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– ¿Y tú cómo te has enterado?

– Porque llamaron aquí desde Leith preguntando por ti.

– ¿Todavía estás en Gayfield Square? -dijo ella frunciendo el ceño.

– A esta hora se está muy tranquilo y puedo disponer de la mesa que quiera.

– Ya es hora de que te vayas a casa.

– En realidad estaba a punto de hacerlo cuando llamaron -replicó él conteniendo la risa-. ¿Sabes a qué se dedica Tibbet? Tiene el ordenador lleno de horarios de tren.

– ¿O sea, que estás fisgando en las cosas de los demás?

– Es mi modo de adaptarme al nuevo destino, Shiv. ¿Quieres que vaya a recogerte o nos vemos en Leith?

– ¿No te ibas a casa?

– Lo de Leith parece más interesante.

– Pues allí nos vemos.

Siobhan colgó y fue a vestirse al cuarto de baño. El resto de la barra de helado se había derretido, pero la guardó en el congelador.

* * *

La comisaría de Leith estaba en Constitution Street, en un edificio de piedra sombrío y adusto como la misma zona. Leith, antaño próspero barrio portuario de Edimburgo, con personalidad propia, llevaba décadas en decadencia: crisis industrial, drogas y prostitución. Habían remodelado y adecentado algunas zonas, porque a los nuevos residentes no les gustaba el viejo y sucio Leith, y no obstante, a criterio de Siobhan, era una pena que aquel barrio perdiera su carácter; pero, claro, ella no tenía que vivir en él.

En Leith se permitía hacía años una «zona de tolerancia» para la prostitución. No es que la policía cerrara los ojos, pero hacía la vista gorda. Ahora aquello se había acabado, obligaban a las prostitutas a esparcirse y ello provocaba más casos de violencia contra ellas. Algunas, resignadas, regresaban a su coto particular, pero otras lo habían abandonado por Salamander Street y Leith Walk, que unía el barrio al centro de la ciudad. Siobhan se imaginaba lo que pretendían los Jardine, pero quería oírlo de su propia boca.

Rebus la esperaba en la zona de recepción. Tenía aspecto cansado, aunque era su aspecto habitual. Siobhan sabía que usaba el mismo traje toda la semana y lo llevaba el sábado a la tintorería. Hablaba con el oficial de guardia, pero cortó la conversación al verla y accionó el mecanismo de apertura de la puerta, sujetándolo para que entrara.

– No les han detenido -dijo-. Sólo les trajeron para hablar con ellos. Están ahí.

«Ahí» era el cuarto de interrogatorios número 1, pequeño y sin ventanas, con una mesa y dos sillas. John y Alice Jardine estaban sentados uno frente al otro con los brazos estirados agarrados de las manos. En la mesa había dos tazas vacías. Al abrirse la puerta, Alice se levantó de un salto y tumbó una de ellas.

– ¡No pueden tenernos aquí toda la noche! -exclamó. Pero al ver a Siobhan se quedó boquiabierta y la tensión de su rostro cedió, al tiempo que su esposo sonreía avergonzado y enderezaba la taza.

– Perdone que la hayamos hecho venir -dijo John Jardine-. Dimos su nombre pensando que nos dejarían marchar.

– John, me consta que no están detenidos. Ah, les presento al inspector Rebus.

El matrimonio le saludó con una inclinación de cabeza y Alice Jardine volvió a sentarse. Siobhan se acercó a la mesa y se cruzó de brazos.

– Me han dicho que han estado atemorizando a las honradas y tenaces trabajadoras de Leith.

– Sólo les hacíamos preguntas -replicó Alice.

– Lamentablemente, ellas no ganan dinero charlando -terció Rebus.

– Anoche estuvimos haciendo lo mismo en Glasgow -dijo John Jardine- y no hubo ningún problema.

Siobhan y Rebus intercambiaron una mirada.

– ¿Hacen todo eso simplemente porque Ishbel se veía con alguien con pinta de chulo? -preguntó Siobhan-. Escúchenme una cosa. Las chicas de Leith pueden ser drogadictas, pero no les saca el dinero ningún chulo como los que se ven en las películas de Hollywood.

– Hay hombres mayores -dijo John Jardine- que engañan a chicas como Ishbel y las explotan. Lo publican constantemente los periódicos.

