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– Bueno, pero más adelante se encuentran al Mago Merlín, que le devuelve la pierna -remató Ringo el episodio al advertir el desconsuelo de su amigo, que no se conformó y exigió no fallar con la primera flecha. Ringo no quiso cambiar nada y acabaron peleados. La mala conciencia aconsejaba a Ringo restituir el muslo a Violeta y hacer las paces con el Quique, pero la soberbia se lo impidió durante un tiempo. Cuando finalmente lo hizo, recuperando la primera versión, el muslo devorado ya se había convertido en una obsesión para el Quique: en sus propias aventis, siempre aturulladas y rematadas de cualquier manera, en el momento menos apropiado surgía de pronto la pantera a punto de morder el muslo moreno de Violeta, ella gritando socorro y él acudiendo con su arco y sus flechas…

Ahora, agazapado en la butaca del Delicias, guarda silencio un buen rato, pero hacia la mitad de la película ya no puede contenerse y le susurra al oído:

– Que no sean los dakois, Ringo. Esta vez la secuestran los cheyennes del jefe Mano Amarilla.

– Bueno.

– Y yo soy un explorador de la jungla y me llamo Alan Baxter. Y la salvo cuando ella está a punto de ahogarse en el lago.

– Está bien.

– Y va vestida como María Montez enLas mil y una noches, y con el turbante en la cabeza…

– Vale, lo que quieras, pero ahora estamos viendo la peli, así que cállate.

Basil Rathbone pincha una naranja con su cuchillo y Tyrone Power le observa con una sonrisa irónica mientras cenan en casa del alcalde felón de Los Ángeles, un pelele rechoncho y cobarde en manos de su ambicioso capitán de la Guardia. Entre los comensales también está la guapísima Linda Darnell, pero de momento los chicos sólo tienen ojos para Tyrone Power y Basil Rathbone. Este todavía no sabe que su invitado Diego Vega es el mismísimo Zorro, el justiciero enmascarado. Los chicos conocen muy bien a Basil Rathbone, lo han visto haciendo de villano enEl capitán Blood, en Robin de los bosques, en Aventuras de Marco Polo y hasta en David Copperfield como el malvado señor Murdstone, siempre con esa mirada de siniestro pajarraco y su nariz ganchuda. Ahora es el capitán Esteban Pasquale y se pasa la peli jugueteando con el florete en la mano, ensayando estocadas mortales. Acentúa su mueca sádica mientras tortura la naranja con el cuchillo y observa con desprecio a Tyrone Power, el cual, bordando su máscara de petimetre amariconado para que nadie sospeche que es el Zorro, le dice:

– Estoy viendo que tratáis a esa fruta como a un enemigo.

– O a un rival -responde el capitán, y entonces el alcalde regordete y servil va y suelta lo increíble:

– Mi gran Esteban no pierde ocasión de batirse con alguien. ¡Por algo fue profesor de esgrima en Barcelona!

Estupefacto, Ringo pega un bote en la butaca del Delicias y acto seguido, sin reponerse del asombro, golpea con el codo a su amigo.

– ¡Quique! ¡¿Has oído eso?! ¡¿Lo has oído?!

– Me parece que sí.

– Ha dicho ¡en Barcelona! ¡A que sí, a que lo ha dicho!

– Sí, lo ha dicho -confirma elChato a su izquierda-. ¡Lo juro, lo juro! Ha dicho en Barcelona.

Increíble, resulta fantásticamente increíble. Menuda sorpresa, chavales. Qué emocionante, qué extraña sensación oír el nombre de esta ciudad en boca de famosos artistas de Hollywood, tan lejos de aquí, de esta parroquial y consagrada tristeza del domingo por la tarde. Fantástico. Piensa decírselo al resto de la pandilla que todavía no ha visto la peli y también a su madre nada más llegar a casa, y sobre todo a su padre cuando vuelva de Canfranc. ¡Saben que existimos, no somos tan poca cosa, padre, no se han olvidado de nosotros! ¡En Hollywood saben que esta ciudad existe! ¡Basil Rathbone fue profesor de esgrima en Barcelona!

El asombro y la exaltación no son compartidos en absoluto por su padre, que se muestra jocosamente sorprendido ante tanta euforia y confiesa no saber quién es Basil Rathbone ni haber visto la película en cuestión. Al chico le decepciona que su padre no se acuerde de tantas veces como se ha quejado con amargura precisamente de eso, de ser o estar en el culo del mundo, él y todos nosotros y nuestra ciudad y España entera con su selección nacional de fútbol, considerada también el culo del mundo porque ya sólo Portugal quiere jugar contra ella, pero lo disculpa porque sabe que nunca le ha prestado al cine la menor atención, ni siquiera como entretenimiento; le gusta tan poco que sólo haciendo un esfuerzo es capaz de aguantar una película hasta el final.

En cuanto a su madre, al oírle contar el episodio sonríe ligeramente ocultando la cara, pero él percibe su leve cabeceo de placer, como si escuchara una música lejana y grata.

10 Caligrafía de los sueños

En la vertiente sur de la colina, cerca de la cumbre, hay tres peldaños de una escalera labrada en una roca.

– Hola, Paqui. ¿Llegó la carta?

El saludo y la pregunta irrumpen en la taberna unos segundos antes de que lo hagan las opulentas curvas embutidas en la bata blanca. Ha salido de casa sólo un momento para tomarse la copita de coñac y de paso preguntar si hay novedad. Como siempre a esta hora, mediada la tarde, la taberna está vacía y la discreción asegurada, aunque es bien sabido que ella no le teme al chismorreo. Viene la sanadora con su habitual y hogareño atuendo de trabajo, en zapatillas y con rulos en el pelo, las cejas depiladas y el conocido aroma a linimento que sus manos esparcen por el aire, porque no paran de moverse dejando oír el ruido de quincalla de las pulseras, como no tarda en comprobar el hijo de Berta sentado junto a la ventana, muy quieto, camuflado bajo la luz verdosa que se filtra por la persiana. Al irrumpir en el local la ronca y fastidiosa voz, deja caer un poco más la cabeza sobre el libro.

– ¿No me oyes, Paqui?-dice la señora Mir, lanzándose en línea recta hacia el mostrador-. ¿Llegó, o me tiro debajo de un tranvía, pero esta vez de verdad?

– ¡Hay que ver cómo te gusta liarla, Vicky! -responde la tabernera.

– Bueno, ¿sí o no?

De pie sobre un taburete, ocupada en la limpieza del estante más alto repleto de botellas polvorientas, la señora Paquita suspende la faena y se vuelve hacia su amiga.

– ¿Sabes una cosa, cariño? Lo estás llevando fatal…

– ¿Quieres hacer el favor de contestar, Paqui? ¿Qué hay de lo mío? ¡La carta ya tendría que estar aquí! ¿No te dijo que la iba a traer al día siguiente?

– No, ricura, eso no me lo dijo. Primero la tenía que escribir. Además, ya sabes, las cartas de amor siempre tardan una eternidad en llegar… -Sacude el paño que ha acumulado polvo y, con un mohín desdeñoso, añade-: Bueno, eso dicen.

– Tú no atiendes aquí todo el día. Por la mañana está tu hermano. A lo mejor él sabe algo. Pregúntale.

– Me lo habría dicho.

– ¿Le has preguntado?

– Pues claro.

– ¿Dónde anda ahora?

Sin esperar respuesta, la señora Mir se dirige con paso decidido al fondo del local. Al pasar junto al chico levanta el brazo rollizo y le enmaraña el pelo.