Reynolds miró furioso al abogado, se volvió y se marchó.
– Dígame, ¿hace alguna vez amigos o sólo enemigos? -dijo Rebus.
– Yo juzgo a la gente según mi propio criterio.
– ¿Y le basta para juzgarlos lo que digan en unos segundos?
Dirwan reflexionó un instante.
– Pues sí, a veces es suficiente.
– En cuyo caso, se habrá hecho un criterio sobre mí -añadió Rebus cruzando los brazos.
– No, inspector… A usted no es tan fácil juzgarle.
– Ya, pero todos los polis son racistas, ¿no?
– Todos somos racistas, inspector… incluso yo. Lo importante es cómo resolvemos ese hecho reprobable.
Sonó el teléfono de la mesa de Wylie y Rebus contestó:
– Departamento de Investigación Criminal, inspector Rebus.
– Ah, hola… -Era una voz de mujer insegura-. ¿Se ocupa del asesinato de ese inmigrante del barrio de viviendas?
– Sí.
– En el periódico de hoy…
– Ha visto la fotografía -añadió Rebus, sentándose impaciente y cogiendo bolígrafo y papel.
– Creo que sé quiénes son… Bueno, sé quienes son.
Era una voz tan débil que Rebus temió asustar a la mujer y que colgase.
– Bien, nos interesaría mucho cualquier información que pueda facilitarnos, señorita…
– ¿Qué?
– ¿Cómo se llama?
– ¿Por qué?
– Porque no solemos tomar en consideración llamadas anónimas.
– Bueno, pero es que…
– Le aseguro que la información quedará entre usted y yo.
Se hizo un silencio.
– Eylot. Janet Eylot.
Rebus anotó el nombre en mayúsculas.
– ¿Puedo preguntarle de qué conoce a las personas de la foto, señorita Eylot?
– Porque… están aquí.
– ¿Dónde es «aquí»? -dijo Rebus mirando al abogado sin verle.
– Escuche… Tal vez debería haber pedido permiso antes.
Rebus sitió que estaba a punto de perderla.
– Ha actuado perfectamente y como es debido, señorita Eylot. Sólo necesito algún dato más. Nos gustaría capturar al asesino, pero de momento no tenemos casi pistas y su información puede ser fundamental -añadió en tono animoso para no asustarla.
– Se llaman…
Rebus contuvo el deseo de animarla con una interjección.
– Yurgii.
Le pidió que se lo deletreara y lo anotó.
– Suena a eslavo.
– Son turcos. Kurdos.
– Trabaja ayudando a refugiados, ¿verdad, señorita Eylot?
– En cierto modo -respondió ella un poco más tranquila-. Llamo desde Whitemire, ¿lo conoce?
Rebus clavó la mirada en Dirwan.
– Curiosamente ahora mismo hablaba de ese lugar. Supongo que se refiere al centro de detención.
– En realidad somos un centro de traslado de Inmigración.
– Y ¿se encuentra ahí esa familia de la foto?
– La madre y los dos niños.
– ¿Y el marido?
– Escapó antes de que la familia fuese detenida y trasladada aquí. A veces sucede.
– Sí, claro… -dijo Rebus tamborileando con los dedos en la libreta-. Oiga, ¿puede darme un teléfono de contacto?
– Es que…
– Del trabajo o de casa, da igual.
– Es que no…
– ¿Qué sucede, señorita Eylot? ¿Qué teme usted?
– Debería haber hablado primero con mi jefe. -Se calló un instante-. Ahora usted vendrá aquí, ¿verdad?
– ¿Por qué no habló con su jefe?
– No lo sé.
– ¿Corre peligro su empleo si se entera él?
Se hizo un silencio mientras la mujer reflexionaba.
– ¿Tienen que decirle que llamé yo?
– No, no, en absoluto -respondió Rebus-, pero me gustaría poder ponerme en contacto con usted.