– Los periódicos que ustedes leen -replicó Rebus.

– Fue idea mía -añadió Alice Jardine-. Pensé que…

– ¿Por qué se irritó de ese modo? -preguntó Siobhan.

– Es que llevamos dos noches tratando de hablar con las prostitutas -dijo John Jardine.

Pero su mujer negó con la cabeza.

– Vamos a decírselo a Siobhan -le reprochó-. La última mujer con quien hablamos -prosiguió dirigiéndose a Siobhan- nos dijo que quizás Ishbel estaba en… No sé cómo dijo exactamente…

– En el triángulo púbico -añadió el marido.

Su esposa asintió despacio con la cabeza.

– Y cuando le preguntamos qué era eso se echó a reír y nos dijo que nos largásemos. Eso es lo que me sacó de mis casillas.

– Y en ese momento pasó un coche de policía -añadió el marido encogiéndose de hombros- y nos trajeron aquí. Perdone las molestias que le ocasionamos, Siobhan.

– No es molestia -replicó ella, sin creérselo del todo.

– El triángulo púbico -dijo Rebus, que tenía las manos en los bolsillos- es un tramo de Lothian Road con locales de destape y sex-shops.

Siobhan le dirigió una mirada preventiva, pero era demasiado tarde.

– Tal vez esté ahí -dijo Alice con voz temblorosa agarrándose al borde de la mesa como dispuesta a levantarse y marcharse.

– Pero vamos a ver -dijo Siobhan alzando la mano-. Una mujer les dice, seguramente en broma, que Ishbel «quizá» trabaja de bailarina de destape… ¿y usted se dispone a ir a ese tipo de locales?

– ¿Por qué no? -replicó Alice.

– Señora Jardine -explicó Rebus-, los dueños de esos locales no suelen hacer gala de muchos miramientos, ni son tampoco muy complacientes, y cuando ven husmear a alguien…

John Jardine asintió con la cabeza.

– Otra cosa sería -añadió Rebus- que esa mujer se hubiese referido a un local concreto…

– Siempre que no le estuviera tomando el pelo -comentó Siobhan.

– Hay un modo de averiguarlo -dijo Rebus provocando que Siobhan le mirara-. ¿Vamos en tu coche o en el mío?

Fueron en el de ella con los Jardine en el asiento de atrás. No habían recorrido mucho trecho cuando John Jardine les señaló el lugar en que habían visto a «la joven», apoyada en la pared de un antiguo almacén. Ya no había rastro de ella, aunque sí otra compañera paseando de arriba abajo encogida de frío.

– Esperaremos diez minutos -dijo Rebus-. No se ven muchos clientes y a lo mejor vuelve pronto.

Siobhan condujo por Seafield Road hasta la rotonda de Portobello, giró a la derecha hacia Inchview Terrace y de nuevo a la derecha en Craigentinny Avenue. Aquélla era una zona de calles residenciales tranquilas y en casi todas ellas sus moradores dormían, porque no se veían luces.

– Me gusta ir en coche a esta hora -dijo Rebus en tono familiar.

– Las calles cambian radicalmente cuando no hay tráfico, y se va mucho más tranquilo -dijo la señora Jardine.

– Y es más fácil localizar a los malhechores -añadió Rebus.

Tras su comentario se hizo silencio en el asiento de atrás hasta que entraron de nuevo en Leith.

– Ahí está -dijo John Jardine.

Delgada, con pelo moreno corto que el viento azotaba sobre sus ojos, la muchacha llevaba botas hasta las rodillas, minifalda negra y una cazadora texana abrochada. Tenía el rostro pálido, sin maquillaje, e incluso de lejos se advertían en sus piernas unas magulladuras.

– ¿La conoces? -preguntó Siobhan.

Rebus negó con la cabeza.

– Parece nueva en la plaza, no como esa otra -añadió refiriéndose a una mujer que acababan de rebasar-. Está a menos de seis metros y ni le habla.

Siobhan asintió con la cabeza. A falta de otra cosa, las chicas que hacían la calle solían ser solidarias entre sí, pero aquéllas no. Indicio de que la mayor consideraba que la nueva había invadido su territorio. Después de unos metros, Siobhan dio la vuelta en redondo y continuó despacio pegada al bordillo. Rebus bajó la ventanilla y la prostituta se acercó, recelosa al ver a tanta gente en el coche.