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Calígula (colérico). Calla.

El joven escipión. ¡Y qué soledad inmunda ha de ser la tuya!

Calígula (estallando, se arroja sobre él, lo toma del cuello y lo sacude). ¿Soledad? ¿Acaso tú conoces la soledad? La de los poetas y la de los impotentes. ¿Soledad? ¿Pero cuál? Ah, no sabes que nunca se está solo. Y que a todas partes nos acompaña el mismo peso de porvenir y pasado. Los seres que hemos matado están con nosotros. Y con ésos sería fácil. Pero los que hemos querido, los que no hemos querido y que nos quisieron, los pesares, el deseo, la amargura y la dulzura, las prostitutas y la pandilla de los dioses. (Lo suelta y retrocede hasta su sitio.) ¡Solo! ¡Ah, si por lo menos en lugar de esta soledad envenenada de presencias que es la mía, pudiera gustar la verdadera, el silencio y el temblor de un árbol! (Sentado, con súbito cansancio.) ¡La soledad! No, Escipión. La puebla un crujir de dientes y en toda ella resuenan ruidos y clamores perdidos. Y junto a las mujeres que acaricio, cuando la noche se cierra sobre nosotros y, lejos por fin de mi carne satisfecha, creo asir un poco de mí mismo entre la vida y la muerte, mi soledad entera se llena del agrio olor del placer en las axilas de la mujer que aún naufraga a mi lado.

Parece extenuado. Largo silencio.

EL JOVEN ESCIPIÓN pasa detrás de Calígula y se acerca, vacilante. Tiende una mano hacia Calígula y la apoya en su hombro. Calígula, sin volverse, la cubre con una de las suyas.

El joven escipión. Todos los hombres tienen una dulzura en la vida. Eso los ayuda a continuar. A ella recurren cuando se sienten demasiado gastados.

Calígula. Es cierto, Escipión.

El joven escipión. ¿No hay, pues, en la tuya, nada semejante? ¿La proximidad de las lágrimas? ¿Un refugio silencioso?

Calígula. Sí, a pesar de todo.

El joven escipión. ¿Y qué es?

Calígula (lentamente). El desprecio.

Telón

ACTO III

ESCENA I

Antes de levantarse el telón, ruido de címbalos y tambores. El telón se abre sobre una especie de barraca de feria. En el centro una colgadura, delante de la cual, sobre un pequeño estrado, se encuentran Helicón y Cesonia. Los cimbaleros a cada lado. Sentados, de espaldas a los espectadores, algunos Patricios y El Joven Escipión.

Helicón (recitando en tono de charlatán de feria). ¡Acercaos! Acercaos! (Címbalos.) Una vez más los dioses han dejado a la tierra. Cayo, César y dios, llamado Calígula, les ha prestado su forma humana. Acercaos, groseros mortales, el milagro sagrado se opera ante vuestros ojos. Por un favor especial al reino bendito de Calígula, los secretos divinos se ofrecen a todos los ojos.

Címbalos.

Cesonia. ¡Acercaos, señores! Adorad y dad vuestro óbolo. El misterio celestial hoy está al alcance de todos los bolsillos.

Címbalos.

Helicón. El Olimpo y sus entretelones, sus intrigas, sus pantuflas y sus lágrimas. ¡Acercaos! ¡Acercaos! ¡Toda la verdad sobre los dioses!

Címbalos.

Cesonia. Adorad y dad vuestro óbolo. Acercaos, señores. Va a empezar la función.

Címbalos. Movimiento de esclavos que llevan diversos objetos al estrado.

Helicón. Una reconstrucción de impresionante veracidad, una realización sin precedentes. Los decorados majestuosos del poder divino traídos a la tierra; una atracción sensacional y desmesurada, el rayo (los esclavos encienden fuegos greciscos), el trueno (hacen rodar un tonel lleno de guijarros), el mismo destino en su marcha triunfal. ¡Acercaos y contemplad!

Corre la colgadura y Calígula, disfrazado de Venus grotesca, aparece sobre un pedestal.

