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Quereas. Sin contar que le proporcionaría una distracción. Pues es evidente que la necesita.

Cesonia (siempre comiendo). Os encantará saber que lo pensó y está escribiendo en este momento un gran tratado.

ESCENA VII

Entran Calígula y la mujer de Mucio

Calígula. Mucio, te devuelvo a tu mujer. Pero perdonadme, tengo que dar algunas instrucciones. (Sale rápidamente.)

Mucio, pálido, se ha puesto de pie.

ESCENA VIII

Cesonia (a Mucio que ha permanecido de pie). Ese gran tratado igualará a los más célebres, Mucio, no lo dudamos.

Mucio (mirando siempre la puerta por la cual ha desaparecido Calígula). ¿Y de qué trata, Cesonia?

Cesonia (indiferente). Ah, es superior a mi entendimiento.

Quereas. Entonces debemos inferir que trata del poder asesino de la poesía.

Cesonia. Así es, creo.

El viejo patricio (con jovialidad). Bueno, eso lo distraerá, como decía Quereas.

Cesonia. Sí, preciosa. Pero lo que sin duda os molestará un poco es el título de la obra.

Quereas. ¿Cuál es?

Cesonia. "La espada".

ESCENA IX

Entra rápidamente Calígula.

Calígula. Perdonad, pero los asuntos de Estado son urgentes. (Al Intendente.) Intendente, harás cerrar los graneros públicos. Acabo de firmar el decreto. Lo encontrarás en la cámara.

El intendente. Pero…

Calígula. Mañana habrá hambre.

El intendente. Pero el pueblo va a protestar.

Calígula (con fuerza y precisión). Digo que habrá hambre mañana. Todo el mundo conoce el hambre, es una calamidad. Mañana habrá calamidad… y detendré la calamidad cuando me plazca. (Explica a los demás.) Después de todo, no tengo tantos modos de probar que soy libre. Siempre se es libre a expensas de alguien. Es fastidioso, pero normal. (Con una ojeada a Mucio.) Aplicad este pensamiento a los celos y veréis. (Pensativo.) Con todo, ¡qué feo es ser celoso! ¡Sufrir por vanidad y por imaginación! Ver a la mujer de uno…

Mucio aprieta los puños y abre la boca.

Calígula (muy rápido). Comamos, señores. ¿Sabéis que trabajamos firme con Helicón? Estamos perfeccionando un tratadito sobre la ejecución; ya me diréis qué tal.

Helicón. Suponiendo que os pidan vuestra opinión.

Calígula. ¡Seamos generosos, Helicón! Descubrámosles nuestros secretitos. Vamos, sección III, parágrafo primero.

Helicón (se pone de pie y recita mecánicamente). "La ejecución alivia y libera. Es tan universal, fortalecedora y justa en sus aplicaciones como en su intención. Muere el que es culpable. Se es culpable por ser súbdito de Calígula. Ahora bien, todo el mundo es súbdito de Calígula. Luego todo el mundo es culpable. De donde resulta que todo el mundo muere. Es cuestión de tiempo y paciencia."

Calígula (riendo). ¿Qué os parece? Paciencia, ¿eh?, qué hallazgo. ¿Queréis que os lo diga?: es lo que más admiro en vosotros. Ahora, señores, podéis disponer. Quereas ya no os necesita. ¡Sin embargo, que se quede Cesonia! ¡Y Lépido! Mereya también. Quisiera discutir con vosotros la organización de mi prostíbulo. Me causa grandes preocupaciones.

Los otros salen lentamente. Calígula sigue a Mucio con la mirada.

ESCENA X

Quereas. A tus órdenes, Cayo. ¿Hay algo que no marcha? ¿El personal es malo?

Calígula. No, pero las entradas no son buenas.

Mereya. Hay que aumentar las tarifas.

Calígula. Mereya, acabas de perder una ocasión de callarte. Dada tu edad, estas cuestiones no te interesan y no te pido opinión.

Mereya. Entonces, ¿por qué me has hecho quedarme?

Calígula. Porque en seguida necesitaré una opinión desapasionada.

Mereya se aparta.

