– Entonces -prosigue, mirando al descreído Julito-, tú saltas del camión de tu padre, que lleva una carga de rifles Winchester, y te juntas con Winnetou. Y Winnetou dice: Old Shatterhand y su caballo de plata nos esperan para el gran combate en la Montaña de Oro. Esta montaña es sagrada para los apaches…
– Ya sabemos que es sagrada -corta Julito.
– … y Old Shatterhand, en lenguaje indio, quiere decir puño fuerte…
– Ya lo sabemos. -Julito cada vez más cabreado-. Sigue. ¿Qué pasa conmigo?
– Enseguida sales disparando tu Winchester y con tu puñal al cinto.
– Entre los dientes, nen. Yo siempre llevo el puñal entre los dientes.
– Bueno, entre los dientes. Pero tú no cabalgas por la playa para juntarte con nosotros.
– ¿Ah no?¿Y eso por qué?
– Porque tú cabalgas día y noche hasta Fort Apache en busca de ayuda. Y enn-toon-ceees -prosigue cerrando de nuevo los ojos, demorándose al no ver una salida-, enn-toon-ceees, un gran viento huracano levanta…
– Se dice huracanado.
– … levanta la tapa del piano, y el piano toca solo. No hay nadie tocando, pero se le oye, suena elConcierto de Varsovia y por encima del teclado se pasea una araña negra. Entonces, Winnetou empuña el hacha Tomahawk, porque la hora del malvado Wungo-Lowgha ha sonado. ¡Winnetou! ¡Demonios! -exclama Ringo, copiando de memoria un pasaje de la novela-. ¡Sólo el gran jefe de los apaches es capaz de seguir al Pegamil por la playa sin que este se entere!
QuiquePegamil escucha con expresión recelosa y, abrazado a las rodillas, avanza un poco más arrastrando la culera del pantalón por la tierra gris. ¿Me va a tocar el papel de traidor?, se pregunta alarmado, y sugiere un cambio:
– Oye, Ringo, mira una cosa, si cabalgo muy cerca del mar, donde la arena mojada es más dura, mi caballo no se rompería la pata…
– Sí, vale, buena idea.
– ¡Hóstima, nano, la pata rota qué más da! -protesta Julito. Y encarándose al narrador con sonrisa burlona-: Lo que no funciona es otra cosa que yo me sé.
– ¿Qué cosa?
– Pues una pifia de las tuyas.
– ¿Pifia?¿Qué pifia? -y, alertado, lanza rápidamente la mano a la cadera.
– Que los apaches no pueden acampar frente al mar.
– ¿Ah no? ¿Y por qué no pueden, listo?
– Porque Arizona no tiene mar ni playa. Lo he visto en un mapa.
Él le clava una mirada centelleante y se queda unos segundos en silencio. Se siente repentinamente desvalijado, usurpado. Una vez más Julito Bayo, que siempre tuvo ínfulas de cabecilla, quiere desprestigiarle ante los demás. ¿Qué hacer? Escondido en el barril de manzanas, Jim Hawkins asoma la cabeza y le sonríe: ¡No permitas que este panoli te chafe la aventi! Ringo saca del bolsillo un cortaplumas y traza cinco misteriosas rayas paralelas en la tierra de nadie, en medio del corro.
– Y qué -dice por fin-. Yo puedo hacer que haya una playa donde yo quiero que haya una playa.
– No puedes, nen.
– Sí puedo.
– No puedes. -Julito le mira fijamente-. ¿Cuántas patas tiene un caballo?
– ¿Un caballo?¿Por qué?
– Contesta.
– Cuatro.
– Exacto. Tiene cuatro patas. Y no puedes hacer que tenga cinco. ¿Lo entiendes?
– Bueno, y qué.
– ¿Cómo y qué? ¡Ondia, que la has pifiado, nen! ¡Si no hay mar, no tenemos playa, y entonces la reserva apache no puede estar donde tú dices, ¿capiscas?, y la chica tampoco puedes tenerla atada a un poste clavado en la arena, porque no hay arena! ¿Capiscas?¡Y entonces tampoco hay ningún acantilado, ni nadamos en medio de las olas ni cabalgamos cerca del mar ni nada de eso, hóstima! -Julito se da un respiro, sonriendo burlón y victorioso-. ¿Es que nunca has visto un mapa, o piensas que somos tan borricos como tú, que no sabes ni dónde está América?
Ringo siente que la realidad irrumpe en su territorio como la onda expansiva que sigue a la explosión, aunque sea una explosión muy lejana e inaudible, y le arrebata algo de las manos. Se guarda el cortaplumas y mira las rayas en el polvo. Cinco. Nadie en el corro sabe que el pentagrama tiene cinco líneas, nadie más que él. Calla y cierra los ojos. Pero no está pensando en un remiendo urgente en el paisaje de la aventura, ya no hay tiempo para eso; está pensando en este empollón y resabiado alumno del Palacio de la Cultura que tiene enfrente, este niño de cabeza repeinada y hablar relamido, y se lo imagina embobado frente a un mapamundi de colores colgado en la pared de su clase. Sabe que el empollón se dispone ahora mismo a delimitar el territorio real presumiendo ante el corro, y se resigna a ello tranquilamente.
– Arizona limita al sur con México, al norte con Utah, al este con Nuevo México y al oeste con California -entona orgullosamente Julito Bayo, y le pone la guinda-: Y la capital es Phoenix. Es verdad que hay un desierto y muchos tornados y tormentas de arena, pero mira, ahora tu aventi la vamos a continuar nosotros porque como la cuentas no se entiende, nen, no sabes lo que te empatollas. -Y a los demás, con la barbilla enhiesta-: Venga, no seáis bobos. A que Ringo no sabe lo que dice.
Se encogen de hombros. Les importa un bledo que Arizona tenga o no tenga playa, a fin de cuentas el Salvaje Oeste es un territorio de cine que ellos han hecho suyo y en el que pueden hacer lo que les dé la gana. Déjalo estar, dicen con el gesto, ¿qué más da que la playa esté en el mapa o no esté en el mapa? Sospechan que Julito se está vengando por haber sido enviado al Fuerte en busca de ayuda, y seguramente también por temerse que al final, después que se hayan enfrentado a los apaches y rescatado a Violeta, el traidor resulte ser él. Siempre hay un traidor, pero lo único que de verdad interesa es saber quién será el escogido para liberar a la prisionera atada al poste.
– Tendrás que llevar a la chica a otra parte, ahí no te vale, no hay ninguna playa -añade Julito.
– Pues no me da la gana.
– Entonces esta mierda de aventi se acabó y empezamos otra.
El Quique insta a Ringo a que siga, pero él ya se levanta sacudiéndose el pantalón, y el corro vuelve a cerrarse dejándole fuera.
– Está bien, pues ahí os quedáis.
Con las manos en los bolsillos y una fría altivez, el narrador se aparta del grupo y enfila uno de los senderillos remontando muy despacio la ladera, sin alejarse mucho. Volverá, pero antes quiere sentirse excluido y repudiado durante un rato, quiere saberse víctima de un malentendido y verse desterrado, solitario, saboreando una insobornable independencia con su mezcla de rabia y melancolía mientras, desde arriba, observa a sus amigos sin ser visto. Desprecia al presumido heredero de «Mudanzas Bayo Más Veloz Que El Rayo», merecía una lección y ahora mismo le daría de hostias, pero siente por los demás, estos charnegos cándidos y analfabetos que no temen desentenderse de la geografía real, ni en las aventis ni en la vida, una secreta fraternidad.