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Volverá a aliviarse media hora después con estas mismas palabras en el Maryland de la plaza Urquinaona, el cine que les pilla más lejos de casa, y cuyo nombre de resonancias anglófilas, cuando oficialmente predominan las germanófilas, le explica su padre, ha sido cambiado por el de cine Plaza, aunque él siempre lo llama Maryland. Esta semana ponenSangre, sudor y lágrimas y Buffalo Bill, la misma del Roxy. En el vestíbulo, después de ser presentado al señor Batallé, portero y acomodador, él asoma la cabeza al patio de butacas por entre las cortinas y constata que aún no han matado a Wild Bill Hickok, mientras su padre ahueca la voz, ahogando su cabreo: ¿A quién le importa lo que ocurre aquí, Batallé? ¿Aún crees que la solución a nuestros males ha de venir de fuera? Y responde el señor Batallé en un cauteloso susurro: ¿De dónde si no, Pep? Ya puedes ir buscándote otro trabajo porque la guerra contra los boches se acabó, por si no te has enterado, y Canfranc pronto dejará de ser la rica despensa de Europa. Han cerrado la frontera y han tapiado el túnel, hay por lo menos diez mil soldados en la zona y construyen búnkers en todo el Pirineo, pero ya no es como antes, cuando la Gestapo vigilaba la frontera del lado de allá, y la Falange del lado de acá. ¿A qué sigues yendo al consulado británico, aquí cerca, si ya no necesitan enlazar con la frontera para nada? Ahora paso por Pont de Rei y duermo en Vilella, dice su padre. Marcelino te manda un abrazo. Y digas lo que digas, queda mucho por hacer… Claro, pero ya no es lo mismo, ahora hay que esperar lo mejor, insiste el portero: ¿No sabes que las Naciones Unidas acaban de repudiar al Régimen? ¿Y qué? ¿Por eso crees que vendrán, alma cándida?, gruñe su padre. Pues claro que sí. Y en la misma cloaca que han metido a los nazis meterán al puto Generalísimo, ¡y nosotros lo veremos, Pep! ¿Ah sí? ¿De verdad piensas que les importamos mucho a estos señores de las Naciones Unidas? ¡Mira que llegas a ser ingenuo, hostia puta! ¿Has olvidado que hace apenas dos años teníamos en el valle de Arán a cuatro mil hombres esperando a esos jodidos aliados hijos de su padre, y nunca llegaron?¡Vivimos un espejismo, Batallé, y lo malo es que nos gusta! ¡No vendrán, coño, no te hagas ilusiones!

Encabronados ambos, creen estar descifrando las corrientes que llevan los grandes flujos de la historia en estos últimos años, pero una vez más y sin poderlo remediar no hablan de otra cosa que de su irredenta melancolía y sus íntimas derrotas, y es entre esas reiteradas charlas y discrepancias donde el chico aprenderá a convivir con los humores de una cotidiana amargura y una tristeza cuyo origen se le había antojado una maldición. Con todo, él no quiere tener nada que ver con la Historia, no necesita ajustar cuentas con nada de eso, de modo que prefiere meterse de nuevo dentro de la película y hacerse con el sombrero negro y el revólver plateado de Bill Hickok después que la traicionera bala en la espalda lo ha abatido, mientras oye la voz desarmada del Matarratas susurrando a su amigo Batallé: ¡Nunca vendrán, hostia! ¿No ves que no pintamos nada, hombre, no ves que somos el culo del mundo?

Este culo del mundo en boca de su padre manifiesta siempre el mismo sentimiento de pérdida y de nula autoestima, por mucha coña y sarcasmo que le eche y por diversas que sean las variantes que tome la expresión: somos la última mierda que ha parido la historia; somos la cloaca de Occidente; somos la más grande escoria habida y por haber sobre la faz de la tierra; somos el no va más de la nada más absoluta. Fuera cual fuera el motivo que le inducía a soltar cada dos por tres el consabido latiguillo, Ringo no piensa que en ese autoinculpatoriosomos estén incluidos él y su madre; piensa más bien en el círculo casi clandestino de las amistades paternas, en sus compañeros de la brigada raticida y en los sucios y apestosos antros donde a veces tenían que ejercer su trabajo, en sus obligadas y prolongadas ausencias, fueran legales o no las comisiones que percibía por los viajes a Canfranc -misterioso enclave que al parecer no existía-o al caserío de La Carroña; pensaba en la pobreza y en las dificultades que habría compartido con su Alberta desde tiempo atrás, los infortunios pasados y presentes de la familia… No, él nunca habría equiparado a su Alberta flor de mi vida con el culo del mundo, suponiendo que el mundo tuviera culo. No directamente, cuando menos, porque a pesar de comportarse a menudo como un tarambana y un cantamañanas -eran los calificativos que ella le dedicaba habitualmente-, nunca eludió la que consideraba su máxima responsabilidad como padre y marido: traer de vez en cuando dinero a casa, poco o mucho, del modo que fuera y a costa de lo que fuera.

