómo puedes…?
Calígula. No tiene importancia, preciosa. La vejez es así. No tiene importancia, de veras. Sois incapaces de un acto valiente. Ahora recuerdo que debo resolver algunas cuestiones de Estado. Pero antes demos satisfacción a los deseos imperiosos que nos crea la naturaleza.
Se levanta y lleva a la mujer de Mucio a una habitación vecina.
ESCENA VI
Mucio hace ademán de levantarse.
Cesonia (amablemente). Oh, Mucio, volvería a tomar de ese vino excelente.
Mucio, dominado, le sirve en silencio. Momento penoso. Las sillas crujen. El diálogo siguiente es un poco acompasado.
Cesonia. Bueno, Quereas, ¿y si me dijeras ahora por qué luchabais hace un rato?
Quereas (fríamente). Todo fue, Cesonia, porque discutíamos sobre si la poesía debe ser asesina o no.
Cesonia. Es muy interesante. Sin embargo, excede mi entendimiento de mujer. Pero me admira que vuestra pasión por el arte os lleve a cambiar golpes.
Quereas (siempre frío). Es cierto. Pero Calígula me decía que no hay pasión profunda sin cierta crueldad.
Cesonia (comiendo). Hay cierta verdad en esa opinión. ¿No os parece?
El viejo patricio. Calígula es un fino psicólogo.
Primer patricio. Nos habló con elocuencia del coraje.
Segundo patricio. Debería resumir todas sus ideas. Sería inestimable.