Shug Davidson se acercó intrigado en compañía de un sonriente Reynolds Culo de Rata.
– Haciendo el número, como de costumbre, John -dijo Reynolds.
– ¿Qué ha sucedido? -preguntó Davidson.
– Un crío que quería tirar una piedra al señor Dirwan y se lo impedí -musitó Rebus encogiéndose de hombros, como dando a entender que ojalá no lo hubiera hecho. Uno de los agentes que se habían llevado al muchacho regresó.
– Mire esto, señor.
Le tendió una bolsa de plástico con un pequeño objeto punzante: un cuchillo de cocina de doce centímetros.
Rebus se encontró haciendo de niñera de su nuevo amigo.
Shug Davidson y Ellen Wylie interrogaban al jovenzuelo en uno de los cuartos al efecto del Departamento de Investigación Criminal de la comisaría de Torphichen Place. El cuchillo estaba ya en el laboratorio forense de Howdenhall y Rebus intentaba enviar un mensaje de texto a Siobhan para decirle que cambiaba la cita para las seis.
Mohamed Dirwan, tras su declaración, tomaba un té con azúcar en una mesa sin quitar ojo a Rebus.
– Yo no he logrado dominar los intríngulis de esa nueva tecnología -comentó.
– Ni yo -dijo Rebus.
– Pero se han hecho imprescindibles en la vida actual.
– Pues sí.
– Es hombre de pocas palabras, inspector. ¿O es que le pongo nervioso?
– Tengo que aplazar la hora de una reunión, señor Dirwan; nada más.
– Por favor… -replicó Dirwan alzando una mano-. Le dije que me llamara Mo -añadió con una sonrisa, mostrando una dentadura inmaculada-. La gente cree que es un nombre de mujer porque lo asocia con el personaje de EastEnders. ¿Sabe a quién me refiero? -Rebus negó con la cabeza-. Pero yo les digo: ¿es que no se acuerdan del futbolista Mo Johnston, que jugó en el Rangers y en el Celtic, y se convirtió dos veces en héroe y villano, hazaña que ni el mejor abogado podría superar?
Rebus forzó una sonrisa. Rangers y Celtics eran los equipos protestante y católico respectivamente, y se le ocurrió una idea.
– Mo, me dijo que había asesorado a solicitantes de asilo en Glasgow, ¿es cierto?
– Correcto.
– Creemos que un individuo que estaba en la manifestación es de Belfast.
– No me extrañaría. En los barrios de Glasgow sucede igual. Es una consecuencia de los disturbios de Irlanda del Norte.
– ¿Ah, sí?
– Los inmigrantes comienzan a llegar a lugares como Belfast porque allí encuentran trabajo, cosa que no les gusta a los directamente implicados en el conflicto, que lo ven todo bajo el prisma exclusivo de católicos y protestantes, y tal vez les alarme la llegada de nuevas religiones… Ya se han producido agresiones físicas. Yo lo calificaría de instinto básico, ese atavismo de rechazar algo que no podemos comprender. Lo que no significa que lo apruebe -añadió alzando un dedo.
– ¿Pero por qué viene a Escocia esa gente de Belfast?
– Tal vez para reclutar para su causa a gente disconforme -dijo encogiéndose de hombros-. Hay gente para quien los disturbios son un fin en sí mismo.
– Sí, puede ser -dijo Rebus, que había comprobado aquel interés por crear desórdenes y revolver las cosas sin otro fin que la sensación de poder.
El abogado apuró su bebida.
– ¿Cree que ese muchacho es el asesino?
– Podría ser.
– En este país todo el mundo lleva un cuchillo. ¿Sabe que Glasgow es la ciudad más peligrosa de Europa?
– Eso he oído.
– Todos los días hay puñaladas -añadió Dirwan moviendo la cabeza-. Y, sin embargo, la gente se pelea por venir a Escocia.
– ¿Se refiere a los inmigrantes?
– El primer ministro dice que le preocupa el envejecimiento de la población, y en eso tiene razón. Necesitamos gente joven para cubrir los puestos de trabajo, si no ¿cómo vamos a atender a los jubilados? Y hace falta gente especializada. Pero, al mismo tiempo, el Gobierno pone grandes dificultades a la inmigración, y en cuanto a los solicitantes de asilo… -Volvió a agitar la cabeza, esta vez más despacio con gesto de incredulidad-. ¿Conoce Whitemire?