El culo del mundo. Durante mucho tiempo el niño ha tomado estas palabras como un simple desahogo, un exabrupto tabernario convertido en costumbre, el bufido de un hombre asqueado y cansado de sus propios retruécanos, blasfemias y mentiras, hasta comprender que este culo tantas veces mentado no es otra cosa que el país en el que vive, y que la relación establecida en términos tan despectivos entre el país y el culo refleja un sentimiento general de exclusión, desestima y derrota, un desprestigio sabido y asumido por todos, la triste conclusión de que no pintamos nada en el mundo. Así que somos la última mierda, y hasta peor que eso, al decir de su padre, y también del señor Sucre y del capitán Blay, siempre despotricando lo suyo en un banco de la plaza Rovira o en el mostrador de la taberna. En la ciudad gris y en medio de tanta penitencia y ceniza, cuando nada de lo que pasa aquí interesa al resto del mundo, cuando, según oyó comentar al señor Sucre, hasta los embajadores extranjeros se van con viento fresco y sufrimos un aislamiento internacional de narices y sin precedentes, ¿cómo demonios van a hacernos algún caso en ninguna parte, con esta rata de cloaca que tenemos en el Pardo presumiendo de guardia mora y de ser el centinela de Occidente -el señor Sucre es muy leído y se hace escuchar cuando habla- rodeado siempre de yugos y flechas como arañas negras y de oraciones y canciones azules? Si es que no somos nada, muchacho, si es que hasta nuestra selección nacional de fútbol ya sólo puede jugar contra Portugal, si hemos acabado tan malamente que el resto del mundo no sabe ni que existimos, si somos la rechifla, nano.

El domingo siguiente está sentado en primera fila del cine Delicias en compañía del Quique y elChato. Sólo ha tenido que decirle al portero soy el hijo del Pep Matarratas y los tres han entrado sin pasar por taquilla. Al Quique ya se le conoce desde hace tiempo como el Pegamil y últimamente no hace más que hablar de chavalas que de seguro se dejarían tocar si las llevamos a la Montaña Pelada, y de lo mucho que Violeta Mir en bañador y con la toalla como un turbante se parece a María Montez, aunque tú no te hayas dado cuenta, le dice a Ringo, porque tú cuando ves una peli te fijas en otras cosas, pero de verdad que se parecen un montón.

– ¡Será por el culo! -exclama elChato.

El Quique presume de haber sido el primero al que le vino el gusto cuando la pandilla se hizo una paja colectiva en las ruinas de Can Xirot; todos se la pelaron pensando en María Montez, pero él se puso a pensar en Violeta y por eso le vino enseguida, y explicó que fue como si le hubiera sacudido una dulce descarga eléctrica. Ringo tiene al Quique por su mejor amigo, aunque no sabría decir por qué, y a menudo le invita al cine gratis. Para mantenerle callado y que no incordie durante la proyección, siempre le promete una aventi con Violeta secuestrada y a punto de ser torturada por los dakois o por los sioux, y con él solo para salvarla, sin ayuda de nadie. Esta deferencia tiene su origen en una de sus primeras invenciones protagonizada por el Quique, y luego convertida por este en un sueño recurrente: Violeta Mir vive en la jungla en estado semisalvaje y es acosada por mil peligros, la persigue una pantera, se le echa encima, le desgarra el vestido y está a punto de devorarla. Armado con su arco, el Quique llega a tiempo para matar a la pantera clavándole una flecha entre los ojos. Entonces coge a Violeta en brazos, le cura los rasguños y se la lleva a nadar en el lago con Tarzán y Jane. Durante mucho tiempo esta fue la aventi preferida delPegamil, y la solicitaba a menudo. Un día, inesperadamente, el narrador introdujo una variante: el Quique falla con su primera flecha y la pantera se come una pierna de Violeta. Una segunda y certera flecha mata a la fiera y el Quique consigue salvar a la chica, a la que enseguida vemos en el lago nadando con una sola pierna y, pese a ello, ganando a Jane en una carrera.