La mujer accedió y le dio su número de móvil. Rebus le dio las gracias y dijo que a lo mejor necesitaba llamarla.
– En plan confidencial -añadió sin estar convencido de que resultara cierto.
Al terminar la conversación arrancó la hoja de la libreta.
– Tiene familia en Whitemire -dijo Dirwan.
– Le pido que de momento no lo comente con nadie.
– Me ha salvado la vida -replicó el abogado encogiéndose de hombros- y es lo menos que puedo hacer. ¿Quiere que le acompañe?
Rebus negó con la cabeza. Lo que menos le interesaba era que Dirwan se enzarzara con los guardianes. Fue a buscar a Shug Davidson y lo encontró en el pasillo hablando con Ellen Wylie delante del cuarto de interrogatorios.
– ¿Te lo ha dicho Reynolds? -preguntó Davidson.
Rebus asintió con la cabeza.
– Que no es el mismo cuchillo.
– Pero de todos modos vamos a presionar un poco más a este cabroncete, por si sabe algo que nos oriente. En un brazo tiene un tatuaje reciente de color rojo con las letras UVF, Fuerza de Voluntarios del Ulster.
– No sigas esa pista, Shug -dijo Rebus alzando el papel con lo que acababa de anotar-. La víctima logró eludir el internamiento en Whitemire, y allí están la mujer y los hijos.
– ¿Alguien vio la foto? -preguntó Davidson mirando a Rebus.
– Exacto. ¿No crees que deberíamos hacer una visita? ¿Tu coche o el mío?
Pero Davidson se restregó la barbilla.
– John…
– ¿Qué?
– La mujer y los hijos… no saben que ha muerto, ¿verdad? ¿Crees que tú eres el más indicado para comunicárselo?
– Yo también puedo ser afable.
– No lo dudo, pero que te acompañe Ellen. ¿Te parece, Ellen?
Wylie asintió con la cabeza y se volvió hacia Rebus.
– Vamos en mi coche -dijo.
Capítulo 9
Su coche era un Volvo S40 con pocos miles de kilómetros. En el asiento del pasajero había unos compactos que Rebus examinó.
– Ponga algo si quiere -dijo ella.
– Antes tengo que enviar un mensaje a Siobhan -replicó él, como excusa para no tener que elegir entre Norah Jones, los Beastie Boys y Mariah Carey. Tardó varios minutos en enviar el mensaje de «siento no pueda ser a las seis sino a las ocho», y luego se preguntó por qué no la había llamado; se habría ahorrado la mitad del tiempo. Casi inmediatamente ella le llamó.
– ¿Estás de broma?
– Estoy camino de Whitemire.
– ¿El centro de detención?
– Bueno, sé de buena tinta que es un centro de deportación de Inmigración. Y resulta que allí viven la esposa y los hijos de la víctima.
Siobhan guardó silencio un instante.
– Bueno, es que yo a las ocho no puedo. Tengo una cita para tomar una copa y esperaba que tú vinieras también.
– Es muy posible que pueda, y así después iremos al triángulo púbico.
– ¿A la hora en que hay más gente? ¿Tú crees?
– No puedo arreglarlo de otro modo, Siobhan.
– Bueno… Hazlo con tacto, ¿eh?
– ¿Qué quieres decir?
– Supongo que vas a Whitemire a dar la mala nueva.
– ¿Por qué nadie me cree capaz de ser afable? -Wylie le miró y sonrió-. Si quiero, sé ser el poli afectuoso del New Age.
– Claro que sí, John. Nos vemos en el Ox hacia las ocho.
Rebus guardó el teléfono y se concentró en la carretera. Salían de Edimburgo en dirección oeste y Whitemire quedaba entre Banehall y Bo'ness, a unos veinticinco kilómetros. Había sido cárcel hasta finales de los setenta y él había estado allí una vez poco después de ingresar en el Cuerpo. Así se lo dijo a Wylie.