– ¿El centro de internamiento?
– Un lugar dejado de la mano de Dios, inspector. Allí no me ven con buenos ojos. Tal vez se imagina por qué.
– ¿Tiene defendidos en Whitemire?
– Varios con recurso de apelación. Aquello era una cárcel y ahora alberga a familias e individuos aterrorizados, gente que sabe que una deportación a su país de origen es una condena a muerte.
– Y que están detenidos en Whitemire porque si no, no harían caso de la sentencia y se evadirían.
– Sí, claro -dijo Dirwan mirando a Rebus y torciendo el gesto-, usted forma parte del propio aparato del Estado.
– ¿Qué quiere decir? -replicó él a la defensiva.
– Perdone mi impertinencia, pero seguro que usted cree que a esos malditos negros hay que devolverlos a sus países y que Escocia sería jauja de no ser por los paquistaníes, los gitanos y los negros.
– Por Dios bendito…
– ¿Tiene amigos árabes o africanos, inspector? ¿Toma copas con asiáticos? ¿O para usted son sólo rostros detrás de la caja registradora de donde compra el periódico?
– No voy a discutir -dijo Rebus tirando el vaso de plástico a la papelera.
– Es un tema delicado, desde luego, aunque yo tengo que enfrentarme a él todos los días. Creo que Escocia vivió orgullosa muchos años porque como los escoceses son muy suyos no había lugar para el racismo. Pero eso se acabó.
– Yo no soy racista.
– Sólo hablaba de una situación. No se enfade.
– No me enfado.
– Lo siento… Me cuesta desconectar-dijo Dirwan encogiéndose de hombros-. Es deformación profesional -añadió mirando el cuarto como buscando cambiar de tema-. ¿Cree que descubrirán al asesino?
– No escatimaremos esfuerzos.
– Estupendo. Estoy convencido de que actúan ustedes con gran entrega profesional.
Rebus pensó en Reynolds pero no dijo nada.
– Sepa que si hay algo que pueda hacer yo…
Rebus asintió con la cabeza, pensando.
– En realidad…
– ¿Qué?
– Pues, mire, parece que la víctima tenía una amiga… o una conocida. Convendría localizarla.
– ¿Vive en Knoxland?
– Es posible. Es de piel más oscura que la víctima y probablemente habla mejor inglés que él.
– ¿Eso es todo?
– Todo cuanto sé -asintió Rebus.
– Puedo preguntar… Los inmigrantes no temerán tanto hablar conmigo. -Hizo una pausa-. Y gracias por pedirme ayuda -añadió con mirada afectuosa-. Tenga la seguridad de que haré cuanto pueda.
Se volvieron los dos al ver que Reynolds irrumpía en el cuarto masticando un panecillo del que se habían desprendido migas sobre su camisa y corbata.
– Vamos a procesarle -dijo y, tras un breve silencio, continuó-: pero no por homicidio. Comunican del laboratorio que no es la misma arma.
– Qué rápido -comentó Rebus.
– Según la autopsia, la del crimen es un cuchillo dentado y éste es de filo continuo. Falta que analicen si hay restos de sangre, aunque no es probable -Reynolds miró hacia Dirwan-. Se le podría acusar de intento de agresión y de portar armas escondidas.
– Así es la justicia -comentó Dirwan con un suspiro.
– ¿Qué quiere que hagamos? ¿Cortarle las manos?
– ¿Ese comentario es una alusión? -dijo el abogado poniéndose en pie-. Es difícil saberlo si no me mira.
– Ahora le estoy mirando -replicó Reynolds.
– ¿Y qué ve?
Rebus intervino:
– Lo que vea o no vea el agente Reynolds no viene a cuento.
– Se lo diré si quiere -añadió Reynolds expulsando migas por la boca, pero Rebus ya le dirigía hacia la puerta.
– Gracias, agente Reynolds -dijo tajante, casi con ganas de darle un empujón para echarle al pasillo.