Выбрать главу

– ¿Qué haces, muchacho?¿Qué miras?

Se vuelve. Un señor menudo, encorvado y de hombros alicaídos, está parado sobre la tapa de la alcantarilla, cortándole el paso. Un doble parpadeo mágico, pero el hombrecito sigue ahí, mirándole severamente.

– ¿Yo?

– Tú, sí. ¿Qué estás mirando, se puede saber?

– Yo nada, señor.

– Conque nada. Embobado estás con los meneos de esta chinita.

Ringo vuelve a mirar el cartel.

– Si no se mueve…

– ¿Que no? ¿Es que no guipas? Las bailarinas excéntricas nunca están quietas, niño. Y menos si son chinas del Paralelo.

Otro parpadeo, y en efecto, los muslos se mueven. El hombrecito es apenas un poco más alto que él. Entre los dedos de su mano esquelética alzada a la altura del mentón, con gesto delicado y displicente, como si sostuviera un cigarrillo, sujeta una correa que va unida a algo que gruñe a sus pies, un perrito escuálido, de hocico ratonil y rabo escaso, al que le falta una pata trasera.

– ¿Qué es eso que asoma en tu bolsillo?

– Mi cuaderno de solfeo.

– Vaya. Eres un chico sensible, ya veo -dice el desconocido en voz casi inaudible-. ¿Verdad que eres un chico sensible? ¿Verdad?

– No sé.

– Y el día de mañana serás un joven guapo, atento y respetuoso. Seguro.

– No, señor. Seré pianista.

– Ah, eso está muy bien. Pianista. -El perro levanta la cabeza y mira al amo con sus ojos amarillos y legañosos-. ¿Y qué haces aquí?

– Estoy esperando a mi padre.

– Pensando cositas feas, eso es lo que haces. Venga, no digas que no. -Debajo de la tapa de la alcantarilla suenan ruidos, como de lija raspada o uñas arañando hierro. Alertado por algo, el hombrecito se vuelve repentinamente y su perfil de pájaro se recorta sobre la soledad gris de la plaza Trilla, que se abre al otro lado de la calle-. Conste que no te lo reprocho, pillastre. Pero escucha lo que te digo -acercándose más al chico, y ahora la voz le sale raspando el aire-: Ella seguramente hace cositas que tú ni siquiera podrías imaginar, aunque estuvieras aquí mirándola durante mil años.

– No diga eso, señor. ¡Ondia! ¡Mil años! ¿Habla en serio, señor?-inquiere impostando la voz-. ¿Podría estar mirándola durante mil años?¿Y ella podría estar aquí bailando durante mil años, bailando como Salomé la danza de los siete velos?¿De verdad podría?

Así es como le ven algunos: un chaval despierto y observador, sensible a ciertos desatinos, dotado de una aguda percepción para las expectativas ajenas más extravagantes e imprevisibles y dispuesto a colaborar en cualquier impostura o tramoya que le amplíe el mundo. Así lo recordarán, aplicado, formal, embebido de futuro. No se sonroja ni se traba ni se embarulla con las palabras, en todo momento sabe lo que dice y por qué, y hasta le complace cruzar decididamente el umbral de lo improbable o lo imperceptible. Se queda muy quieto y muy atento frente a su interlocutor, mira los ojos descarnados y sin pestañas en un rostro largo y chupado, mira la boca pequeña y fruncida, el cuello arrugado de la camisa y el terno negro con rodilleras lustrosas en los pantalones demasiado anchos y largos, caídos sobre la triste mansedumbre de unas zapatillas caseras, mira también el perrito cojitranco, y dispone la cara y la voz en consonancia melodramática con lo que ve:

– Es mi hermanastra, ¿sabe?-y se queda pensando, dispuesto a añadir que el verdadero nombre de esta artista es Diana Palmer, que fue la otra novia fiel de Edmundo Dantés y después la novia secreta de Winnetou y ahora es la novia del malvado Rupert de Hentzau, y que podía haber sido su propia hermana, pero de madre china, y que escapó de casa para ser bailarina porque quería ver mundo y se avergonzaba de tener un padre matarratas cuyas manazas huelen siempre a zotal o azufre o a cosas peores. Pero todo eso lo piensa solamente. Lo único que añade es-: Mi pobre hermanastra mayor. Tengo cinco más…

El hombrecito lo ataja con la mano en alto y lo mira con un brillo repentino en los ojos estragados.

– ¡Conque mentirosillo! -Contrariado, patea la tapa de la alcantarilla por tres veces, como si hiciera una señal convenida a las ratas que viven en las tinieblas malolientes de la cloaca. Indicando el cartel, el desconocido añade con voz meliflua-: En fin, vamos a lo que importa. Además de bailarina excéntrica, esta monada es contorsionista. ¿Sabes qué significa ser contorsionista?

– Claro.

– Que sabe moverse de un modo especial.

– Claro.

– Y es bonita la chinita, ¿verdad? Tan bonita, que mirarla es un sufrimiento, ¿verdad?

– Oiga, señor, este perro, con tres patas solamente, hay que ver lo bien que se aguanta. ¿Cómo se llama?

– Tula. Es una perrita. ¿Y tú cómo te llamas, chico?

– Ringo. No le doy la mano porque he tocado veneno para ratas, señor. Ringo Kid, ese es mi nombre.

Se agacha para mirar a la perrita simulando un repentino interés. El animal tiene los ojos rasgados y las orejitas tiesas, una de las cuales luce una garrapata redonda y lustrosa como una perla, y tan gorda que habría que arrancarla con unas tenazas, piensa.

– ¡Vaya garrap…!

– Aléjate de productos tóxicos que no sean comestibles -corta el hombrecito-. Es un consejo que te doy. Y de la chinita… -duda un instante, la mirada contrita y el dedo escuálido señalando a la bailarina en el cartel-, de la chinita aléjate también. Has de saber que el programa de esta semana no es apto para menores. ¿Cuántos años tienes?

– Once, casi doce, señor.

– Además, fumigaron el local y ahora está cerrado y precintado.

– Ya lo sé.

– ¿Entonces qué haces aquí solito?

– Se lo acabo de decir, estoy esperando a mi padre.

– ¿Y dónde está tu padre?

– En el cine, cazando ratas.

– Ah, eso está bien. Las ratas traen la peste negra.

– Esta peste de ahora no es negra, señor. Es azul. Me lo dijo mi padre.

Ahora mismo él y su brigada estarán inspeccionando los cebos con veneno que dispusieron días atrás, dice, cuando rociaron el local con pesticidas y lo cerraron por orden gubernativa. Mi padre conoce los trámites oficiales, es una autoridad, sabe cómo se lucha contra las ratas. No, ahora ya no se cazan con la ratera y el trocito de queso, ya no valen el gato ni el escobazo, no señor, tampoco los polvos Nogat el terror de las ratas, eso quedó anticuado; mi padre tiene un Colt 45. Cuando sea mayor, él también se dedicará al exterminio de toda clase de alimañas, ratones, chinches, pulgas, cucarachas y el piojo verde.