Выбрать главу

– No es verdad -dice el gordo Agustín detrás de la barra, donde nunca se sabe si está de pie o sentado-. A ningún loco peligroso lo sueltan por buena conducta.

– Lo han soltado con permiso de la autoridad militar -comenta el señor Carmona en la mesa del subastado-. O de los falangistas. Los suyos, vaya.

– ¡Tampoco! -refuta el tabernero, disponiendo tres copas de grueso cristal para los carajillos-. A ver quién lo adivina.

– El permiso lo daría su loquero particular -opina el señor Rius sirviendo cartas de la baraja con la mayor parsimonia-. Tratándose de un alcalde que fue cocinero en la División Azul, tendrá su loquero particular, digo yo, y sólo él puede dar el visto bueno…

– ¡Pues no! El permiso y el visto bueno los da su mujer. ¡Si está más que claro! -insiste el señor Agustín sirviendo las copas en la mesa de los jugadores-. ¿Por qué? Pues porque cree que su marido ya no se entera de nada, de lo pirado que está. Si no, de qué lo iba a traer a casa, cuando todavía espera repescar al fulano… ¿Has visto tú una familia más tronada que esa, que todo se lo debe a que el marido se fue a Rusia a pegar tiros?

– ¡Ya está bien, Agustín, por favor! -protesta su hermana-. Pobre Vicky. Ha sido su hija la que lo ha sacado de allí. Y digáis lo que digáis, lo han curado. No parece el mismo.

– Yo nunca he creído que estuviera loco del todo, Paqui -dice el señor Carmona-. Pero es verdad que parece otra persona.

– ¡Qué otra persona ni qué hostias en vinagre! -suelta el señor Agustín-. Es el mismo fachendoso de siempre. Ya no va fardando por ahí, ni grita ni se mete con nadie, es verdad, pero aquí le tienes dos veces al día reclamando su copita de Tío Pepe y haciéndose el distraído a la hora de pagar. Siempre se fue sin dar ni siquiera las gracias y pretende seguir haciéndolo, por su cara bonita y su camisa azul, el muy cabrito. Será otra persona, pero en cuanto puede se aprovecha de uno… Ayer vino con la idea de seguir cobrando la cuota del Auxilio Social y la voluntad para sus Campamentos Juveniles a cambio de no denunciarme por vender tabaco rubio. La misma cabronada de antes, cuando era alcalde. Y me consta que anda reclamando en otras tabernas del barrio.

En el trato directo, insiste el señor Agustín, muestra resabios del sujeto abusivo y mandón que nos tocó las pelotas, vestigios de una chulería que muchos dieron por felizmente liquidada con aquel pistoletazo en la escalinata del santuario de San José de la Montaña, y se equivocaron.

– Hay todavía quien baja la vista ante él, señores, por si no se han dado cuenta. Porque chiflado o cuerdo, es el mismo de siempre.

Viéndole caminar por la calle, despacio y con talante pensativo, o parado delante del mostrador del Rosales, mirando con fijeza su copita de manzanilla y sin mostrar interés por la parroquia ni deseos de hablar con nadie, ni siquiera de reprender la algarabía juvenil en torno al futbolín, se diría en efecto que es un hombre nuevo. Su mirada es más sombría, está más flaco y viste ropas holgadas que no le son propias, una americana de pana que parece de otra persona y a ratos una boina negra calada hasta las orejas, pero lo más novedoso en él es una actitud ensimismada, una gestualidad retardada y reflexiva, como si leyera en el aire las instrucciones de lo que debe hacer o decir. Sin embargo, según tarda muy poco en saberse, esa aparente formalidad no le impide disfrutar de los quince días de libertad que le han sido concedidos, y sorprender con algunas escapadas de casa. Asiste a los cultos religiosos de Las Ánimas y a la misa del gallo acompañado por su hija, incluso a la solemne ceremonia de la Navidad del Pobre, erguido al pie del altar y rodeado por la Congregación de Damas Pías, y también a la representación teatral deLos Pastorcillos de Belén a cargo del Cuadro Escénico parroquial, pero a pesar de esas puntuales comparecencias piadosas, que la feligresía comenta y celebra, otros testimonios y rumores, de origen tabernario y maldiciente, eso sí, pretenden que el ex alcalde siempre fue un hipócrita y un meapilas y al mismo tiempo un golfo y un mujeriego, o para ser más precisos, un redomado putero. Pocos días antes de la festividad de Reyes, en el Rosales se comenta jocosamente que ha sido visto en el bar Quimet de la Rambla del Prat en compañía de una meuca, con una guitarra en las manos y comiendo cacahuetes que ella le iba tirando a la boca. Roger y el mayor de los Cazorla lo confirman, estaban allí y se troncharon de la risa con su actuación. También se dice que otra noche lo vieron entrar en el Panam's, un cabaretucho de las Ramblas, y el Quique, bueno, el Quique afirma que tan majara no estará, porque lleva en el bolsillo dos o tres condones, que él los ha visto.