Quereas. Si puedo hablarte del asunto con pasión, Cayo, diré que no hay que tocar las tarifas.

Calígula. Naturalmente, claro. Pero necesitamos aumentar las ganancias. Y ya expliqué mi plan a Cesonia, quien os lo expondrá. He bebido demasiado vino y empiezo a tener sueño.

Se tiende y cierra los ojos.

Cesonia. Es muy sencillo. Calígula crea una nueva condecoración.

Quereas. No veo la relación.

Cesonia. Sin embargo la hay. Esta distinción constituirá la Orden del Héroe Cívico. Recompensará a aquellos ciudadanos que más hayan frecuentado el prostíbulo de Calígula.

Quereas. Es luminoso.

Cesonia. Ya lo creo. Olvidaba decir que la recompensa se otorga todos los meses, después de examinar los bonos de entrada; el ciudadano que no haya obtenido una condecoración al cabo de doce meses es desterrado o ejecutado.

Lépido. ¿Por qué "o ejecutado"?

Cesonia. Porque Calígula dice que eso no tiene ninguna importancia. Lo esencial es que él pueda elegir.

Quereas. Bravo. El Tesoro Público sale hoy a flote.

Calígula abre a medias los ojos y ve que el viejo Mereya, aparte, saca un frasquito y bebe un trago.

Calígula (siempre acostado). ¿Qué bebes, Mereya?

Mereya. Es para el asma, Cayo.

Calígula (se le acerca apartando a los otros y le huele la boca). No; es un contraveneno.

Mereya. Pero no, Cayo, ¿quieres burlarte? Me ahogo de noche y ya hace mucho que me cuido.

Calígula. ¿Así que tienes miedo de que te envenenen?

Mereya. El asma…

Calígula. No. Llamemos a las cosas por su nombre: temes que te envenene. Sospechas de mí. Me espías.

Mereya. ¡No, por todos los dioses!

Calígula. Sospechas de mí. En cierto modo, desconfías de mí.

Mereya. ¡Cayo!

Calígula (con rudeza). Responde. (Matemático.) Si tomas un contraveneno, me atribuyes la intención de envenenarte.

Mereya. Sí…, quiero decir…, no.

Calígula. Y no bien crees que decidí envenenarte, haces todo lo necesario para oponerte a esta voluntad.

Silencio. Desde el comienzo de la escena, Cesonia y Quereas se han retirado al fondo. Sólo Lépido sigue el diálogo con expresión angustiada.

Calígula (cada vez más preciso). De este modo son dos crímenes y una alternativa de la que no saldrás: o yo no quería hacerte morir y sospechas injustamente de mí, o lo quería y tú, insecto, te opones a mis proyectos. (Una pausa. Calígula contempla satisfecho al anciano.) Eh, Mereya, ¿qué me dices de esta lógica?

Mereya. Es… es rigurosa, Cayo. Pero no se aplica al caso.

Calígula. Y, tercer crimen, me tomas por un imbécil. Siéntate y escúchame bien. (A Lépido.) Sentaos todos. (A Mereya.) De estos tres crímenes, sólo uno te honra: el segundo, porque el hecho de atribuirme una decisión y contradecirla, implica una rebeldía en ti. Eres un conductor de hombres, un revolucionario. Está bien. (Tristemente.) Te quiero mucho, Mereya. Por eso serás condenado por tu segundo crimen. Morirás virilmente, por haberte rebelado.

Durante todo el discurso, Mereya se achica poco a poco en su asiento.

Calígula. No me lo agradezcas. Es muy natural. Toma. (Le tiende una ampolla y le dice amablemente:) Bebe este veneno.

Mereya, sacudido por los sollozos, rehúsa con la cabeza.

Calígula (impacientándose). Vamos, vamos.

Mereya intenta entonces huir. Pero Calígula con un salto salvaje lo alcanza en medio del escenario, lo arroja en un asiento bajo y después de una lucha de algunos instantes, le hunde la ampolla entre los dientes y la rompe a puñetazos. Tras unos sobresaltos, con el rostro lleno de agua y sangre, Mereya muere.