Calígula (amable). Hoy soy Venus.

Cesonia. La adoración comienza. Prosternaos (todos, salvo Escipión, se prosternan) y repetid conmigo la oración sagrada a Calígula-Venus: "Diosa de los dolores y la danza…"

Los patricios. "Diosa de los dolores y la danza…"

Cesonia. "Nacida de las olas, toda viscosa y amarga entre la sal y la espuma…"

Los patricios. "Nacida de las olas, toda viscosa y amarga entre la sal y la espuma…"

Cesonia. "Tú, que eres como la risa y el pesar…"

Los patricios. "Tú, que eres como la risa y el pesar…"

Cesonia. "El rencor y el impulso…"

Los patricios. "El rencor y el impulso…"

Cesonia. "Enséñanos la indiferencia que hace renacer los amores…"

Los patricios. "Enséñanos la indiferencia que hace renacer los amores…"

Cesonia. "Instrúyenos sobre la verdad de este mundo, que consiste en no tenerla…"

Los patricios. "Instrúyenos sobre la verdad de este mundo, que consiste en no tenerla…"

Cesonia. "Y concédenos fuerzas para vivir a la altura de esta verdad sin igual…"

Los patricios. "Y concédenos fuerzas para vivir a la altura de esta verdad sin igual…"

Cesonia. ¡Pausa!

Los patricios. ¡Pausa!

Cesonia (prosiguiendo). "Cólmanos de tus dones, extiende sobre nuestros rostros tu crueldad imparcial, tu odio objetivo; abre por encima de nuestros ojos tus manos llenas de flores y de crímenes".

Los patricios, "…tus manos llenas de flores y de crímenes".

Cesonia. "Acoge a tus hijos extraviados. Recíbelos en el desnudo asilo de tu amor indiferente y doloroso. Danos tus pasiones sin objeto, tus dolores privados de razón y tus alegrías sin porvenir…"

Los patricios, "…y tus alegrías sin porvenir…"

Cesonia (muy alto). "Tú, tan vacía y tan ardiente, inhumana pero tan terrenal, embriáganos con el vino de tu equivalencia y sácianos para siempre en tu corazón negro y salino".

Los patricios. "Embriáganos con el vino de tu equivalencia y sácianos para siempre en tu corazón negro y salino".

Cuando los Patricios pronuncian la última frase, Calígula, hasta entonces inmóvil, resopla y dice con voz estentórea:

Calígula. Concedido, hijos míos; vuestros ruegos serán satisfechos.

Se sienta en cuclillas en el pedestal. Los Patricios se prosternan uno por uno, depositan el óbolo y se alinean a la derecha antes de desaparecer. El último, turbado, olvida el óbolo y se retira. Pero Calígula de un salto se pone de pie.

Calígula. ¡Alto! Ven aquí, muchacho. Adorar está bien, pero mejor es enriquecer. Gra cias. Así está bien. Si los dioses no tuvieran otras riquezas que el amor de los mortales, serían tan pobres como el pobre Calígula. Y ahora, señores, podéis marcharos y difundir por la ciudad el asombroso milagro que habéis presenciado: habéis visto a Venus, lo que se dice ver, con vuestros propios ojos, y Venus os ha hablado. Id, señores. (Movimiento de los Patricios.) ¡Un momento! Al salir, tomad por el pasillo de la izquierda. En el de la derecha aposté guardias para que os asesinaran.

Los Patricios salen con mucha prontitud y un poco de desorden. Los esclavos y los músicos desaparecen.

ESCENA II

Helicón amenaza a Escipión con el dedo.

Helicón. ¡Escipión, otra vez haciéndote el anarquista!

Escipión (a Calígula). Has blasfemado, Cayo.

Calígula. ¿Qué puede significar eso?

Escipión. Mancillas el cielo después de ensangrentar la tierra.

Helicón. Este joven adora las grandes palabras.

Va a acostarse en un diván.

Cesonia (muy tranquila). Cómo te conduces, muchacho; hay en este momento en Roma hombres que mueren por discursos mucho menos elocuentes.