Pasadas las fiestas navideñas, una tarde lluviosa, Violeta y su padre se dirigen bajo un paraguas calle abajo hasta la plaza Rovira, donde esperan que pase un taxi. Ese día el ex alcalde sí que parece otra persona: triste y abatido bajo el paraguas que sostiene Violeta, con la boina hasta las cejas y mirándose las manos obsesivamente, deja que su hija lo arrope con la bufanda y le abroche un botón de la gabardina. Poco después toman un taxi y desaparecen bajo la lluvia en dirección a San Andrés. A los tres días, aquejado de una dolencia hepática, el señor Mir es ingresado de urgencia en el hospital del Mar.

Más o menos en torno a estas mismas fechas, exactamente tres días después de cumplir los dieciséis años, un once de enero al caer la tarde, Ringo está leyendo en su mesa del Rosales cuando entra Roger diciendo que en el cine Delicias han matado a una mujer. Pero no en la platea, tampoco en los lavabos o en el vestíbulo, sino en la cabina de proyección. Una historia extraña, un misterio, según se irán conociendo más detalles. La víctima es una prostituta y la han encontrado estrangulada con una corbata negra sobre una pila de bobinas enlatadas junto al proyector. Dicen que el asesino es el proyeccionista, y que la policía lo encontró sentado en la última fila de la platea cuando aún no había terminado la película. De momento no se sabe nada más. Han desalojado el cine y lo han cerrado y precintado por orden gubernativa. El Quique y un chaval de su calle, que se colaron en la primera sesión de la tarde, dicen que hubo un corte de película que duró más de la cuenta. PoníanLa calle sin sol y Gilda, que se cortó cuando ella en el casino empieza a descorrer la cremallera de su vestido diciendo no se me dan bien las cremalleras, pero si alguien quiere ayudarme… y entonces un admirador de entre el público se ofrece. Ahí fue cuando la película se cortó, explicó el Quique, y añadió que él ya se lo esperaba, porque cómo no iban a cortar una peli así, con una tía tan buena quedándose en pelota viva…

En el transcurso de los días siguientes se sabrían más cosas; que lameuca era una china muy guapa, ex acróbata y artista de varietés, que había sido algo más que amiga del ex alcalde Mir y que no fue estrangulada con una corbata, sino con una media negra.

– Con una película -afirma el señor Agustín-. La taquillera la vio cuando se la llevaban. Dice que el mismo asesino llamó a la policía, pero que luego no supo explicarse, se quedó como alelado.

– Parece que la muerta llevaba el abrigo puesto, pero nada debajo -aventuró el Quique.

No se habla de otra cosa durante algún tiempo, especulando sobre la personalidad de la víctima y los motivos del asesino; que si la habría matado por celos, que si ella vivía en lo alto de la calle Verdi y tenía un hijo, que no era una puta china sino aragonesa, y también que la vieron muchas veces entrando o saliendo de la comisaría de policía de la Travesera. Hasta que se agota el tema y el animado coloquio de los parroquianos deriva en otros asuntos, y lo mismo ocurre con el chismorreo sobre la recuperada estabilidad mental de Ramón Mir atribuida a su reciente y decidida adicción al jolgorio y al puterío, de modo que todo acaba nuevamente diluido en el limo invernal por el que resbalan los días, en la grisura uniforme que el barrio y la ciudad soportan como un estigma, y uno vuelve a pensar que las cosas que de verdad importan en la vida han de ser otras y pasan lejos de aquí, lejos de nosotros. A ver sino, chicos: Larry Darrell renuncia a la bellísima Isabel y emprende la ruta del Himalaya en busca de la fuente de la sabiduría sobre el filo de la navaja, el joven Nick Adams contempla las truchas que mueven las aletas afrontando la corriente veloz del río de los dos corazones, Jay Gatsby rema afanosamente en su pequeño bote hacia el lujoso yate de un gángster, hacia un sueño que será su perdición, y Ringo se instala una vez más en su mesa de la taberna junto a la ventana y observa el declive de la tarde sobre la calle que, al igual que todos los domingos a esta hora, parece repentinamente inhóspita y abandonada.